Golfo de California, 13 de agosto (SinEmbargo).– Aunque nació en 1980 y en 2002 renunció a su trabajo como bombero ruso para unirse a la flotilla de Greenpeace, el barco Esperanza lleva encima tantos recuerdos que parece más viejo de lo que realmente es.
Fotos y más fotos. Dibujos de arte tradicional pintados directamente sobre el esqueleto de acero. Un remo ¿de alguna isla del Pacífico o de África? Carteles de campañas. Un pulpo que sonríe en una regadera y más creaturas del mar, sobre todo ballenas: en el puente de mando, por ejemplo, un póster enorme celebra “Cetaceans of the world”, aunque muchas de esas especies desaparecerán en los siguientes años.
Hay, repartidas en salas y pasillos, fotos de la familia fundadora de Greenpeace: mujeres de cabello largo o muy corto y sonrientes, como flores; hombres de barba y pañoleta en la cabeza. Muchos llevan el puño izquierdo levantado; otros con la “v” de victoria o de amor y paz, símbolo de una generación que empujó a grandes transformaciones.
Cerca de la cafetera de la sala de estar hay un conjunto de cuatro fotos. “Algunos de ellos ya están muertos”, dice David Roberts. Los señala con el dedo. Uno de ellos falleció de cáncer, dice; otro en un accidente de carro.
Dave, como lo llaman, ha estado tantos años en Greenpeace que hay fotos de él, muy joven, en el Esperanza. Es un verdadero lobo de mar. Cuando la organización planea alguna acción compleja en algún barco, en algún punto del mundo –como la que desarrolla hoy con científicos mexicanos–, Dave está para dar certezas. Es el que suma experiencia. Tiene 64 años y empezó en 1982, como marino. Es un verdadero caballero inglés que dirige con mano suave y precisa.
Si alguien tiene corazón verde en el Esperanza, ese debe ser el señor Roberts.
“Aquí está Brice Lalonde”, agrega. En la foto se ve un hombre joven con calva prematura.
Qué historia, la de Brice. Durante las protestas del mayo francés (1968) dirigía la Unión Nacional de Estudiantes de Francia. Luego, junto con David McTaggart, encabezó movilizaciones contra las pruebas nucleares en Mururoa. En 1970 inventó la estrategia de abordar botes para confrontar a sus ocupantes y en 1981 decidió que su lucha debía pasar a otro plano, y se postuló candidato presidencial en Francia. No fue electo pero fundó Generación Ecologista, uno de los cuatro partidos verdes franceses hasta el día de hoy.
Bien por Brice Lalonde. Pero en México, posiblemente, no habría llegado tan lejos.
Como Noé Vásquez Ortiz, integrante del Colectivo Defensa Verde, Naturaleza para Siempre y miembro del Movimiento Mexicano de Afectadas y Afectados por las Presas y en Defensa de los Ríos (MAPDER). Fue asesinado el 2 de agosto de 2013 en Amatlán de Los Reyes, Veracruz, por oponerse a la construcción del proyecto hidroeléctrico El Naranjal en los ríos Blanco y Metlac.
El Gobernador de Veracruz era (y es) Javier Duarte.
O como Aldo Zamora, defensor de los bosques y colaborador de Greenpeace. Fue acribillado en mayo de 2007 por oponerse a la tala ilegal de los bosques de las Lagunas de Zempoala.
El Gobernador del Estado de México era Enrique Peña Nieto, hoy es Presidente.
No todos los activistas mueren en México, cierto. Si los valores de Brice Lalonde fueran “flexibles”, pudo haber hecho carrera, como Rosi Orozco, viajando en aeronaves oficiales y premiando gobernadores del PRI por su “compromiso” y “magnífica labor” contra la violencia de género (Roberto Borge, Eruviel Ávila y Javier Duarte entre ellos).
O pudo ser activista orgánico, ajonjolí –como sobran en el país– en los banquetes con mole del Estado mexicano.
“SAVING MEXICO?”
“El señor Gobernador está muy enojado”, les dijeron. Así lo recuerda ahora Aleira Lara Galicia, coordinadora de campaña de Greenpeace Comida sana, tierra sana.
Ella estaba allí el sábado 1 de marzo de 2014. Javier Duarte de Ochoa iba a inaugurar el Carnaval de Veracruz y tocarían Los Tigres del Norte cuando, a las 5 de la tarde, seis activistas de la organización aguadaron su fiesta. Ingresaron a la Torre de Pemex del puerto para colocar una manta con aquella vergonzosa portada de Time, la de Peña Nieto “salvando a México”. El “banner” (como le llaman en Greenpeace) agregaba un signo de interrogación al final: “Saving Mexico?”. El Presidente aparecía chorreando petróleo.
Querían dejar clara, pues, su oposición a la Reforma Energética. Exigían (y exigen) una Ley efectiva para aprovechar las energías renovables en un país (y en un estado, Veracruz) contaminado por los hidrocarburos.
Entre 7 y 7:30 de la tarde de ese día, los seis activistas de Greenpeace salieron del edifico escoltados por elementos de la Policía Naval. “Nos reclamaban por haber protestado en contra del señor Presidente, como si no hubiéramos actuado pacíficamente y como si no existiera libertad de expresión en el país. Estábamos ejerciendo nuestro derecho, y nada más”, dice Aleira, detenida junto sin cargos y por el sólo hecho de protestar.
“No debieron hacer eso durante el carnaval”, les decían. Y ya en las instalaciones policiacas, los activistas fueron fotografiados, registradas sus huellas, sometidos a revisiones médicas e interrogados sobre su edad, si usaban drogas, su peso, si venían alcohol e incluso les pidieron el domicilio de familiares. “Ni siquiera nos dejaron hacer una llamada telefónica, ni hablar con algún abogado”.
