En su primera jornada oficial en tierras mexicanas el Papa Francisco no dejó títere con cabeza; regañó a los corruptos, a los criminales y a los obispos. Criticó la exclusión y mencionó a las víctimas de la violencia.
Ciudad de México, 14 de febrero (SinEmbargo).- El exhorto a la transparencia clerical y la evocación de los deudos de la violencia fueron los ejes de los discursos del Papa Francisco en la primera de las cinco jornadas que tiene agendadas en su visita a México. Por primera vez en la historia, el máximo líder católico ingresó al recinto de El Palacio Nacional donde lo recibieron el Presidente Enrique Peña Nieto; su esposa, Angélica Rivera; los miembros del Gabinete; gobernadores, legisladores y dirigentes partidistas.
Ante la clase política de México, en el patio central del Palacio Nacional, el obispo de Roma aludió a la corrupción, el flagelo que atraviesa México con un cúmulo de episodios y un costo que equivale a casi diez por ciento de su Producto Interno Bruto. El Papa Francisco exclamó:
“Cada vez que buscamos el camino del privilegio o el beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo”.
Fue el mismo Papa –y nadie más- quien eligió su agenda en México, dijo con contundencia el vocero del Vaticano, Federico Lombardi, en los días previos a la visita. El llamado Santo Padre, por su parte, había dicho el año pasado sobre México, en una carta que le escribió a un diputado argentino: “Estuve hablando con algunos obispos mexicanos y la cosa es de terror”. El comentario fue apenas una muestra de que el Papa sabía que pisaría un país acorralado por los fantasmas de la violencia y la impunidad que han dejado en los últimos diez años, unos 180 mil muertos, otros miles de desaparecidos y millones de desplazados. Como dijo él mismo días atrás, una nación con su “pedacito de guerra”.
Ayer, el Papa no habló de manera expresa de la pederastia –el problema que ha revolucionado a las congregaciones mexicanas- o la desaparición de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, Guerrero –el evento que descarriló al Gobierno de Enrique Peña Nieto. Pero, como indicó Joaquín Aguilar Méndez, director de la Red de Sobrevivientes de Abusos Sexuales por Sacerdotes, usó “un discurso inteligente que sin dejar de ser diplomático, tocó los temas sin necesidad de gritar”.
Así, ante los obispos, dijo: “Si tienen que pelear háganlo como hombres y de frente”. Mientras que en la misa que ofició en la Basílica de Guadalupe, su sermón estuvo dirigido a los padres, madres y abuelos “que han visto partir, perder o incluso arrebatarles criminalmente a sus hijos”. A escuchar a Francisco, al recinto guadalupano, asistieron el ex Presidente Felipe Calderón Hinojosa y su esposa, Margarita Zavala Gómez del Campo. Fue en el Gobierno calderonista cuando se inició una política para combatir al crimen organizado que sacó a las fuerzas armadas a las calles. Muchos observadores asocian con esta estrategia, el maltrato de los derechos humanos, apremiante ahora en el paisaje mexicano. En la ceremonia en la Basílica también estuvieron el Presidente Enrique Peña Nieto y su esposa, Angélica Rivera Hurtado.
Las visitas papales a México no solían ser como la de ayer. Después de un largo proceso de acercamiento, en 1992, el entonces Presidente Carlos Salinas de Gortari y el Papa Juan Pablo II –canonizado en 2012- lograron reanudar las relaciones diplomáticas entre el Vaticano y México, rotas en el siglo XIX. Otros Mandatarios lo habían intentado como Luis Echeverría Álvarez con una visita a Pablo VI en 1974 o José López Portillo con el propio Juan Pablo II en 1979.
Promulgadas en 1860 por Benito Juárez, las llamadas Leyes de Reforma establecieron en México durante más de un siglo un Estado laico. En 1917, quedó asentada en la Constitución Mexicana la prohibición al voto y la participación en la política nacional para los ministros de culto.
El pasado viernes, en el recibimiento del Papa Francisco en el Hangar Presidencial, todos los miembros del Gabinete del Presidente Enrique Peña Nieto le dieron la mano y algunos aprovecharon para entablar breves diálogos. El más largo fue el de la Procuradora General de la República, Arely Gómez González. Después, casi completa, la jornada de ayer, el Papa la realizó rodeado por políticos.
EL ZÓCALO: LOS GRITOS, EL ABUCHEO
Ayer, ante los fieles católicos que se reunieron en la plancha del Zócalo capitalino, el Presidente Enrique Peña Nieto no salió con buena evaluación. Cuando en las megapantallas colocadas en la plaza de la Constitución, apareció su imagen al lado de Francisco, mientras le mostraba los murales de Palacio Nacional, un abucheo cimbró al mismo Zócalo y las calles aledañas. El pulso del llamado termómetro político de México estaba alto. Ahí, el jerarca de la Iglesia Católica, de 79 años de edad, arrancó con un discurso que llamó al buen actuar. “A los dirigentes de la vida social, cultural y política les corresponde de modo especial ofrecer a todos los ciudadanos la oportunidad de ser dignos actores de su propio destino”.
El Presidente Enrique Peña Nieto y el Jefe de la Iglesia Católica mantuvieron una reunión privada. Después, el Papa paseó en el coche descubierto –el papa móvil- por el Zócalo donde los cientos de personas reunidas ahí lo aclamaron. Enseguida, vio a los obispos mexicanos en la Catedral Metropolitana quienes le escucharon un discurso largo, fuerte e inesperado. Faltaban unas horas de la misa que oficiaría en la Basílica de Guadalupe, el mayor santuario de México.
Ante los purpurados, el Jefe de la Iglesia Católica instó: “Sean (por lo tanto) obispos de mirada limpia, de alma transparente, de rostro luminoso. No le tengan miedo a la transparencia. La Iglesia no necesita de la oscuridad para trabajar”. En este punto, dejó un poco ese tono pausado suyo y dijo: “Vigilen para que sus miradas no se cubran de las penumbras de la niebla de la mundanidad; no se dejen corromper por el materialismo trivial ni por las ilusiones seductoras de los acuerdos debajo de la mesa; no pongan su confianza en los carros y caballos de los faraones actuales, porque nuestra fuerza es la «columna de fuego» que rompe dividiendo en dos las marejadas del mar, sin hacer grande rumor”.
Sobre las palabras de Su Santidad, Jorge Navarrete Chimés, Director del Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, externó: “Ahora mismo conviene el tema de la transparencia en el catolicismo mexicano. El Papa Francisco ha puesto una muestra con los cambios en el Banco Vaticano. En México conviene transparentar todo esto y que la administración de todos los recursos de los santuarios sea comprobable”.
En la administración pública, la transparencia es un ejercicio ligado a la rendición de cuentas y regida por la Ley Federal de Servidores Públicos y las leyes de Transparencia y Acceso a la Información. En lo que respecta a las asociaciones religiosas, hasta ahora, ninguna normativa ha obligado a hacer públicos sus ingresos y egresos, como tampoco sus decisiones.
Dado un afluente de veinte millones de peregrinos cada año, cuyo dinero en limosnas no ingresa a ningún registro público, la Basílica de Guadalupe –La Villa- representa uno de los asuntos de poca transparencia. Sus últimos administradores –el abad Guillermo Shulenburg (fallecido en 2009) y el rector Diego Monroy– dejaron la autoridad del santuario envueltos en acusaciones de enriquecimiento inexplicable.