El médico neuropsiquiatra y escritor presenta Un diccionario sin palabras (Almadía), donde al decir del pensador Roger Bartra “muestra un refinamiento reflexivo de amplio espectro y un buen uso literario de la clínica”. En los ensayos y la narración de casos, el lenguaje es la preocupación máxima: la manera en que las personas desarrollan un sistema de símbolos que pueda tender puentes entre ellos y la realidad.
Ciudad de México, 13 de septiembre (SinEmbargo).- Cuando la medicina se queda sin palabras, acude la literatura como un modo de explicar lo inexplicable. Sobre esa teoría, el médico y escritor Jesús Ramírez Bermúdez elaboró su reciente Un diccionario sin palabras (Almadía).
Se trata de una obra ensayística con relatos clínicos sobre pacientes reales donde el lenguaje se erige como la mayor preocupación teórica y práctica. Ciencia y letras se unen así para dar rostro humano a las experiencias de personas que han pasado o tienen un pariente que ha pasado por una enfermedad cerebral que los ha dejado mudos.
Nacido en Ciudad de México en 1973, Jesús Ramírez Bermúdez estudió Medicina en la Universidad Autónoma Metropolitana y posteriormente completó estudios de postgrado en Psiquiatría y Neuropsiquiatría en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y el Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía de México (INNN). La UNAM le otorgó mención honorífica durante la obtención del grado de Doctor en Ciencias. Realizó un Visiting Fellowship en Imágenes funcionales por Resonancia Magnética en el Massachussets General Hospital de Boston. Trabaja como Jefe de la Unidad de Neuropsiquiatría del INNN.
Uno de los hijos del escritor José Agustín, ha publicado, además, más de 70 artículos de investigación en el ámbito de las neurociencias, en revistas científicas de EUA, Japón, Inglaterra, Alemania, España, Australia, Argentina y México. Se formó en los talleres literarios de José Agustín, María Luisa Puga, Juan Villoro y Francisco González-Crussí.
–¿Hay mucha relación entre literatura y medicina?
–Sí, porque la medicina es un lenguaje que trata de poner en palabras un mundo de experiencias pre-verbales que provienen del cuerpo enfermo. Trata además de transmitir experiencias subjetivas muy difíciles de comunicar como el dolor, la despersonalización, alucinaciones y otros fenómenos para los cuales a veces no disponemos de un léxico suficiente. El hablar de todos los días es el léxico de la normalidad, por decirlo así, con el que todos nos podemos poner de acuerdo. La medicina al igual que la literatura cumplen esa función de traducción, transformando formas de información pre-verbales en información propiamente verbal. La poesía, la narrativa, el ensayo, consiste en ir encontrando esas palabras para esos sentimientos que no sabemos cómo decirlos.
–La educación humanista suele ser separada de la educación científica, como si el objetivo final de un médico no fuera humanista
–La medicina se deshumanizado de muchas maneras, en partes porque hay procesos que van des-subjetivando a la persona, viéndola sólo como un conjunto de órganos. Se ha acortado el tiempo en que el médico habla con sus pacientes y es así como falta en esa relación el fenómeno de empatía necesario para guiar al enfermo y a sus seres queridos. Hay un proceso de automatización de la medicina. En algunas clínicas estadounidenses se hace una serie de checklist muy automatizados, casi lo podría hacer una computadora. La medicina, en cambio, es para mí intercambio de palabras, de emociones, de valores, de lenguaje corporal, que genera una corriente de confianza entre profesional y paciente.
–Al final, la decisión del paciente también importa y para esa decisión hace falta información o empatía con el médico
–Y en neuropsiquiatría se hace más difícil, porque como los casos que narro en este libro, hay personas que han perdido el habla, es decir, la herramienta fundamental para la comunicación e incluso algunos han perdido también la capacidad para organizarse alrededor de su enfermedad. Por ejemplo en uno de los párrafos, se habla de un comité de bioética para analizar los conflictos de valores que surgen entre la paciente y su madre, quien nos pide que en la operación impongamos también un recurso anticonceptivo. No siempre se puede llegar a la mejor decisión, por eso la medicina requiere el recurso de las humanidades, de la filosofía, de las artes, para poder llegar a la mejor decisión.
