Adela Navarro Bello
15/11/2017 - 12:00 am
Un presidencia histérica e intolerante
Ante la crítica no tendría por qué quedarse callado el Presidente de la República, Enrique Peña Nieto (vaya, ningún Presidente), porque a diferencia de los críticos y de la sociedad en general, organizada o no, en las redes sociales o en las calles, el mandatario nacional tiene los medios, el presupuesto, el Congreso, 19 Secretarías, […]
Ante la crítica no tendría por qué quedarse callado el Presidente de la República, Enrique Peña Nieto (vaya, ningún Presidente), porque a diferencia de los críticos y de la sociedad en general, organizada o no, en las redes sociales o en las calles, el mandatario nacional tiene los medios, el presupuesto, el Congreso, 19 Secretarías, una Procuraduría, y el poder del Estado, para responder con hechos al señalamiento público.
No se trata pues de que el Presidente se enfrasque en respuestas de dimes y diretes cuando es el titular del Poder Ejecutivo, y en lugar de responder con crítica a sus críticos, debería responder como Jefe del Estado Mexicano, cuando la razón le asista basada en los hechos, las acciones y los resultados. Si, por el contrario, el Presidente no tiene la razón, tampoco es cosa de quedarse callado, pero sí de argumentar lo que está haciendo y lo que espera, antes de señalar con intolerancia a sus interlocutores.
Decían que Felipe Calderón Hinojosa era de “mecha corta”, entendiendo con ello que su ánimo se encendía muy rápido, a la menor provocación, tuviera o no la razón, pero en los últimos meses Enrique Peña Nieto lo ha superado, además, públicamente.
De suyo es conocido que quienes rodean al Presidente –a cualquier Mandatario- suelen hablarle al oído, situaciones perfectas o frases y hechos que el gobernante quiera escuchar. En un pasado no muy lejano, y evidentemente de regreso, era también famosa la anécdota de cuando un titular del Poder Ejecutivo preguntó a uno de sus colaboradores qué hora era, y éste sin más le respondió: “las que usted ordene, señor Presidente”. Esa complacencia y condescendencia “natural” y política que se tiene para quienes ocupan la silla del águila, ha llevado a muchos a perder el piso, alejarse de la realidad, vivir en otro mundo distinto al de los gobernados.
Por ejemplo, Peña Nieto no acepta los más de 100 mil ejecutados que en cinco años de su gobierno se registraron en México, de acuerdo a cifras oficiales en los Estados de la República, del Secretariado Ejecutivo e incluso del INEGI; le molesta que se las recuerden. También cambia de ánimo cuando se le habla de corrupción, pero cuando se trata de malos manejos en las obras de su administración federal, y ni hablar de la Casa Blanca de la primera dama, del socavón de su amigo Gerardo Ruíz Esparza, o del espionaje por parte de su gobierno y hacia periodistas, activistas y defensores de los derechos humanos.
Últimamente, al Presidente se le ve hasta irascible. Se enoja fácilmente, reclama, acusa, señala, critica, amenaza. Pasó del “Ya sé que no aplauden”, que emitió cuando –evidentemente- esperaba un aplauso tras dar un discurso y se encontraba frente a los representantes de los medios de comunicación y algunos funcionarios de su administración. Fue obvio que tras la alocución lo que quería era que le aplaudieran, cuando el ambiente no estaba para ello, no solo porque el auditorio de medios efectivamente no aplaude, sino porque lo que acababa de decir tenía que ver con “medidas” de su gobierno para promover la transparencia, la rendición de cuentas y el combate a la corrupción, meses después de haber sido expuesto junto con su familia, de presunto tráfico de influencias en la adquisición de la mansión en Las Lomas, precisamente conocida como la Casa Blanca, un caso que queda en la historia contemporánea como un monumento a la sospecha de la corrupción.
Tras ser revelado por el periódico The New York Times el caso de espionaje a periodistas, defensores de los derechos humanos, combatientes contra la corrupción y activistas, por parte presumiblemente del Gobierno Federal, dado que era la única entidad que había adquirido el programa Pegasus para espiar, el mismo que fue vinculado por estudiosos de Canadá, México y los Estados Unidos como el origen del espionaje, el mismo medio norteamericano publicó en junio de este año la historia de una reunión de empresarios de alto nivel con el Presidente de la República, donde Enrique Peña Nieto le habría reclamado a Claudio X. González Laporte, el papel que su hijo Claudio X. González Guajardo desempeña en el combate a la corrupción a través de su organización Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad. De acuerdo a la información, confirmada por cierto con empresarios presentes en aquella reunión, el mandatario le dijo algo así como, “tu hijo debería dejar de ser tan crítico con el Gobierno. La sociedad civil no debe pasar tanto tiempo hablando de corrupción”.
