El intelectual argentino participó de un debate sobre Latinoamérica en la FIL Zócalo, donde entre otras cosas advirtió que la política real no es como House of cards
Ciudad de México, 14 de octubre (SinEmbargo).- El nuevo contexto latinoamericano, un continente que ha abandonado en gran parte la actitud sumisa frente al imperio y ha sabido cultivar una voz propia mediante gobiernos populares que hacen su acento en lo social, requiere de nuevos pensadores que agiten el debate y propongan nuevas visiones sobre los viejos paradigmas.
Enfrentados muchas veces a la hegemonía informativa, con medios de comunicación al servicio de los poderes establecidos, es muy difícil entender los fenómenos que se dan con sus diferentes matices en los países del área, a través de sistemas políticos complejos que requieren traspasar las barreras de los prejuicios y de los dilemas de cliché.
Una de las grandes claves para entender el triunfo del neoliberalismo en el mundo consiste precisamente en avistar la gran estructura cultural que dio marco a las políticas económicas en boga durante las últimas décadas.
Las crisis consecuentes y los millones de personas que quedaron afuera de la repartición de la riqueza, el fracaso de fórmulas como la teoría del derrame –a estas alturas un cuento que ni los niños creen- demostró el quiebre de ese sistema que nos exhortaba a pensar en los ’90 que no había otro camino posible más que el neoliberalismo para la organización de nuestras sociedades.
Pero son nuevos tiempos. Los gobiernos populares en Sudamérica, definidos como populistas por el lenguaje del poder, han planteado un nuevo tablero de ajedrez para el continente y el mundo, lo que no significa que hayamos encontrado el hilo negro y la cura definitiva para nuestros males endémicos.
Sin embargo, aun el opositor más recalcitrante a las experiencias de Argentina, Chile, Bolivia, Venezuela (todos, insistimos, con matices distintos y propios), tendrá que aceptar la transformación que se ha dado en el otrora patio trasero de los Estados Unidos.
En dicho contexto, se hace perentorio escuchar las voces de los intelectuales que se comprometan con su tiempo, con su época, para ayudar a desterrar la maleza en un campo donde empiezan a germinar nuevas plantas, flores renacidas.
Ricardo Forster (Buenos Aires, 1958), filósofo y ensayista, es uno de esos pensadores de consulta obligada para entender el fenómeno del Kirchnerismo, el Gobierno argentino de los últimos 12 años y cuya máxima figura, Cristina Fernández, deja la Presidencia el próximo 25 de octubre con un alto nivel de popularidad y aceptación.
En un informe de la Consultora Prospectiva dado a conocer por la agencia Télam y publicado en el periódico Página 12 hace unos días, reveló que Néstor Kirchner (1950-2010), quien gobernó el país entre 2003-2007, es el Presidente con mayor porcentaje de opiniones positivas con el 63 por ciento y el que más logros obtuvo en el terreno económico, con el 29 por ciento, entre los habitantes de dicho país sudamericano.
La Presidente Cristina Fernández de Kirchner se ubica con un 53 por ciento de la valoración positiva sobre su gestión y la mandataria con mejor imagen por sus políticas sociales, con un 28 por ciento.
Según el relevamiento, el radical Raúl Alfonsín (1929-2009), el gobernante que inauguró la democracia en 1983 luego de la cruenta Dictadura Militar (1976-1983) se ubicó en tercer lugar con un 38 por ciento de opiniones positivas y su gestión fue valorada como “la más honesta” por el 50 por ciento de los consultados.
Así las cosas, Forster, secretario de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional, un hombre convencido de que la democracia llegó para quedarse en el continente, un territorio donde ya no hay lugar para los golpes de estado militares, es figura determinante para analizar no sólo el proceso político de su país de origen, sino también para dar indicios de cómo entender las distintas experiencias populares en otras naciones del área.
Desde ese lugar fue invitado por la Brigada para Leer en Libertad a participar en un debate sobre Latinoamérica, del que también formaron parte el escritor venezolano Luis Britto y el filósofo y antrópologo Armando Bartra, entre otros.
En entrevista exclusiva con SinEmbargo, Ricardo Forster (creador de Carta Abierta –un espacio de debate surgido en marzo de 2008, en defensa del gobierno democrático amenazado por el conflicto con las patronales agropecuarias-), habló del papel que le toca jugar al intelectual en este nuevo escenario continental y, cómo no, de México, un país que le duele –según afirmó- y en donde reina “una democracia fallida”.
