Cuando el hijo mayor de Ana desapareció, ella comenzó a buscarlo con sus otros dos hijos. Pensó que era mejor que ella tomara la delantera a las autoridades que abrieron el expediente sin hacer una búsqueda inmediata. La razón fue que cuando hizo la denuncia los agentes del Ministerio Público le dijeron que no podían aceptarla si no tenía fotografía y acta de nacimiento de él.
Por Marcos Vizcarra
Culiacán/Ciudad de México, 13 de marzo (Noroeste/SinEmbargo).- El hijo mayor de Ana desapareció en 2016. Ella comenzó a buscarlo junto con sus otros dos hijos, pero las amenazas llegaron.
– ¿Por qué vende su casa?
Ay, cómo te cuento… ya son varias las amenazas y tengo miedo de que también desaparezcan a mis otros hijos. Ya en una semana se cumplen dos años de que a mi hijo se lo llevaron y no quiero que pase lo mismo con ellos.
Por seguridad de la persona que se entrevistó y la de su familia, Noroeste cambió su nombre y el de las demás personas en riesgo.
– ¿Cómo empezó todo eso?
Yo tuve que ponerme en frente de las personas para pedirle apoyo a ellos, para que me dijeran de mi hijo y la verdad es que lo único que fui es presentar con ellos para ellos empezar con sus amenazas.
Cuando el hijo mayor de Ana desapareció, ella comenzó a buscarlo con sus otros dos hijos. Pensó que era mejor que ella tomara la delantera a las autoridades que abrieron el expediente sin hacer una búsqueda inmediata.
La razón fue que cuando hizo la denuncia los agentes del Ministerio Público le dijeron que no podían aceptarla si no tenía fotografía y acta de nacimiento de él.
Esos requisitos, le dijeron, son básicos para demostrar que la persona estaba desaparecida.
Eso sucedió hace casi dos años, a finales de marzo de 2016, cuando Ana aún trabajaba en oficinas de Gobierno del Estado y sus hijos permanecían en escuelas y en trabajos formales.
Su hijo mayor desapareció en un poblado al sur de Culiacán y ella pensó que lo mejor era buscarlo preguntando a las personas con las que él tenía una relación.
“Yo me metí hasta el fondo, donde yo pude investigar a esa gente y les pedí información de él, que se pusieran en lugar mío, que madres cómo iban a estar sufriendo si alguno de ellos fuera levantado como mi hijo, y lo único que con ellos desperté fue amenazas, amenazas y más amenazas”, cuenta.
“En ese tiempo agarraron a una persona que ahorita está presa y yo ya no seguí buscando a mi hijo en ese lugar, porque lueguito empezaron a amenazarme que si por mí habían agarrado a esa persona pues yo iba a perder todo yo y mi familia”, añade.
Ella cree que su hijo fue desaparecido por un grupo de militares a los que llaman “Quema ranchos”, pero no tiene más pistas que su intuición y los comentarios que le han hecho personas que eran cercanas a él.
No dejó de buscar. Al tiempo se integró a un grupo de familiares en búsqueda de personas desaparecidas. Eso, dice, era un tema que le causaba indiferencia, porque no creyó antes en que uno de sus hijos o ella pudiera ser desaparecida.
Entró al grupo de búsqueda por la necesidad de no irse sola a montes, canales, ríos y veredas donde tiran los cuerpos de personas asesinadas. En Sinaloa existen siete grupos de búsqueda, y en todos coincide que la mayoría de personas que los integran son mujeres.
Hacer eso, adelantarse a la autoridad, tiene su precio, dice, porque las rutinas cambian, las conversaciones se vuelven sobre esa persona que no está y aquellos que han sido víctimas de lo mismo.
En Sinaloa, desde el 1 de enero de 2002 al 25 de enero de 2018 se registraron hasta 6 mil 646 casos de desaparición, pero la Fiscalía General del Estado asegura que la cifra vigente es de 2 mil 783 casos. Los demás, se indica, fueron encontrados. La mayoría, casi 3 mil de ellos, asesinados.
