Ciudad de México, 14 de septiembre (SinEmbargo).- Mirada en alto, bigote tupido, huaraches, el maestro César Martínez, del Istmo de Tehuantepec, no se quiere ir del Zócalo capitalino al que llegó la tarde del 21 de agosto para impedir la promulgación y aplicación de las tres leyes secundarias que conforman la Reforma Educativa.
Vivió frente al balcón de Palacio Nacional 24 noches. No hubo marcha en la Ciudad de México en la que él no estuviera. Ni grito al que no se sumara. Él, de hecho, es autor de algunas consignas que a fuerza de coreo, se quedaron en la memoria de este movimiento. Y también en la ciudad, si es que las ciudades tienen oídos y un cerebro donde guardan los sonidos.
Pero todo eso ya es cosa del pasado y ya no importa nada porque Daniel Rosas, director de la zona, conocido desde la infancia, le suplica que recapacite. Le está diciendo que, por favor, aviente todo al fuego, que ahí deje la casa de campaña, que se olvide de las latas de atún y chiles y que, por favor, corra. Le está brindando la hora en voz alta: las 4:30. Las 4:30, maestro. Las 4:30… Le está diciendo con un ánimo que ya tornó al enojo: ¡Somos los últimos!
No falta mucho para que de negro, coraza transparente, apariencia de querer y poder llegar a donde sea, cientos de granaderos atraviesen la plancha de la Plaza de la Constitución y tiren petardos en la esquina de Venustiano Carranza y 20 de Noviembre donde se encuentra la última barricada para defender el campamento montado para resistir a la promulgación de la legislación que ordena evaluación única para los profesores de México.
La otra muralla de cartón y fierro, la de la calle de Palma, levantada desde las 10 de la mañana y que en apariencia, sería el punto estratégico de la defensa del Zócalo, no parece preocupar a los Granaderos. Ni siquiera pasarán por ahí en su carrera. A esta hora ya está deshecha, aniquilada y sus residuos son plástico amarillo a medio chamuscar. Si alguna vez fue algo, hoy no es más que una revoltura de carbón y papel con hedor.
El olor lo recorre todo. La quemazón, en esta tarde, se ha vuelto un lugar común que se mete por la nariz y ahí se instala. En cada punta de la plaza pública más grande del país, hay fogatas atizadas por zapatos, palos, ropa, cosas, muchas cosas. Lo que dice el profesor Daniel Rosas es cierto: es cosa de nada para que los Granaderos dejen la calle de Moneda donde se apostaron desde las nueve de la mañana, y persigan a cualquiera que sobreviva en el Zócalo entre estos fuegos. Tienen la orden de completar el desalojo. Y ya se sabe –porque así lo ha dicho el comisionado de Seguridad, Manuel Mondragón y Kalb- que serán apoyados por elementos de la Policía Federal (PF) si la resistencia es firme.
Pero el profesor César Martínez parece no tener sentido de las cuentas regresivas porque prefiere detenerse ante una grabadora y que su presencia sea captada por un celular. Si el humo no lo envolviera, podría decirse que es un hombre dispuesto a la conversación y poco proclive a las pausas.
-No, no, no. El acuerdo fue otro. El acuerdo fue resistir. Hace rato hubo asamblea y la base magisterial dijo que íbamos a resistir. Por eso yo soy el último. Porque el acuerdo fue otro.
-Pero si ya se fueron todos, profesor…
-Pero los movió el miedo. ¿Qué hace un palo ante una tanqueta? ¿Qué hace un palo entre este humo? Que no quede piedra sobre piedra, les dijeron.
– ¿Cómo y cuántos son sus alumnos?
-Son 17. Tienen discapacidad. Mis alumnos son pobres, indígenas y con discapacidad. No hay ningún proyecto educativo para mis alumnos. Por eso quise ser el último.
EL EMPLAZAMIENTO
Hace tres horas, Héctor Serrano, secretario de Gobierno del Distrito Federal, descendió de un coche, acompañado de Enrique Galindo Ceballos, comisionado de la PF. En la esquina de 20 de noviembre y Venustiano Carranza, donde se encuentran los almacenes de Liverpool y El Palacio de Hierro, dialogaron con una comisión de la CNTE. Del diálogo, surgió un emplazamiento. A las 16:00 horas no debía estar ningún maestro en el Zócalo. Ni nada suyo. Salir por el propio pie, correr, abordar los autobuses rumbo a Guerrero, Michoacán o Oaxaca; empacar todo o dejarlo todo es decisión de los maestros a partir de ahora. El Zócalo se requiere para que el Presidente de la República, Enrique Peña Nieto, de el Grito de Independencia, una fiesta tradicional con la que México celebra su Independencia de la Corona Española.