LATINOAMÉRICA YA NO ES MÁS VÍCTIMA
–Creo que Latinoamérica ha perdido en los últimos años su condición de víctima. Al menos las nuevas generaciones no están tan pendientes de las acciones del imperio como nosotros en la juventud
–Está bueno eso. A ver. En los ’60 y ’70, justamente Latinoamérica no era una víctima, era el futuro, la historia se realizaba no en Europa y los Estados Unidos, sino en el Tercer mundo y AL era un continente caliente. Cuando salí de Argentina en marzo del 76, primero fui a Europa y luego vine a México y en esos tiempos todavía el latinoamericano era una especie de mito, a través sobre todo de la figura del Che. En los ’80 y ’90 nos convertimos en sudacas, en narcos, y América Latina comenzó a ser vista como el vertedero de toda la basura del mundo y comenzamos a ser un lugar oscuro, la víctima de la desigualdad, de la violencia.
En los últimos 15 años, desde la llegada de Hugo Chávez a Venezuela, luego Evo Morales en Bolivia, Lula en Brasil, Rafael Correa en Ecuador, Néstor y Cristina en Argentina, Sudamérica sobre todo se convirtió en el único lugar a nivel mundial que discutió la hegemonía del liberalismo. Allí hubo también la posibilidad de recuperar memorias y crear puentes entre generaciones que estaban rotos y la certeza de que hay procesos democráticos populares que se atrevieron a desafiar a los grandes poderes financieros y los medios de comunicación hegemónicos. Pero también con una lógica que se expresa en una disputa por el lenguaje, por el sentido, por los cuerpos, por las subjetividades. Pensamos a menudo que el liberalismo es una construcción económica, pero nos olvidamos que es en realidad una construcción cultural, de lenguaje, de sentido común y por eso su expansión y su capacidad de reproducirse hegemónicamente. Creo que con todas las tensiones y contradicciones, debilidades y fortalezas, de los procesos sudamericanos sobre todo y algunos de Centroamérica, ha habido una invención de lo emancipatorio en nuestro continente y creo que eso es muy valioso.
–Creo que la construcción cultural del neoliberalismo está resquebrajada, pocos políticos se dirían ahora “neoliberales” sin riesgo a perder votos…
–Sí, te diría que en los ’90 el conjunto de la representación cultural del mundo, de uno u otro modo, estaba atravesada por el neoliberalismo; incluso las tradiciones de la resistencia eran débiles y se tenía la sensación de una eternización de un orden económico y social inconmovible. La idea global de la economía de mercado se veía como inexorable; el derrumbe del 2001 en Argentina abrió compuertas, pero esas compuertas suponen también que hay que recuperar olvidos y tradiciones que habían quedado muy desgastadas. Hay que tener cuidado y no pensar solamente en que si nos fue mal fue solamente porque había un enemigo fuerte y no porque también había algo en nosotros que fracasaba, que se equivocaba, que le faltaba intensidad. Es muy bueno en estos tiempos ser capaces de revisar críticamente las peripecias de los grandes movimientos populares y sociales del siglo XX. No sólo en Latinoamérica, porque somos hijos también del derrumbe de la Unión Soviética, de esta idea de que se acababan las ideologías, de que ya no iba a haber historia y que entrábamos en una época de consumo, del individuo, de la fiesta hedonista…
–De la pizza con champán
–Sí. En ese sentido creo que se ha avanzado mucho, ha habido capacidad crítica, cambiaron las condiciones materiales de la propia historia. La llegada en el caso argentino de Néstor Kirchner produjo una ruptura en una nación que si bien había atravesado la crisis del 2001, todavía no se terminaba de despegar de los ’90.
–Argentina es el país latinoamericano con más desarrollo de la clase media. Y la clase media, precisamente, crea mucha desesperanza en ese país…¿Si crece la clase media en otros países del área, tendremos que esperar entonces más individualismo, más egoísmo, más discriminación hacia los pobres?
–A ver, el problema no es sólo la clase media. Primero porque la clase media es muy compleja, muy amplia, y diversa en su composición. Creo que hay un sector nada menor de la Argentina que en estos años acompañó al kirchnerismo. Camino ahora por las calles de México y muchos chicos argentinos que están de vacaciones aquí se acercan para saludarme con simpatía y apoyo…así que diría que el problema no es sólo la clase media, sino el individualismo que crece en las condiciones exponenciales de consumo, cambios de hábitos culturales que también tocan a los sectores populares. El crecimiento económico de la primera década del siglo XXI en muchos países de Latinoamérica supuso una recomposición de la vida social. Eso es muy bueno, pero a su vez genera rupturas en el interior de las solidaridades tradicionales.
