En una especie de juegos del hambre sin vencedores ni vencidos, la escritora de Matamoros desafía al lector con El mal de la taiga. La nueva novela de Cristina Rivera Garza es un tratado misterioso sobre el desamor y la soledad, esas pulsiones abismales que nos mandan a un rincón del ring existencial sin guantes ni escafandras.
Nadie puede decir que Cristina Rivera Garza, nacida en 1964 en Matamoros, Tamaulipas, un sitio al que considera –con el derecho de quien lo ama– el más feo del mundo, no es una de nuestras escritoras más experimentales y arriesgadas.
Al frente de una prolífica obra sin concesiones, ubicándose con una voluntad de hierro cada vez más fuera de lo que dicta el mercado, ha conseguido los mayores premios a los que una autora mexicana pueda aspirar y, lo que es mejor, una gran masa de lectores que sigue con atención cada uno de sus pasos en las redes sociales.
Ganadora en dos oportunidades del Premio Sor Juana, Cristina se desempeña actualmente como profesora de Creación Literaria en el departamento de Literatura de la Universidad de California San Diego y construye, con pasión de orfebre y dedicación de obrero japonés, una obra sólida y personal como pocas.
En El mal de la taiga, abandona Rivera Garza su territorio más críptico para narrar, en lo que cabe, una historia lineal que no por ello evita sus obsesiones en torno al lenguaje, sobre-todo-sus-obsesiones-en-torno-al-lenguaje.
El bosque y el hambre, los dos motores clave de un periplo de una mujer-fantasma que parece buscar sin importar las consecuencias un tipo de felicidad.
La fuerza del hambre es, como sabemos y muchas veces queremos ignorar, devastadora e impredecible.
En el medio, una detective que acepta sus fracasos con un estoicismo casi virtuoso, nos obliga a repensar nuestro ser social, nuestra voluntad solitaria que es derrotada a menudo por la necesidad que tenemos siempre y a pesar de los demás.
–¿Cuándo empezó a preocuparle el hambre, la falta de alimento?
–Si me preguntas en relación concreta de este libro, muchas cosas cambian cuando uno está escribiendo un libro, porque un libro es una cosa viva. Lo que siempre estuvo desde el inicio fue el bosque y una trayectoria a través del bosque. Una de las cosas en las que quería poner mucha atención, que me preocupa e interesa, es que la historia estuviese muy aterrizada en la realidad, en la necesidad, en la emergencia del cuerpo. El cuerpo necesita cosas básicas para vivir, para sobrevivir, que implican una relación violenta con el mundo. Todo cuerpo orina, defeca, todo cuerpo consume, produce un proceso de digestión, todo cuerpo necesita estas cosas básicas para las cuales tenemos que relacionarnos con la naturaleza de cierta manera. Quería mucho que la historia no sólo fuera la glorificación de la intensidad del que se va más allá, sino pasar por el proceso de incomodidad, de aventura y de emoción, pero también de vértigo y de miedo y de, cosa difícil de hacer, de esto que te mancha y te ensucia; estar en un bosque es así. De ninguna manera quería caer en una glorificación fácil del proceso.
–Esta novela es, en ese sentido, quizás de todos sus trabajos el más sensitivo, el que más huele.
–Pareciera ser que sí; la máxima de todos los talleres literarios es “no declares, muestra”, la máxima aquella de poner atención al detalle sensorial finalmente siempre ha estado en el trabajo, porque cuando estás invitando a alguien a leer, lo estás también invitando a experimentar algo con el cuerpo. Sí, creo que en este libro hay una cierta velocidad que le es única y un énfasis sí muy especial al momento de la falta, que creo a lo que te refieres con el hambre, pero también con el deseo sexual, seguir avanzando sin demasiados asideros. Un poco, la experiencia que se registra es dentro de la falta, pero también hacia ella.
