Alejandro Páez Varela
14/08/2017 - 12:05 am
Alí Babá y la generación podrida
Sólo un extraño, uno fuera del círculo cerrado, podría allanar la cueva y regresar a sus verdaderos dueños todo lo sustraído
El Presidente Enrique Peña Nieto es el padrino de una generación que será recordada por décadas. No suena halagador ahora, y sonará infinitamente peor en el futuro cercano. César Duarte, Javier Duarte, Roberto Borge y otros de su calibre fueron bautizados por él como “la generación del nuevo PRI”. Resultaron una generación podrida. Un PRI podrido, pues. O el PRI más podrido del que se tenga memoria.
Quienes argumentan a favor del mandatario podrían decir que él no tiene la culpa de que salieran podridos. Contra sus argumentos, sin embargo, están los hechos: él, el mandatario, los mantuvo y los protegió a pesar de todas las denuncias, al grado que César Duarte sigue prófugo y la Procuraduría General de la República no ha movido un dedo, vergonzosamente, para lograr su extradición; a Javier Duarte lo atrapó la Interpol con ayuda de las autoridades de Guatemala; a Roberto Borge le cayó también la Interpol y el Gobierno de Panamá, mientras que a Tomás Yarrington lo apresaron la Interpol (otra vez) y Estados Unidos en Italia; éste último ni siquiera tocará piso mexicano: irá directo a una prisión allá, donde lo juzgarán por desvío de recursos públicos, nexos con el crimen organizado y lavado de dinero.
El “nuevo PRI”, esa generación de personajes sórdidos, es una enorme mancha negra en la Historia de México. Y no termina sino empieza, esa generación, con los ex gobernadores: alcanza a los que, como “nuevo PRI”, tomaron el poder con Peña Nieto. En esa lista están desde un Luis Videgaray hasta un Gerardo Ruiz Esparza, veteranos pero vendidos como “nuevos”; el actual presidente nacional del PRI, Enrique Ochoa Reza, o Emilio Lozoya, ex director general de Petróleos Mexicanos. Y otros más, viejos conocidos: Carlos Romero Deschamps, Emilio Gamboa Patrón, Elba Esther Gordillo (para mí parte de lo mismo) y otros muchos más señalados en su momento por corrupción. La mayoría libres y operando.
Casi todos los señalados por corrupción en este sexenio tienen una liga que da directamente al Presidente. Los dos Duarte, Yarrington y Borge han sido señalados como financieros de su campaña de 2012. Ruiz Esparza ha estado cerca del mandatario desde que era Gobernador del Estado de México y lo mismo pasa con Videgaray; ambos tienen amistad con las constructoras del sexenio. De Lozoya y de su padre, del mismo nombre, se sabe que operaron políticamente para Peña al menos durante la contienda electoral del mismo año.
Ninguno salva su cercanía con el Presidente y el mismo mandatario arrastra dudas: la “casa blanca” es sólo una parte; o sus posibles nexos con empresas constructoras como OHL y Grupo Higa, beneficiarias de contratos por miles de millones de pesos durante al menos una década en los gobiernos que él, Peña Nieto, ha encabezado.
Analizada la cercanía, cualquiera podría suponer que el padrino y la generación son una misma cosa. Que si las instituciones operaran con independencia, todos, de arriba a abajo, habrían sido indiciados por sospechas de corrupción.
El padrino de una generación podrida se ha pasado todo el sexenio protegiendo a los miembros del “nuevo PRI”; eso dice la evidencia. Quizás porque está imposibilitado a ir por ellos, y tiene cierta lógica: es como si Alí Babá promoviera el allanamiento de la cueva de los cuarenta ladrones, de la que él mismo ha obtenido su propia riqueza.
El cuento de Las mil y una noches narra la historia de Alí Babá, un hombre que descubre las claves de entrada y salida de la cueva en la que cuarenta ladrones han escondido el producto de sus pillerías. “Ábrete, sésamo” son las palabras mágicas para abrir el acceso al tesoro; “ciérrate, sésamo”, permite cerrarlo. Alí Babá es, en realidad, un ladrón de ladrones: un día se entera de las claves y entra y sustrae parte del tesoro que los otros han robado, de aquí y de allá.
A diferencia del cuento persa, el padrino de la generación podrida sí parece tener relación con todos los involucrados en los escándalos de corrupción, es decir, con los cuarenta ladrones. Y, como en el cuento, sueña con ser el único conocedor del secreto del tesoro y parece contar los días para que todo esto acabe sin tener que dar una explicación del origen de su fortuna.
No veo cómo, en las actuales circunstancias, la generación podrida pague. La cueva está diseñada para proteger el tesoro y para garantizar la impunidad de los cuarenta ladrones y –en el cuento mexicano– la de Alí Babá. El Sistema Nacional Anticorrupción es apenas membrete inútil en sus actuales condiciones (ah, pero ya paga salarios) y la Secretaría de la Función Pública perverso contado por alguien de humor terriblemente negro.
Sólo un extraño, uno de afuera del círculo cerrado, podría allanar la cueva y regresar todo lo sustraído a sus verdaderos dueños, es decir, los mexicanos. Ese, se suponía, era el trabajo que haría el engañabobos Vicente Fox a partir del 1 de diciembre del año 2000 y sabemos qué pasó. Ese era el trabajo de Felipe Calderón en 2006 y también conocemos en qué paró el cuento: él, sentado junto a la cueva, rasándole la panza a Alí Babá y a los cuarenta ladrones.
Tenemos 2018 cerca. El “nuevo PRI” tiene pocas posibilidades de repetir en la presidencia.
Sugiero, por vergüenza propia y ajena, que razonen bien su voto. Les pediría, hasta por pura dignidad, que lo entreguen a quien de verdad garantice que abrirá la cueva, sacará a los ladrones y los encerrará (junto con Alí Babá) en donde no puedan hacer más daño y todos los demás escarmienten. Es así, o este país seguirá en manos de los que inventaron la cueva. Es así o seremos, eternamente, los idiotas del cuento.
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