El Alto, por ejemplo, que es un sector en La Paz, Bolivia, que tiene una gran tradición de luchas populares, ha crecido mucho y hoy es un gran sector de consumo. En las últimas elecciones, la gente del Alto votó a una candidata sostenida por un magnate neoliberal. La movilidad social ascendente, que es buena, también es mala. Porque genera estos procesos de transculturización, de pérdida de los vínculos que le dieron forma a la solidaridad tradicional. Pero si mirás desde la primera vez que Hugo Chávez ganó las elecciones hasta ahora, en Latinoamérica todas las elecciones por cargos ejecutivos y presidenciales, han sido ganadas por los proyectos populares. El único caso excepcional ha sido la victoria de Sebastián Piñera en 2010, luego de que se fuera Michelle Bachelet, la que ahora volvió a la Presidencia de Chile. Pero en Brasil, Ecuador, Venezuela, Argentina, Bolivia, han ganado sistemáticamente los procesos democráticos populares y muchas veces apoyados por grandes masas de sectores medios. Cuando Cristina Kirchner ganó con el 54 por ciento de los votos, obviamente no la habían votado solo las clases bajas. Fue un voto transversal, igual al que obtuvo Correa en Ecuador, Evo en Bolivia. En este contexto lo que diría es que no tenemos que abandonar la disputa por la clase media. Una disputa cultural y de ideas que se fortifica con experiencias como esta, la Feria del Libro del Zócalo. Aquí se junta lo que ya no se junta, pues las sociedades se han compartimentado muchísimo y suele haber muchas ciudades en una, por lo que generar espacios de encuentro es muy bueno.
–Me gusta cuando hablas de la repolitización de Latinoamérica, sobre todo porque no existe mejor instrumento que la política para transformar la realidad
–Por supuesto. No hay que confundirse, lo desprestigiado no es la política como una lengua de la disputa, del conflicto, del debate por la justicia y la igualdad, sino la política como un instrumento ejercido para beneficiar a una casta, a un sector, como negocio. Hay que saber diferenciar eso. En América Latina ha regresado la política que se reencuentra con sus mejores raíces, sus mejores tradiciones. La política es un espacio que pone en evidencia para una sociedad lo que no está resuelto.
La política no es la conquista de lo absoluto, sino el descubrimiento de esa pelea por la mejor distribución del pan, de los bienes culturales y materiales, es la disputa por el poder, pero el poder entendido también como la expansión de los derechos. Esa política se ha refundado. Siempre el poder trata de vaciar la política, trata de mancillarla, de agusanarla, de decirle a la sociedad de que la política es horrible, es revulsiva, que no sirve para nada, que es el lugar de la corrupción; ese es el discurso de la derecha, siempre. Una república virtuosa, perfecta, que vaya a saber dónde está y un mundo de la política donde están los gángsters.
–Como House of cards, que como serie televisiva es maravillosa, pero en el fondo tiene un discurso súper reaccionario
–El problema es cuando la política es vista como la mímesis de la ficción televisiva y cinematográfica. En los ’90 en la Argentina pasaba por un set de televisión. Quien quería ser alguien en la política, tenía que pasar por ahí, lo que terminó sacando a la política de las calles y vaciándola de contenidos. Por ejemplo, ahora tienes el uso maquiavélico del poder en la serie House of cards. Todo se resuelve con tres tipos tomándose unos whiskys y decidiendo el destino de la humanidad sin posibilidad de intervención alguna. Todos somos unos tarados que no podemos decidir, entes pasivos, objetos de lo que tres tipos hacen con nosotros. Me parece que tenemos que dar también esa pelea, porque si la representación de la política es House of cards, estamos fritos. En la historia, las luchas por los derechos, por ampliar la vida democrática, por ampliar la igualdad, tiene que ver con disputar precisamente otro sentido de la política.
–Así y todo, Daniel Scioli, el candidato por el Frente de la Victoria que va primero en las encuestas, tuvo que ir al programa frívolo del popular Marcelo Tinelli…
–A ver, desde la concepción de Daniel Scioli tuvo que ir al programa de Tinelli. Cristina no hubiera ido. Néstor, tampoco. Y a ambos les fue muy bien sin ir. Cuando Kirchner llegó al Gobierno suspendió las conferencias de prensa, precisamente para evitar que la televisión siguiera devorando a la política. El político era un actor más de la tele. De la Rúa cuando se equivocaba de puerta, etcétera, la política estaba “tinellizada” y haber sacado a la política de ese eje, fue un gran gesto fundacional del kirchnerismo.
–Se contrarresta con una Presidente que da cadenas oficiales a cada rato
–Eso es diferente. Eso es la utilización de los medios de comunicación para romper el bloqueo de los medios hegemónicos. Cristina Kirchner se comunica a través de la cadena con una parte de la sociedad con la que no se podía comunicar porque la acción de los medios opositores hacen invisible la acción de Gobierno. No es Cristina sometiéndose a la estética de un programa como Almorzando con Mirtha Legrand o el de Marcelo Tinelli. Daniel Scioli hace lo contrario y acepta las reglas de juego del otro, son dos modalidades diferentes.