–¿Por qué el médico antes era Dios y ahora no?
–La medicina se ha gobernado durante siglos mediante un esquema muy patriarcal, el médico no podía revelar sus vulnerabilidades. Lo cierto es que la medicina es una ciencia no exacta, tenemos una estructura muy sólida para funcionar en un terreno con pocas dudas, pero luego surgen en los márgenes de esa zona de certeza, cosas que no se circunscriben a nuestros cánones clínicos, a nuestros esquemas de diagnóstico y en esas regiones hay más incertidumbres…en esas regiones surgen los proyectos literarios como Un diccionario sin palabras.
–¿Qué es tu libro?
–Un libro que está a la mitad entre uno de ensayos y otro de ideas. En la conciencia del clínico ocurren permanentemente emociones, sentimientos de todo tipo, que al final del día toma la forma de un ensayo narrativo.
–Eres hijo de José Agustín, entiendo por qué eres escritor; ¿por qué eres médico?
–Fíjate que mi padre tenía como gran pasión al psicoanálisis, tanto a Freud como a Jung. Recurrió a todos estos sistemas cognitivos para poder lidiar con las consecuencias que habían dejado vivencias de los ’60, como las drogas psicodélicas, la prisión…En mi infancia yo soñaba con ser “científico de la mente”; esa era mi fantasía. Ya platicando con él, me preguntó si no quería estudiar Psiquiatría. Al principio quería ser psicoanalista, que es una carrera que amo, pero en el transcurrir del estudio me enamoré de la fisiología, de la biología y me hice neuropsiquiatra. Ahora soy neuropsiquiatra clínico e investigador en neurociencias.
–Crecí con la convicción de que tanto la esquizofrenia como el autismo son enfermedades incurables. Así lo escuché en mi niñez. ¿No ha avanzado nada la ciencia neurológica en estos dos ítems?
–Hay que cuestionar esos dogmas. Diagnósticos que se convierten en lápidas. ¿Qué queremos decir exactamente con esquizofrenia, es una expresión científicamente acabada o es una aproximación, una palabra donde metemos muchos comportamientos heterogéneos? Hay un porcentaje de pacientes que se cura, al menos dentro de los cánones clásicos de la medicina europea. Siempre hubo casos de cura. No sé por qué en la modernidad apareció este dogma en relación con la esquizofrenia. Un dogma nihilista que transmitimos oralmente tanto pacientes, como médicos y cercanos al enfermo. Hay una gran heterogeneidad dentro de las enfermedades y hay historias muy trágicas al respecto, como historias que nos dan muchas esperanzas. Lo que quise reflejar en el libro son esas fluctuaciones entre el pesimismo y el optimismo que se dan en la conciencia del clínico. La mente del médico oscila entre esos dos polos.
–¿Por qué los pacientes psiquiátricos a veces no quieren tomar la medicación? Se supone que les hará bien
–Ese es el riesgo que conlleva toda práctica clínica en cualquier especialidad de la medicina. El riesgo de quitar autonomía, el libre albedrío, al paciente. EL buen clínico es el que defiende los derechos del paciente, el que se pone en su lugar para encontrar el punto medio exacto que equilibre los aportes de la ciencia médica y la tecnología con los de la resiliencia del enfermo.
–En este libro uno aprende a convencerse de que una embolia, un derrame cerebral, no necesariamente implican el fin de una vida
–Eso es lo esencial del libro. Los casos se refieren a mujeres que están en una situación vulnerable, por el ambiente de inequidad en que desgraciadamente vivimos. Perder el lenguaje es perder la independencia y en esas circunstancias nos toca ver –y eso es lo que quise dejar reflejado en el libro- gestos de solidaridad totalmente inesperados o, por el contrario, experiencias donde la explotación sexual y el abuso se disfrazan de romanticismo.
–¿Tu libro podría ser una especie de calmante, de medicina?
–Como toda narrativa tiene una faceta terapéutica, una faceta científica, otra reflexiva, aunque no me gustaría adornarme diciendo que el libro puede curar, calmar o sanar…