Por Laura Sánchez Ley
Tijuana (México), 20 mar (EFE).- Cientos de migrantes deportados por Estados Unidos se han visto forzados a buscar refugio bajo tierra en Tijuana (noroeste de México) ante el acoso de policías y delincuentes, y por la imposibilidad de regresar a sus lugares de origen.
Los “pocitos”, túneles de dos a 15 metros de longitud y un metro de profundidad, excavados en la blanda tierra que las lluvias han traído a lo largo de los años al cauce del Río Tijuana, son las viviendas adoptadas por estos ciudadanos que, tras ser expulsados de Estados Unidos, optaron por ocultarse.
Se calcula que existen unos 30 túneles donde viven alrededor de 200 personas. Dentro de los “pocitos”, la única certeza que tienen es que cualquier día podrían quedar sepultados.
Para entrar a sus refugios es necesario saltar al interior; no hay escaleras, y las entradas están cubiertas de basura y tablas de madera a manera de camuflaje.
En los últimos años, Tijuana se ha convertido en el lugar de México por el que se realiza el mayor número de deportaciones desde territorio estadounidense: 100 mil anuales.
El cauce del Río Tijuana, un lecho de cemento conocido como “El Bordo”, se ha convertido en refugio para unos 3.000 migrantes mexicanos y centroamericanos que se quedaron varados aquí después de su expulsión del vecino país del norte.
“El Bordo”, que se extiende 4 mil 500 metros a un costado de la valla fronteriza de metal que divide México de Estados Unidos, era hasta hace poco asiento de centenares de viviendas improvisadas erigidas en las márgenes de un pestilente canal de aguas residuales.
Pero desde hace algo más de un año comenzaron las operaciones para sacar a los migrantes de allí. El método elegido por la policía fue quemar sus “ñongos”, construcciones precarias hechas de basura, plástico y cartón.
Delfino López, un migrante mexicano que a sus 33 años parece mayor, evoca una de esas operaciones: “Nos dijeron ‘¡Ya se les acabó el corrido, van a sentir lo que es bueno!’ Y lo sentimos, lo olimos. Nos quemaron, se llevaron todo…”.
“Trataron de quemarlos vivos, rociaron de gasolina y les prendieron fuego, algunos sufrieron quemaduras”, denunció Micaela Saucedo, activista y directora del refugio para migrantes “Elvira Arellano”.
Ismael Martínez, originario de Oaxaca, uno de los estados más pobres en México, vivió durante casi dos décadas en California. Lo deportaron y no ha reunido suficiente dinero para regresar a su tierra natal.
Recuerda que llegó a Tijuana aferrado a su mochila, atesorando sus recuerdos. Cuando se iniciaron las redadas policiales, le vino la idea de que podría enterrarse “como topo” y protegerse de ser quemado o detenido.
Para reducir el riesgo de colapso, comenzó a recubrir el interior de su túnel con los maderos que arrastraba el río: nueve tablones espaciados entre sí y dos capas de maderos.
Pero sus refuerzos improvisados no dan seguridad a quienes viven ahí; por el contrario, duermen con el temor de que las máquinas del Gobierno municipal los sepulten.
La activista Saucedo recordó que, a fines de 2012, cuando el ayuntamiento realizaba obras para limpiar la zona, una máquina excavadora sacó el cuerpo de un migrante que había estado durmiendo en un “pocito”.
Los deportados no solo tienen que esconderse bajo tierra para evadir a las autoridades, sino también a los traficantes que distribuyen heroína y la droga llamada “cristal” bajo las órdenes del cártel de los Arellano Félix, una de las organizaciones delictivas que operan en la frontera.
“Nos roban pertenencias. Quieren que compremos drogas a la fuerza”, cuenta un migrante que decidió permanecer en el anonimato.
Para Onésimo Gómez, la primera vez que se metió en un “pocito” le pareció que lo sepultaban vivo. Dice que sintió frío y la respiración se volvió pesada. “Tenía que abrir mucho la boca” para inhalar cada bocanada de aire, refiere.
“Sentí horrible, pero lo hice para evitar a la policía y así volver a ver a mis hijos y esposa, que me esperan en Estados Unidos. El día de la redada cerré mis ojos y pensé en ellos”, añade.
Desde “El Bordo” se divisa uno de los centros comerciales más populares en San Diego (California), que anuncia las nuevas rebajas y la recién inaugurada tienda departamental. El canal de aguas residuales a cuyas márgenes viven los migrantes solo es separado del renovado “mall” por la valla metálica. EFE