Ciudad de México, 20 de mayo (SinEmbargo).-La eternidad por fin comienza un lunes, solía decir el escritor cubano Eliseo Diego. No fue una eternidad la que hubo que esperar para escuchar cantar en vivo a la cantante británica Joss Stone, pero hubo algo de eso en el tremendo concierto que la rubia de 28 años ofreció en el Plaza Condesa.
Era lunes y el tiempo estuvo de su lado. Ni mucho calor ni lluvia atronadora: un clima adecuado para que las dos mil personas presentes en el recinto de la calle Juan Escutia conjuraran la rutina gris del primer día de semana y se dispusieran a disfrutar un show donde la historia de la música se puso al servicio de una voz nueva que de tan nueva sonara sin edad y sobre todo sin clichés.
Cuando a las 21 horas la artista nacida en el condado de Devon, al sur de Inglaterra, apareció con su vestido blanco entonando los primeros acordes de “You had me”, ni siquiera un horripilante desajuste del sonido que ella enfrentó con profesionalismo y buen humor pudo reducir el fluir mágico y misterioso que desencadenó con su garganta prodigiosa.
Acompañada por una banda básica de cuatro músicos cumplidores y nada estridentes (bajo, batería, guitarra y teclados), Joss fue durante todo el concierto una mujer que se para en el medio del escenario y canta.
No se sube a unas plataformas imposibles, no hace malabares, no muestra los pechos ni el trasero, no juega a la parafernalia tecnológica para esconderse entre aparatos y equívocos de femme fatal, cosificándose como ordena a las mujeres el mercado del pop contemporáneo.
“Hola, ¿cómo están? Gracias. Tenemos algunas nuevas canciones para ustedes, espero que les gusten y hay un nuevo sonido”, fueron sus primeras palabras dirigidas a un público conformado en su mayoría por jóvenes, pero donde no faltaron hombres y mujeres maduros deslumbrados por la calidad de una intérprete de muchos recursos vocales y artísticos.
Es cierto que los éxitos iniciales de su carrera sonaron diferentes, entre el soul, el rhythm and blues y el reggae al que estamos acostumbrados, pero expresados mediante texturas más coloridas y confortables, fáciles para los oídos menos ortodoxos; pero también es cierto que el sonido predominante fue la voz de Stone, ese huracán que suena por momentos y very little a la siempre recordada Amy Winehouse y que sostiene generando fascinación y asombro un show de casi dos horas.
“Super duper love”, “Molly town”, “Wake up” y “Love me”, conformaron una primera parte de notas alargadas, donde el virtuosismo de su voz estuvo al servicio de la emoción interpretativa. Eso conmueve en Stone: la posibilidad de que un privilegio, un don, tan afinado como el de su voz siempre esté sujeto al firme deseo de hace arte.
A estas alturas, uno cae en la cuenta por qué The New York Times no resultó exagerado al compararla con la legendaria Janis Joplin. Como es inteligente y poco concesiva, aun cuando –no nos engañemos- es fruto de una maquinaria musical a la que ha sabido acomodarse sin romper ningún plato, no hace en sus conciertos su tremenda versión de “Piece of my heart” (un clásico en la voz de Joplin), demostrando con ello tener lo que hay que tener para defender una carrera sin valerse de clichés ni mitos ajenos.
“Stuck on you” y “Karma” la mostraron íntima y extrovertida a la vez, en momentos en que los comentarios elogiosos se sumaban entre el público, sin que faltara por supuesto el que llegara a decir que incluso canta mejor que Janis.
Nadie canta mejor que Joplin. Ni Joss Stone. Pero es Joss Stone por ahora la única que puede con mejor técnica y nitidez que la diosa del blues sumarse a su legado y salir airosa de las comparaciones.
No tiene como Janis el dolor, la furia, dueña como es de una juventud mucho más luminosa y sin bisos de tragedia que la que transitara en sus escasos 27 años de vida la malograda intérprete texana, pero escuchar a Stone en canciones como “Right to be wrong” y “Some Kind of wonderful” constituye sin duda un buen pretexto para volver a sentir eso que la música es en esencia: una mujer que se sube al escenario y canta.
Hay una nueva diosa del soul, es decir, una cantante que lleva la voz en el alma. Se llama Joss Stone. Y estuvo en México en un lunes, cuando todas las eternidades por fin se hacen posibles.