La queja del Presidente sobre la contribución de Claudio chico fue recogida en medios nacionales y locales, lo mismo el deslinde del área de comunicación de la Presidencia de la República, al tiempo que el aludido presidente de Mexicanos Contra la Corrupción prefirió el silencio, que ha sido interpretado como una aceptación de su parte con los hechos relatados en The New Yorkt Times.
Por ahí de la mitad del 2017, y también en relación al tema del espionaje del cual su gobierno fue acusado por periodistas, analistas, observadores, políticos e instituciones sociales, el Presidente arremetió de nueva cuenta, cuando en conferencia de prensa informó que había solicitado a la PGR (obvio, es su obligación) una investigación al respecto (por cierto, los resultados no han sido dados a conocer), y amenazó: “Espero que la PGR con celeridad pueda deslindar responsabilidades, y espero al amparo de la Ley pueda aplicarse contra aquellos que han levantado estos falsos señalamientos”. Básicamente ordenó ir tras los críticos, incluidos los propios espiados, los estudiosos de Canadá, Estados Unidos y México, todos quienes señalaron a su gobierno de espía.
Meses después, en un foro público, otra vez el Presidente Peña se molestó al hablar de la corrupción. Embistió: “A cualquier cosa que ocurra hoy en día, es la corrupción. Casi casi, si hay un choque aquí en la esquina: ¡ah, fue la corrupción!; algo pasó en el semáforo: ¿Quién compró el semáforo que no funcionaba?”
Fue más allá al pretender normalizar la corrupción: “Hemos tenido ejemplos de socavones, pues a ver, pasan en todas partes del mundo. Uno señalado, pero ha habido varios más y ahora vimos estos sismos (septiembre 7 y 19, 2017) y detrás de cada evento quieren encontrar un culpable y siempre es decir: es la corrupción”.
Luego intentó justificar que en el pasado hubo más corrupción, al tiempo que sus funcionarios justifican que hay más percepción de corrupción, debido a la utilización masiva de las redes sociales. Ajá.
Pero hace un par de días, Peña Nieto se fue de frente y con todo.
En la clausura del foro Sumemos Causa por la Justicia, la presidenta del organismo ciudadano Causa en Común, María Elena Morera, refirió el contexto de inseguridad y violencia que vivimos los mexicanos todos en cualquier rincón de la nación. “Esta masacre nosotros sí la consideramos de proporciones bélicas: los asesinatos, las desapariciones, las violaciones a los derechos humanos, los secuestros, las extorsiones, los robos, ya se hicieron parte de la vida misma de los ciudadanos… La violencia que vivimos ya no es temporal ni regional, es endémica y de alcance nacional. No se ha logrado contenerla y mucho menos revertirla”.
Hasta ahí todo normal, es lo que atestiguamos todos los días. Extorsiones telefónicas, desaparecidos, más de 104 mil ejecutados en cinco años de la administración peñanietista, balaceras, secuestros, inseguridad y violencia por todos lados. Pero el Presidente ve otro México, otra realidad. Respondió molesto. Se quejó. Se dejó ver como el titular de instituciones víctimas de acoso. Sin filtros, en el mismo foro, discursó enérgico:
“Lamentablemente, a veces se escuchan más las voces que vienen de la propia sociedad civil, que condena, la propia María Elena lo señaló en su discurso, que condena, que critica, que hacen bullying sobre el trabajo que hacen las instituciones del Estado mexicano. Y perdón que lo diga, y aquí entramos en un problema todavía más grave, queremos actuación responsable y eficaz de las instituciones a las que todos los días, o casi todos los días, pretendemos desmoronar o descalificar, especialmente a los integrantes de las corporaciones policiacas”.
¡Ahora resulta que le hacen bullying! Quién sabe qué pasará con el Presidente, pero a medida que se acerca el final de su sexenio, es más intolerante con la crítica, particularmente con aquella que tiene que ver con lo que han sido los sellos de su gobierno: la corrupción, la impunidad y la inseguridad.
Un Presidente no tiene por qué quedarse callado ante la crítica, lo que sí, que debe responder con hechos y sustentar sus dichos con acciones y resultados positivos en beneficio para los mexicanos todos. Molestarse, acusar, amenazar, señalar, es politiquería que define a un mandatario histérico ante la crítica de la sociedad participativa.
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