–Una de las cosas que más me molestó como lectora fue la aprensión de la gente aun en ese lugar, ni en el bosque te deja la gente en paz, la autoridad, la búsqueda…
–La producción, la economía. Eso me parece súper interesante, porque evidentemente hay un recorrido que va de terrenos conocidos a desconocidos, pero para poder identificar y leer lo desconocido tenemos que recurrir a lo único que tenemos que es el lenguaje de lo que conocemos para empezar. Creo, sin embargo, que ese es el reto de todo libro, es el reto rico, placentero, vertiginoso de escribir un libro, que uno va al libro conociendo algo, pero esencialmente para saber qué te va a decir el libro. En este caso no me interesaba hacer una distinción ni entre los racionales que no siguen al deseo ni los intensos que lo siguen, no creo en eso; tampoco era esta situación de que todo lo conocido corresponde a nuestras reglas y todo lo que está más allá escapa y es una especie de paraíso. Me interesaba mucho poner atención, por ejemplo, en la presencia del que explota los bosques en relación con el capitalismo mundial; la presencia de los trabajadores y los leñadores y su relación con la maquinaria muy concreta; irse alejando, pero encontrar incluso a esta gente que está buscando el fin del mundo, con lenguajes extraños por la lejanía, pero a la vez con estas conexiones muy estructurales con el mundo que conocemos.
–Me dio mucha angustia pensar que esta soledad e individualidad a ultranza que vivimos es como comprada, es porque puedo comprar el iPad o el iPhone, pero si me tiran al bosque, voy a necesitar de los demás y voy a estar expuesta a la censura y a los códigos de esa sociedad que se rige ahí, nunca vamos a estar libres de esta presión de vivir con los demás…
–Porque de hecho, creo que esa es una de las tensiones más importantes del libro; durante años he tenido una pequeña sección en mi blog donde voy recogiendo noticias de personas que se han ido alejando de la “civilización”, a esa sección le puse “Las afueras”. ¿Te acuerdas de la alemana que se fue al bosque y vivió de raíces y no sé qué y que cuando regresó a la “civilización”´, y le preguntaron por qué se había ido y dijo que necesitaba tiempo para pensar?. Estuve coleccionando ese tipo de noticias durante mucho tiempo y supongo que de manera inconsciente me estuve preparando para escribir este libro sin saber que iba a escribir este libro. En la novela hay una referencia a El niño salvaje, de Truffaut, hay una insistencia en estos mundos informes y perversos, polimorfos, en todo caso, de la infancia y me detuve mucho cuando el niño salvaje toca la ventana; él está mirando de afuera hacia adentro y pareciera ser que la detective está continuamente viendo desde adentro hacia afuera, pero tenemos esta especie de barrera transparente que nos indica que hay algo del otro lado para unos y para otros, que nos está codificando, nuestra pertenencia y nuestra extrañeza personal y social.
–Somos en tanto el otro nos mire...
–En tanto el otro nos ponga la pregunta más atroz sobre lo que somos o lo que creemos que no, pero sí.
–Este trabajo sobre el irse, lejos de la civilización, ¿tiene que ver con su lugar de origen?, alguna vez dijo que había nacido en el lugar más feo del mundo, que también es una forma de amar demasiado a un sitio…
–Y sí, es cierto, las únicas personas que tienen derecho a decir eso son las que nacieron ahí. Con mi familia vivimos en muchos lados y la experiencia de ser la que llega de afuera y tarde la conozco muy bien y es algo que es muy incómodo. No es una sensación linda llegar cuando tienes siete años en mitad del año escolar a un lugar donde todo el mundo ya se conoce y tiene códigos y tú apareces un poco como la niña salvaje del cuento y no tienes ni idea de lo que está pasando. Hay que aprender rápidamente sin ningún tipo de éxito a leer lo que ocurre en tu entorno. Es una parte estructural de mi vida, creo que finalmente a esta joven edad, me sigue sucediendo, llegar a lugares o a profesiones o a grupos que están ya hechos y bueno y uno se aparece por una serie de azares y circunstancias. Creo que más importante que eso, que es mi experiencia vital de la que no reniego y de la que me he alimentado muchísimo, para mí escribir siempre ha sido ese proceso, rara vez inicio un libro sabiendo todo lo que va a ocurrir dentro del libro, de hecho me parece mucho más interesante de escribir libros y la razón por la cual lo sigo haciendo, es que tengo alguna intuición, algún anhelo, un cierto impulso, pero voy con la misma curiosidad al libro con la que espero que vaya el lector, a descubrir algo ahí. Creo que eso se parece mucho a irse lejos, de las cosas que vale la pena escribir son de las que no sabes, las que se te resisten, porque si las supieras qué aburrido, sería como tomar dictado.