Hasta la madrugada del 13 de septiembre, se creía que Peña Nieto se iría a Dolores Hidalgo para concretar la fiesta patria. Personal del Estado Mayor Presidencial y efectivos del Ejército arribaron a ese municipio donde el cura Miguel Hidalgo y Costilla llamó a la revuelta para lograr la emancipación en 1810. Y el gobernador Miguel Márquez Márquez puso de manifiesto su esperanza: “De que hay posibilidades, las hay. Es la Cuna de la Independencia, y siempre se estila que el Presidente venga alguna vez en el sexenio. Ojalá pudiera ser en este su primer año. Para nosotros sería un privilegio”.
Aquella madrugada, en el Zócalo, nadie durmió. La posibilidad del desalojo aumentaba tanto que algunos prefirieron cantar para hacer que el tiempo pasara con su amabilidad. Eran canciones alegres, de Oaxaca, que hablan de cuando el campo quiere dar maíz, o cuando una mujer da vida. Otros le gritaban al aire. A los helicópteros de la Secretaría de Seguridad Pública que habían empezado un vuelo que se volvió permanente y luego, jamás se fue. Eran gritos que se perdían porque no encontraban rebote: ¡Zaaapata viveee! Así llegó la tarde. Esta en la que Héctor Serrano, secretario de Gobierno, ha negociado la salida pacífica de los maestros. Pero aquí no hay paz. Él mismo no ha logrado llegar a la plancha del Zócalo. En una esquina, ha dicho que como resabio de este movimiento, quedan sólo unos cincuenta maestros, atrapados entre las fogatas. También, ha justificado el uso de la fuerza pública: hay un grupo de “esbozados” al que ya tienen identificado.
El maestro César Martínez está frente a Palacio Nacional y escoge el tiempo de la cámara lenta para acarrear sus cosas. Algo que otros concluyeron a las 2 de la tarde, a él lo tendrá ahí hasta las 4:30. “Lo primero que hay que aprender en un desalojo es la paz y la agilidad”, dijo uno de los profesores de la delegación 1-126, cuyas casas de campaña estaban en el centro de la plaza. Eran las 12 del día. Todo, en el éxodo, se volvía extremo. El apoyo y el agravio. Estar con los maestros o llamarlos “huevones”, “actores de baja monta” o “delincuentes”. Pasaban por la calle 16 de Septiembre, con mochilas y bolsas de plástico a los hombros. Pasaban rápido. Unos querían irse. Otros, quedarse donde fuera. Desde los búnkers que en ese momento eran las sucursales bancarias, sellados con persianas y cierres metálicos; desde las tiendas Oxxo; desde las cantinas cerradas a cal y canto, los maestros oyeron gritos. Lo mismo eran de “¡Resistan” como: “¡Vete maldito güevón!” Todo transcurría sin pausas.
Han dado las 4:31 y el profesor César Martínez está corriendo. Alcanzó a decir que tiene 17 alumnos y que todos son pobres, indígenas y con discapacidad. Pero no dijo más porque por fin y al parecer, se han activado esos sensores nerviosos que ordenan a los pies correr. Detrás de sí lo dejó todo: casa de campaña, camisetas, pantalones, latas de atún y chile, todo. El Zócalo ya es de los Granaderos. Una nube negra se ha impuesto desde la Plaza de la Constitución hasta 16 de septiembre, Cinco de Mayo, Tacuba y Madero. La nube envuelve a maestros, psicólogos voluntarios, encapuchados, fotógrafos, reporteros, policías y otros que quisieron asistir y darse cita en este desalojo.
Los Granaderos van avanzando. Ya van hacia el Eje Central por 16 de Septiembre y van haciendo ruido con las macanas en señal de que triunfaron y algunos, van emprendiendo brincos. Están compartiendo el agua que traían en garrafones. Se van dando baños breves en las caras.
El Zócalo será suyo hasta la madrugada del 14 de septiembre cuando los recuerdos de lo vivido aquí los últimos 25 días se borren bajo chorros a presión. Acaba de ser estrenada la primera tanqueta del Gobierno del Distrito Federal capaz de dispersar multitudes con líquido. Es probable que también sea usada para que esta plancha quede limpísima y que al amanecer, brille. Al fin y al cabo, se prepara una fiesta. La de la Independencia de la Patria.