–Hicieron enojar al Gobernador –les decían.
A las 11 de la noche del mismo día, personal del jurídico de Playa Linda informó que no encontró delito alguno. Pero el Representante Legal de Pemex estaba alegando daño y esa misma noche fueron subidos de nuevo en camionetas. A las 12 de la noche llegaron a las instalaciones de la PGR en el Puerto. Los dejaron en el estacionamiento, retenidos por tres horas en los vehículos hasta que, a las 3 de la mañana, llevaron al vocero de Greenpeace ante el agente del Ministerio Público. El oficial le informó que “por la hora no se tomaría su declaración” y que quedaban detenidos por “allanamiento de morada”.
Casi a mediodía del domingo se les fijó una multa de cien mil pesos.
La organización internacional recurrió a la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) por violaciones a las garantías individuales de los activistas y un juez admitió el amparo para protegerlos de una orden de aprehensión o presentación.
Las autoridades no pudieron probar que los activistas provocaran daño alguno.
Lo que realmente les reclamaron fue arruinar el carnaval del señor Gobernador y maltratar la imagen del señor Presidente de México.
TIEMPOS VIOLENTOS
Aleira Lara Galicia sabe hoy que, para ella y para los otros activistas, fueron días de suerte en Veracruz. En el contexto de violencia que se vive en ese estado y en el país, señala, lo sucedido a ellos fue en realidad poco. En México matan; las agresiones a activistas y periodistas, dicen estadísticas de organizaciones nacionales y extranjeras, vienen en un alto porcentaje de las autoridades.
La activista dice que los asesinatos en la colonia Narvarte (la muerte de Nadia y Rubén en particular) indican que “el espacio democrático se está reduciendo en México”.
“Hay menos espacios hoy y el país camina hacia políticas más represivas”, señala. Sin embargo, afirma, también la sociedad civil y los ciudadanos sin organización están tendiendo puentes para defender sus derechos. “Y esto está logrando que la lucha se amplifique; que la sociedad y los ciudadanos no organizados digan: ‘si nos tocan a uno, nos tocan a todos’. Sabemos que hay muchos casos de abuso, en comunidades mexicanas, que nunca son visibilizados. Pero la sociedad está moviéndose y los eventos más dolorosos están obligando a generar un cambio contra gobiernos y funcionarios que no están haciendo su trabajo”.
Recuerda que, por ejemplo, Greenpeace se unió a la indignación nacional e internacional por la desaparición de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa. “Teníamos qué hacerlo aunque somos una organización ecologista. Pero si defendemos el derecho del hombre a un medio ambiente sano, defendemos los derechos humanos”.
De hecho, la organización sí ha movido sus mojoneras en México a partir de las agresiones permanentes a los activistas. Hoy argumenta que “todas las personas tenemos derecho a respirar un aire limpio; a disponer de agua en cantidad y calidad suficiente para consumir; a tener un entorno para vivir que no esté contaminado y no sea un riesgo para nuestra salud. Es decir, contar con un medio ambiente sano es un derecho humano, un derecho que cada vez es más violentado”.
Pero, dice, el saqueo, la contaminación, la sobreexplotación y la destrucción “ponen en riesgo la conservación de los recursos naturales para satisfacer las necesidades básicas de las comunidades, a tal grado que obliga a los ciudadanos a desplazarse, a perder su tierra, a sacrificar su forma de vida y subsistencia o bien, a organizarse en defensa de sus ecosistemas convirtiéndose así en activistas ambientales”.
“¿A quiénes se enfrentan estos activistas? A todos aquellos que están dispuestos a pasar por encima del medio ambiente para obtener un beneficio individual. Pueden ser gobiernos, empresas, industrias o sectores específicos de la economía, quienes al ver trastocados sus intereses, buscan quitar del camino aquello que les representa un obstáculo”.
Así es como se han eliminado superficies forestales para dar paso a desarrollos habitacionales o a tierras de pastoreo, dice Greenpeace. “Así es como se han sacrificado manglares –que protegían las zonas costeras de los impactos de los huracanes– para dar paso a proyectos turísticos depredadores. Y así es como se han perseguido a los defensores ambientales: para no escuchar sus voces de protesta”.
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Junto a una de las puertas del Esperanza hay, ya como recuerdo, un señalamiento de madera que dice: “Radiation travels / Dec 1988 / Moruroa / Contact Greenpeace Auckland New Zealand”.
Cuando las pruebas nucleares de Francia en el Pacífico pasaron, la organización colocó estos letreros pintados a mano en comunidades que podrían ser afectadas de rebote, por expansión.
Greenpeace ha luchado, desde aquellos años, por el derecho de los otros a existir. El derecho de las ballenas, de los pulpos (como el que sonríe en una regadera del barco), de las plantas y los animales.
Y ahora, frente a la crisis de derechos humanos en México, no le ha dado la vuelta al compromiso que tiene con los otros, los más obvios: los civiles, pero también los activistas, los ciudadanos, los periodistas…
–En Atenco, los policías violaron a las mujeres –se le recuerda a Aleira. Responde tocándose la piel del brazo que se le ha puesto, en un instante, como piel de gallina.
–Lo se –dice.
–Tuvieron suerte. En Veracruz matan periodistas y activistas –se le insiste.
–Sí –reflexiona. Le chispean los ojos. Agrega: –Pero fue una injusticia, y la injusticia no tiene matices.