Adrián López Ortiz
17/09/2017 - 12:04 am
¿Por qué seguimos votando por el PRI?
Es una pregunta recurrente en conversaciones de café y redes sociales. ¿Por qué si partidos como el PRI le han hecho un daño enorme a nuestro país, siguen ganando elecciones? Para muestra, ahí está el Estado de México. La pregunta se responde fácil con lugares comunes. Las analistas coinciden: tienen poder, dinero… “estructura”, cómo le […]
Es una pregunta recurrente en conversaciones de café y redes sociales. ¿Por qué si partidos como el PRI le han hecho un daño enorme a nuestro país, siguen ganando elecciones? Para muestra, ahí está el Estado de México.
La pregunta se responde fácil con lugares comunes. Las analistas coinciden: tienen poder, dinero… “estructura”, cómo le dicen los mismos priistas.
Todo político tricolor se enorgullece de su “trabajo de calle”. Que no es otra cosa que repartir dádivas y favores con una disciplina impresionante. El modelito lo aprendieron de inmediato el resto de los partidos, por eso el uso electorero y clientelar de los programas sociales es moneda corriente en nuestra partidocracia. “Estar cerca de la gente”, le llaman ellos. Lo hacen en nuestras narices, al fin que los Institutos Electorales nunca ven nada.
El cinismo de nuestra clase política es enorme por una razón muy sencilla: la estrategia funciona. Pero la pregunta es más profunda y va más allá del tráfico de favores y el reparto de despensas.
¿Por qué el día de la elección los votantes no reflexionan, hacen memoria, sacan la lista de agravios y votan por una opción diferente?
Al fin que agravios sobran: la Casa Blanca de la Primera Dama, la ofensa de la invitación a Trump, los cientos de miles de muertos, las mordidotas en PEMEX, la “Estafa Maestra” de casi 8 mil millones de pesos que ningún medio nacional vio.
En épocas de Google es fácil tener memoria, entonces por qué amplias franjas de la población siguen cayendo en el juego perverso del acarreo y el clientelismo. La respuesta es dolorosa: porque la mayor parte de los votantes sigue siendo pobre.
Y la pobreza afecta de manera sustancial la forma en que las personas toman decisiones. Eso es lo que sostienen el psicólogo de Princeton, Eldar Shafir y el economista de Harvard, Sendhil Mullainathan.
La denominan “psicología de la escasez” y básicamente explica que, a la hora de tomar decisiones racionales y de largo plazo, hay una diferencia enorme entre quienes viven en situación de escasez permanente (o pobreza) y quienes no.
Las personas que experimentan situación de escasez son extremadamente hábiles para gestionar los problemas en el corto plazo. Resultan realmente buenos para llegar al final del día, la quincena o el mes. Pero no lo son para tomar decisiones en el largo plazo, tales cómo, qué candidato será mejor los próximos seis años para gobernar su país o su estado.
Y es que, como señalan Shafir y Mullainathan, “no podemos tomarnos un descanso de la pobreza”. Cuando se es pobre, la prioridad es sobrevivir. Por eso tiene sentido aceptar la despensa o recibir los 200 pesos que me dan por mi voto, porque resuelve mi problema más urgente: comer este día, transportarme al trabajo, pagar las medicinas que necesito, ir a un espectáculo gratuito a manera de escape. Literal: pan y circo.
Las estadísticas mundiales señalan que los pobres toman peores decisiones que los ricos: beben más, comen comida chatarra, no ahorran, gastan en trivialidades. No es porque sean tontos, sino porque su capacidad racional se ve mermada por su condición material. Lo mismo aplica si se es rico y educado pero se es sometido a una situación de escasez. Es decir, la pobreza nos hace más ineptos. Según las mediciones, la sensación de escasez resta entre 13 y 14 puntos al coeficiente intelectual. “Comparable a dejar de dormir una noche o a las consecuencias del alcoholismo”.
La conclusión es muy relevante: la escasez afecta la mente y nos vuelve incapaces de tomar decisiones de largo plazo. Somos más susceptibles de votar por quien nos resuelve el problema inmediato o por quien promete que lo hará. Shafir le llama “ancho de banda mental”. Ignoro si conocen el concepto, pero estoy seguro que los operadores de los partidos y los candidatos lo intuyen perfecto. Me lo dijo un gobernador: “A la raza le vale madre. Quieren ver que les lleves algo”
De acuerdo con una nota de Expansión, desde 1997 los partidos políticos en México han recibido más de 66,648 MDP, de los cuales solo 11 mil han sido para campañas y el resto para gasto operativo. Por si eso no fuera suficiente, el reportaje la “Estafa Maestra” documentó como SEDESOL, con Rosario Robles a la cabeza, desvió más de 2 mil MDP de programas sociales. No hay que ser adivino para saber cómo se usa ese dinero.
Es dinero público, o sea NUESTRO dinero. Y a través de él, los ciudadanos hemos venido financiando a los partidos para que lucren con la pobreza y la necesidad de la gente. Ellos le llaman “voto duro”. Un eufemismo para disfrazar un sistema electoral que tuerce nuestra democracia. Necesitamos otras reglas. Tenemos que cambiar los incentivos.
Librero.
Y hablando de pobreza. ¿Cuál es la mejor manera de solucionarla? Siempre hablamos de generación de riqueza para luego distribuirla. Y si, como propone, Rutger Bregman en Utopía para Realistas (Salamandra, 2016), le regalamos dinero a los más pobres. Así, sin condiciones. Dinero constante y sonante. Suena loco, pero hay datos que afirman que funciona.
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