–Como escritora mexicana con ese proyecto tan personal y propio, ¿se siente una taiga, una salvaje que irrumpe?
–Justo cuando iba a recibir el segundo Premio Sor Juana, salió la noticia en mi sección de “Las afueras” de la mujer que había salido de la selva de Ratanakiri, la habían rescatado hacía la civilización y lo que hizo ella fue tratar de ir de nuevo a la selva. Mucho del trabajo de la escritura se hace en la selva, en la intemperie, en las afueras, en esa época la metáfora era la selva, ahora es la taiga. A veces uno regresa y, en efecto, soy civilizada, pero me interesa tocar lo que no está domesticado y a lo que hay que ir con riesgo; no con el riesgo principista de soy una heroína, con el riesgo todavía peor que es el de no sé y por eso voy y a ver qué encuentro.
–En cuanto a tu mirada implacable sobre los cuentos infantiles, nos hace pensar que en realidad las migajas de pan de Hansel y Gretel pueden ser una guía para el regreso, pero también una trampa
–Toda necesidad busca un proceso de satisfacción, pero eso no depende de ti, usualmente, si es algo del cuerpo no depende de ti. Esto del alimento es relevante, porque es tan fácil caer en versiones abstractas sobre el tema. De las personas siempre me preocupa saber, adónde van al baño y con qué se limpian, dónde llevan la comida, porque les va a dar hambre y si llevan algo pesa y si pesa se cansan más…me interesa todo eso más que las grandes acciones. Me parece que cuando le ponemos atención al cuerpo, tenemos forzosamente que poner ese cuerpo en relación con todos los elementos que hacen que ese cuerpo pueda sobrevivir. El asunto es que vamos formando nuestras pequeñas comunidades con sus normas y sus leyes y no son tan diferentes a lo que supuestamente dejamos atrás.
VAS POR NADA SI VAS TAN LEJOS
Lejos debe de ser una de las palabras que más aparece en El mal de la taiga. Sin embargo, Rivera Garza pocas veces se refiere al regreso. Echa mano de una vieja canción de Leonard Cohen: “Vas por nada si vas tan lejos”, para describir el retorno a partir de un daño, de un dolor. No se trata de un retorno epopéyico, heroico.
“Lo que ocurre aquí es muy distinto a una epifanía”, admite la autora.
“Creo que tiene que ver con cómo tomamos las decisiones en la vida, siempre he dicho que si supiéramos en que nos metemos nunca nos meteríamos en nada”, agrega.
–Esta cosa constante de pedirnos explicaciones cuando la mayoría de las veces no hay
–Uno las da porque se las piden, pero si no hubiera quien se las pidiera… Hace poco platicaba sobre las preguntas que les hacen a los inmigrantes, usualmente es la pregunta que requiere la respuesta de “quiero buscar una vida mejor”, pero si platicas con ese mismo inmigrante en otro contexto por x o y, te das cuenta de que se fue porque estuvo enamorado, usualmente, siguieron a la mujer o la mujer al hombre. Esa es una historia de amor, de circulación emotiva en nuestro mundo contemporáneo que nos pasa inadvertida o de la que no se habla porque no tiene un contenido económico o político, es como la economía de las emociones en esta movilidad geográfica, valdría la pena ponerle atención.
–En ese sentido El mal de la taiga, me parece profundamente mexicana. Este es un país donde no se pueden hacer encuestas porque la gente no te dice lo que piensa y, contrapuesta, una realidad de redes sociales donde te piden opiniones para todo. El mal de la taiga habla de esa economía de las emociones, del lenguaje puesto al servicio de lo que siento y vivo y no de lo que el otro quiere que yo piense o sienta y viva.
–Hay una intención de eso y de reconocer los límites de esa intención, porque por más que yo quiera tener el lenguaje de lo que siento y vivo, eventualmente, tengo que utilizar tus herramientas.
–De hecho, la detective es esclava de un traductor.
