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Óscar de la Borbolla

18/06/2018 - 12:00 am

La metáfora y el conocimiento 1

Entre los asuntos más complejos que existen para la reflexión está el tiempo, pues, por un lado, todos sabemos a qué nos referimos cuando hablamos de él: "no tengo tiempo", "me gustaría aprovechar mejor mi tiempo", etc., son frases que no implican ninguna dificultad Y, por el otro, es muy difícil responder a la pregunta ¿qué es el tiempo? ¿Será algo independiente de nosotros que se da en lo real? O ¿será, como lo propuso Kant, una condición establecida por el sujeto? Esta disyuntiva de veras es compleja, equivale a preguntarnos: ¿El tiempo existiría si no hubiera seres humanos?, ¿o solo existe porque somos nosotros quienes temporalizamos nuestras experiencias?

La analogía del tiempo con una cárcel comienza a rendir sus frutos. Foto: Óscar De la Borbolla.

Entre los asuntos más complejos que existen para la reflexión está el tiempo, pues, por un lado, todos sabemos a qué nos referimos cuando hablamos de él: "no tengo tiempo", "me gustaría aprovechar mejor mi tiempo", etc., son frases que no implican ninguna dificultad Y, por el otro, es muy difícil responder a la pregunta ¿qué es el tiempo? ¿Será algo independiente de nosotros que se da en lo real? O ¿será, como lo propuso Kant, una condición establecida por el sujeto? Esta disyuntiva de veras es compleja, equivale a preguntarnos: ¿El tiempo existiría si no hubiera seres humanos?, ¿o solo existe porque somos nosotros quienes temporalizamos nuestras experiencias?

Ante asuntos tan abigarrados como el tiempo conviene, a veces, utilizar analogías o metáforas que si bien no desentrañan el problema lo vuelven comprensible en alguna medida. Hagamos, por tanto, una metáfora con el tiempo, comparémoslo con una caja o, mejor aún, con una cárcel: "el tiempo es una cárcel".

No sé qué sea el tiempo, pero sí sé qué es una cárcel: una jaula -por decir algo- de la que no puedo salir. ¿Puedo salir del tiempo? No, al menos, no sin que me cueste la vida, luego la metáfora "el tiempo es una cárcel" no está mal. ¿Qué pasa en una cárcel? Nada, estoy encerrado, me aburro, me siento asfixiado, no quisiera estar ahí, pero no puedo irme porque en el intento perdería la vida? Efectivamente, la analogía entre tiempo y cárcel funciona.

Si el tiempo es una cárcel ¿qué es lo mejor que puedo hacer en ella? Se me ocurre que llenarla de objetos que hagan más placentera mi estancia; pero ¿qué pasa si es una cárcel donde no dejan entrar nada y, peor aún, no dejan entrar a nadie? O sea, una cárcel donde uno está condenado a estar solo y sin objetos que sirvan de distracción. Obviamente, desesperarnos, angustiarnos, entristecer. Pero ¿qué puede hacerse para evitar ese abatimiento? Una vez más, la respuesta es obvia: si la cárcel o el tiempo no pueden llenarse de personas o de objetos no queda más remedio que autoentretenernos: imponernos una actividad.

El problema del encierro es que el tiempo se siente, se vuelve tangible: lo que nos angustia y desespera es que en prisión captamos la esencia del tiempo y es eso lo que nos desespera: se trata de un tiempo flojo, sin tensión, de un tiempo estancado, que parece no transcurrir: el presente se vuelve eterno.

La analogía del tiempo con una cárcel comienza a rendir sus frutos: necesitamos distraernos con algo para no sentir el tiempo, el tiempo ahí, congelado.

Afuera de la cárcel hay muchas actividades, muchos proyectos, mucho trabajo, muchas personas con las cuales relacionarnos y uno, claro, no tiene tiempo. Cuando uno está ocupado, muy ocupado, entretenido, el tiempo deja de ser una cárcel o, siguiendo con la metáfora, uno está afuera de la cárcel del tiempo, tan afuera que uno no tiene tiempo. Y la metáfora funciona en ambas direcciones, pues ahora entiendo más lo que es una cárcel: no es nada más que tiempo.

Pero volvamos a la cárcel, ¿qué hacer en ella para no desesperar? La solución es obvia: ocuparnos para, literalmente, matar el tiempo o librarnos de él o dejar de sentirlo. El empleo de una analogía nos ha dado una clave para entender desde algún ángulo un asunto complejo: el tiempo es más claro ahora, al menos para mí, pues es aquello desagradabilísimo  que me ocupa, cuando yo no me ocupo.

En la próxima entrega insistiré en el fecundo papel que juega la metáfora para pensar.

 

Twitter:

@oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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