Tras la destitución y arresto de su ex Presidenta debido al caso de corrupción que afectó incluso a los más grandes corporativos del país, la generación de jóvenes es la más indignada y reclama un país con mayor igualdad.
Seúl, 13 de diciembre (EFE).- El caso de corrupción de la "Rasputina" sacudió Corea del Sur en 2017 con la destitución y arresto de su ex Presidenta y un adelanto electoral, pero ante todo logró remover y puso en duda el modelo sobre el que se cimentó el milagro económico del país asiático.
El hallazgo de una simple tableta electrónica en el otoño del año anterior fue la primera de una larga serie de pruebas que mostraban la enorme influencia que Choi Soon-sil, amiga íntima de la entonces presidenta Park Geun-hye, ejercía sobre la mandataria y sus políticas pese a no ostentar cargo oficial alguno.
El caso desató una ola de protestas ciudadanas -no vista desde las movilizaciones prodemocracia de 1987- pidiendo el cese de la ex Presidenta, que llegó al poder en 2012 haciendo valer el nombre de su padre, Park Chung-hee, militar que gobernó con mano de hierro de 1961 a 1979 pero venerado como padre del "boom" económico.
El Tribunal Constitucional acabó ratificando el 10 de marzo la destitución parlamentaria de Park, la primera de un Jefe de Estado surcoreano hasta la fecha, antes de que fuera puesta en prisión de manera preventiva acusada de filtración de secretos, abuso de poder, coacción o soborno.
Según los investigadores, Choi y Park tejieron un denso entramado para, por un lado, acosar y silenciar a opositores, y por otro, para lucrarse aprovechando su poder e influencia.
Ambas están acusadas de, entre otras cosas, extorsionar unos 50 millones de dólares (unos 42.5 millones de euros) a empresas a cambio de que éstas recibieran trato de favor del Gobierno, y la ex Presidenta encara por ello posibles penas de prisión que van de los 10 años a la cadena perpetua.
En ese sentido, el huracán "Rasputina" salpicó también a más de 50 compañías, entre ellas varios "chaebol" (los grandes conglomerados controlados en su mayoría por clanes familiares) como LG, Hyundai o Samsung, ésta última símbolo por excelencia de la rápida transformación del país en potencia económica.
El heredero del grupo y presidente "de facto" de Samsung, Lee Jae-yong, se contó entre la treintena de encausados por el caso y acabó condenado a cinco años de prisión por participar en la red de sobornos de Choi y Park.
El escándalo ponía así en la picota a dos clanes -los Lee y los Park- que habían jugado un papel capital en la gestación del llamado "Milagro del Río Han", el fenómeno que desde los 60 convirtió a un país devastado por la guerra en una de las mayores economías del mundo gracias al fuerte apoyo institucional hacia los "chaebol".
Comprobar cómo las nuevas generaciones de estas dinastías se han valido del mismo nepotismo y autoritarismo de sus predecesores para alimentar intereses propios ha enfurecido enormemente a la sociedad surcoreana.
Y la indignación ha sido especialmente palpable en los más jóvenes, movilizados con entusiasmo en las calles para reclamar un país en el que se empiecen a combatir unas desigualdades económicas cada vez más agudas o una falta de movilidad social casi total.
Por otro lado, y aunque la mayoría de seguidores que se mantienen fieles a Park y a sus huestes conservadoras sigan siendo jubilados, muchos mayores de 65 decidieron votar por Moon Jae-in, el político liberal que acabó ganando las presidenciales del pasado 9 de mayo.
Estos votantes son parte de la generación que se deslomó trabajando en las plantas de los "chaebol" y que en muchísimos casos ni siquiera tiene derecho a una pensión que, en caso de poder cobrar, rara vez supera los 200 dólares al mes.
Son estos los principales y complejos retos que hereda Moon junto a la necesidad de reconstruir los lazos, inexistentes tras diez años de Gobiernos conservadores en Seúl, con el siempre conflictivo régimen norcoreano.