–La novela es muy veloz y yo quería que así fuera, pero a la vez está continuamente la advertencia que se hace a través del traductor de decir “ey, pero las cosas ocurren mucho más lentas”, para que yo te pueda decir “aquí no hay luz”, primero te tengo que hacer la pregunta, tú la tienes que entender, hay que encontrar las palabras para traducirlo, después hay que entender de qué se trata, todo eso dura tiempo, el lenguaje es tiempo. Aparte de eso, en la perspectiva del narrador, como es todo en lenguaje indirecto, sabemos que el narrador no está generando la historia, no es testigo de los hechos, es alguien al que le están diciendo que ahí vivieron, que eso sucedió, etcétera. Como recibimos el lenguaje indirecto, sabemos que está siendo generado en otro lado, el narrador es también un traductor de una historia y de una descripción de hechos que le vienen, me gustaría que se pensara que es algo ancestral que viene de muy lejos y que el narrador es un punto de circulación más que un punto de generación de discurso y, en ese sentido, esa narradora es también traductor. Los hechos en la novela ocurren muy lentamente, pero la escritura es vertiginosa. Para mí es importante esta contradicción, esta yuxtaposición, esta paradoja.
–El tema del miedo relacionado con los temas infantiles pareciera que dice, ¿por qué no me contaste la historia tal cual era si al final voy a tener miedo igual?, el secreto da más miedo que la verdad, es más monstruoso que disfracen todo.
–La caparazón, el artificio, a lo mejor podemos más con el hecho en sí, por eso la detective se plantea siempre a sí misma como la persona que dice la verdad; la verdad como quien desnuda los hechos, pero, a la vez, los hechos están expandiéndose entre sí, las interpretaciones de esos hechos están como en proceso de expansión. Ahí es cuando me tuve que agarrar de estas otras tradiciones literarias o de estas otras tradiciones en general culturales, los cuentos.
–¿Le contaban cuentos cuando era chica?
–Leí y me contaban y después claro en la universidad leí todos los libros acerca de análisis de los cuentos de hadas, es un tema muy estudiado en los estudios de género, a mí lo que me llama la atención son las versiones originales de las tradiciones orales y siempre lo predominante que es el cuerpo en ello.
–El bosque es un tema clásico en la literatura, ¿no tuvo ningún problema en meterse con algo de lo que ya habló todo el mundo?
–Si lo que quiero es que un lector vaya conmigo en este territorio que yo también estoy tanteando que me es desconocido, más vale que tanto lector como yo, vayámonos agarrando de algo que nos resulte familiar, porque de otra manera no vamos a entrar, de otra manera no entro. De otra manera, estaríamos haciendo otro tipo de trabajo artístico, que también me resulta interesante, pero que en este libro y en esta novela yo quería que hubiera esa complicidad, esa legibilidad y para eso en lugar de sentirme mal porque todo el mundo ha hablado de eso tuve que utilizar los discursos más usados, okey, vamos a lo desconocido, pero te juro que lo vamos a hacer con esto que tú y yo conocemos. Las bases de las novelas de detectives las conocemos todos, por eso son géneros, los cuentos de hadas, las novelas fantásticas, las viñetas, hay cosas de las que nos podemos agarrar, porque lo que quiero es que esta experiencia sea transferible.
–Nunca en un libro suyo se había hablado tan explícitamente del fracaso y habla del fracaso en el momento que mayor éxito tiene.
–Bueno, el fracaso ha estado mucho en otros libros, el fotógrafo de Nadie me verá llorar es un fracasado, hace gala del fracaso, pero sí, la característica principal de esta detective es que no le salen las cosas bien, que lo que ha querido hacer no lo pudo hacer y que ha tenido que resignarse a hacer una escritora anónima de novelitas de detectives.
–Lo que más me interesó del fracaso de esta detective es que ella puso en la cajita fracaso toda su vida y la etiquetó, cuando nadie, en realidad, se anima a hablar de eso.
–Esa es la cuestión, va sabiendo los límites de sí misma, pero también sus grandes curiosidades y el ir detrás de esta mujer que huye, implica que ha fracasado ella misma en huir o en irse más allá. Es un personaje que parte de ese lado oscuro, como del lado b de cualquier cosa y por lo mismo puede tener una mirada descarnada, a veces cínica, puede haber una cuestión muy dulce y muy naif en su manera de ver el mundo, pero pareciera ser que ya ha pasado por todo, todo lo que le da miedo a todo el mundo que es que digan que no pudo hacer esto o que no pudo hacer lo otro es el centro de su vida.