–La gestión Presidencial de Cristina Kirchner, con la ley de fertilización asistida, con el parto humanitario, tiene un tinte de género muy marcado
–Sí, por supuesto. Es una mujer que combina el ejercicio del poder con la sensualidad, la femineidad y un gran instinto de género. Cristina Kirchner ha desafiado el poder masculino y ha puesto en evidencia que hay un plus, una posibilidad de mirar con un espectro más amplio la realidad. Un candidato no habla por ejemplo de que su hija acaba de tener una bebé y lo ha hecho abuelo. Cristina sí. Eso hace a lo que es ella y al modo en que se vincula con la sociedad.
–Se espera con mucha ansiedad la visita a la FIL Zócalo del vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, considerado el genio de la política actual en su país…
–Creo que hay que juntarse en este momento de Latinoamérica. Recientemente hicimos un foro en Buenos Aires, donde entre otros vinieron Paco Taibo, Álvaro García Linera, Noam Chomsky, para generar espacios de encuentros. Álvaro es un hombre que ha logrado conjugar una trayectoria militante en su historia con el ejercicio del poder como vicepresidente de su país, a la que le suma una mente analítica extraordinariamente potente. Eso es muy valioso y hay muchas figuras importantes en Latinoamérica y por eso es tan necesario crear ámbitos para el encuentro y el debate. Para conocernos, además, porque la paradoja es que el sistema cultural construye compartimentos estancos. Las editoriales españolas editan en paralelo en América Latina, pero no en forma simultánea. Un escritor de Guatemala que edita Alfaguara es distribuido sólo en su país, no en el resto del continente, salvo que venda muchos libros y se haga famoso. Es una política de la lengua, de fundar hegemonía, no es sólo negocio editorial. Por eso es nuestra obligación crear vasos comunicantes en nuestro continente.
–Antes existía la Escuela de las Américas para formar militares golpistas y con ello dominar el territorio político del continente, ahora están los medios de comunicación hegemónicos, que se comunican entre sí, ¿nunca se sumarán esos medios, como la CNN, Clarín, La Nación, O Globo, a los procesos de la democracia?
–No. Sobre todo porque ya no hay lugar para los Golpes de Estado, pero todavía persisten en muchos países las democracias frágiles y vaciadas de contenido, como si el poder no necesitara de su guardia pretoriana, porque tiene otros mecanismos de dominación; esos mecanismos son la industria cultural, los grandes medios de comunicación, el lugar clave y sutil de la expansión neoliberal. Desde las tradiciones populares, tenemos que dar la batalla cultural.
–Hay un candidato a la Presidencia de Argentina que propone fundar una Guerra del Narco…¿sabe las consecuencias que tuvo en México esa medida?
–Lo sabe perfectamente. Lo que pasa es que cree que pedir la Guerra del Narco le sirve electoralmente. Es un canalla. La experiencia de la militarización en México ha sido salvaje. Criminalizar a los pobres, poner al ejército a atender cuestiones internas, en países donde ya sabemos lo que hizo y hace el ejército…son los nuevos mecanismos de la derecha, desarrollar el consumo, el narco y construir cada día más cárceles, más pobres presos. Es lo siniestro.
–¿Cuándo México se va unir a Latinoamérica?
–México duele mucho. Tengo una relación entrañable con México, de muchos años. Desde el verano del ’77 conozco este país. Tengo muchos amigos, en los últimos 20 años he venido a varias universidades mexicanas. El problema de México es que no ha podido construir una verdadera democracia. El México del PRI [Partido Revolucionario Institucional] sufrió un vaciamiento de la vida democrática, no ha habido capacidad por parte de los movimientos populares y de la izquierda mexicana para contrarrestar eso. México tiene una democracia fallida en estos momentos. Está demasiado cerca de los Estados Unidos, eso es algo muy grande.
–¿No hay una luz en el túnel?
-Sí, claro que sí. Soy de los que piensan que nos sobran razones para ser pesimistas, pero siempre hay la posibilidad de un giro, de una ruptura, de algo novedoso y en verdad lo que debemos tratar de impedir es el triunfo de la barbarie. Nuestro esfuerzo es impedir que la barbarie reine sobre el planeta y a veces se logra crear algo. México tiene una vieja y extraordinaria memoria de la insurgencia, algún día esa memoria va a volver a encontrar su generación.
–¿Valió la pena poner toda tu vida intelectual al servicio de un Gobierno determinado?
–Nunca pensé que el intelectual era el que se apartaba de un modo purista de la demanda de la realidad. Siempre pensé en la vieja figura del intelectual comprometido, por lo tanto agradezco haber tenido la oportunidad en este momento en mi país, de poder cruzar mi vida intelectual con mi pasión por una sociedad más justa. No hay contradicciones en ello.