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¿Quién levantó las cosas dejadas tras de sí por el profesor César Martínez? ¿Se pueden barrer 25 noches de resistencia frente al balcón del Palacio Nacional? Las respuestas se vuelven obvias porque a las 20:00 horas, la Secretaría de Obras y Servicios (SOS) del Gobierno del Distrito Federal (GDF) ha informado que trabajadores de limpia ya se llevaron 81 toneladas de plásticos, residuos de comida y artículos propios del campamento como ropa y zapatos. Que se utilizaron 15 barredoras mecánicas, cinco pipas de agua y 48 camiones de carga. Que los trabajadores aplicaron desengrasante y litros de líquido desinfectante. La Secretaría ha bautizado como “destrozos” todo lo dejado en el Zócalo capitalino, una vez emprendida la carrera.
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A las 4:45 de la tarde, en el Centro Histórico capitalino se corre, pero no se sabe para dónde.
Los integrantes del Cuerpo de Granaderos y la Policía del Gobierno del Distrito Federal han formado una cápsula en el Eje Central a la altura de 16 de septiembre.
Hay heridos. Son decenas. Golpes en la cabeza e infecciones en la garganta por efecto del humo de los petardos son atendidos en una ambulancia del Ejército de Rescates de Urgencias Médicas (ERUM).
Si se quiere salir de la cápsula hay que formarse. La fila hace curvas, remolinos, y está sobre una revoltura de trapos. Algunos están distraídos. Buscan sus zapatos. Si alguien quiere salir de aquí, debe formarse y mostrar su credencial de maestro. En este punto es donde la policía ya tiene a casi 20 detenidos porque no le han mostrado el documento que acredita la personalidad de docente. La tarde avanzará y el número se incrementará a 31. De noche, cuando el Zócalo ya esté reluciente, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, podrá aparecer en conferencia de prensa y decir que durante el desalojo de los profesores de la CNTE, realizado por la Policía Federal, hubo infiltrados. Es la sospecha que tuvo Serrano a la una de la tarde. Pero que al profesor César Martínez le importó poco. Se quedó en su casa de campaña aun cuando lo amenazaban dos posibilidades: ser desalojado por los Granaderos o ser detenido bajo sospecha de ser infiltrado.
El Secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, estará en posibilidad de decir que estos grupos, ajenos a los profesores, llevaban armas y objetos que volvieron violenta la situación.
Luego, podrá recapitular que el gobierno federal sí dialogó con las comisiones de la CNTE y que les ofreció dos sedes más para su plantón: Santo Domingo y el Monumento a la Revolución.
Sobre el desalojo del Zócalo también hablará Miguel Ángel Mancera Espinosa, Jefe del Gobierno del Distrito Federal. Ya muy noche, al cuarto para las once, dirá que la participación de las autoridades fue de diálogo y búsqueda de caminos para este conflicto.
El Jefe del Gobierno Capitalino expresará que él cumplió con su obligación de proporcionar la seguridad perimetral a los habitantes de la ciudad que está a su cargo.
Dirá en unas horas, Mancera, que el Distrito Federal es una ciudad de libertades donde se privilegia el diálogo, los acuerdos y la construcción de caminos de avance.
-Mire, ahí está mi zapato, ¿me lo puede pasar? –dice un profesor a punto de mostrarle su credencial a un policía federal.
El zapato parece lengua negra. El profesor no se lo pone. Se lo lleva en la mano. Y corre.
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Todo volvió a empezar. La madrugada no había llegado completa y cientos de maestros montaron casas de campaña en torno al Monumento a la Revolución. Llovió. No fue una tormenta, pero alcanzó a volver frío el ambiente bajo las lonas y las casas de campaña.
Como en las pasadas noches en el Zócalo, entre el silencio, surgieron gritos dirigidos hacia el cielo:
-¡Zapaaaata viveeee!
Algunas profesoras dialogaron sobre la ubicación del baño más cercano. Coincidieron en que ahora –quizá- será más fácil acudir porque un gimnasio les quedó justo enfrente. Pero admitieron que será más caro. También tuvieron otra coincidencia: va a ser difícil encender fogones para hervir frijoles. –Mañana vemos eso –dijo alguien.
Sobre sus cabezas,aún volaban helicópteros de la PF. Por los altavoces, se escuchó que todos estaban invitados al Zócalo capitalino la noche del domingo, cuando el Presidente de la República, Enrique Peña Nieto, de su primer Grito en la conmemoración de la Independencia de México.
El profesor César Martínez estaba recargado en un muro del Monumento. Guardaba silencio. Reconocía cansancio en el cuerpo pero dijo que mañana verá cómo vuelve a montar alguna casa de campaña para vivir ahí y dormir. Lo último que pronunció fue que va a resistir.