Ana aprendió a identificar fosas clandestinas. Ella sabe cómo se acomoda la tierra en donde hay un muerto debajo. Ha tenido que aprender técnicas forenses como utilizar guantes y traje de plástico para evitar que su sudor no toque los restos humanos que encuentra.
– ¿Usted cree que lo encontrará muerto?
No. No sé, pero si Dios me lo va a entregar así, será bien recibido, pero no sé cómo vaya a reaccionar, porque la verdad en lo que yo ando ya me impuse encontrar personas así.
“Yo antes era una persona bien asquerosa, no me acercaba a una persona muerta, era… me daba asco… no me acercaba a uno que trabajaba en funerarias, porque me daba asco todo eso, pero ahora a veces hasta con mis propias manos yo agarro los cuerpos, voy a Semefo y me doy cuenta de muchas cosas. No me da asco. Ya me impuse”, expresa.
Ana dice que no sabe qué pasará si encuentra a su hijo muerto, en una fosa, como los más de 30 casos que ella ha documentado en los municipios de Culiacán, Navolato, Elota y Mazatlán.
“Yo siento a mi hijo vivo, yo no sé, yo a mi hijo no lo siento muerto, pero si ya Dios quiere que lo encuentre así, nomás le pido mucha fortaleza, muchas fuerzas, porque no sé qué vaya a pasar conmigo”, señala.
Hace dos años, cuando comenzó a buscar a su hijo, tuvo que tomar decisiones importantes: la primera fue dejar su trabajo, la segunda fue separarse de sus otros dos hijos.
En un principio, ella no quiso decirle a nadie de la desaparición. Le daba pena que la supieran víctima de un delito que tiende a crecer de forma inconmensurable, según lo reportan las estadísticas de la Fiscalía General del Estado.
Además, ella comprendió que era necesario apartar a su familia, pues sus otros dos hijos comenzaron a ser intimidados por grupos criminales.
“Le decían a ella que me dijera a mí que dejara de buscar a mi hijo, que me dejara de tontadas, y que si no pues que con ella se iban a cobrar”, comenta.
“Mi hija seguía estudiando, seguía estudiando hasta que me dijo ‘mami, ya no puedo, ya no puedo porque me siguen diciendo lo mismo y no quiero que me vaya a pasar algo’, y la saqué de la escuela, y la cambié a otra escuela y pasó lo mismo y tuve que sacarla”, narra.
Su hija dejó de ir a la escuela. Se fue a vivir a otro lugar, como refugiada, pero sin el cuidado de las autoridades de justicia, porque cree que decirle a los investigadores es como ponerlos a merced de los criminales que se llevaron a su hijo mayor.
Su otro hijo también fue intimidado. A él comenzaron a seguirlo a la salida de su trabajo. Hombres armados le mandaban mensajes a su madre para que cesara de buscar.
Él prefirió renunciar y buscar trabajo en otro lugar, pero pasó lo mismo. Ahora tiene su propia familia y decidió dejar de trabajar de manera formal. No quiere afiliarse al Seguro Social, prefiere pagar médicos particulares para que atiendan a su hijo y su esposa.
Él cree que cada vez que se registra alguien alerta a los criminales para que vayan a buscarlo.
Ana dice que antes de todo eso, antes de hace dos años, de la desaparición, todos estaban unidos. Comían, cenaban, veían películas, hacían fiestas. Todo lo hacían juntos. Ahora tiene miedo de que la vean con ellos, que algo les pase por estar buscando a su hijo mayor.
“Ellos, la verdad, me dicen que ya no busque, pero por dentro me dicen que no deje de buscar a su hermano. Yo lo noto en ellos, porque mis hijos sufren mucho, a mis hijos les hace falta su hermano como a mí me hace falta”, lamenta.
La casa donde vivieron juntos ahora está en venta. Es otra manera de encontrar seguridad. Es desapegarse del lugar donde crecieron y del que tuvieron que huir. Es la manera en que Ana seguirá buscando a su hijo mayor y que sus otros hijos estén lejos de ser desaparecidos.
“Voy a vender mi casa, para cambiar de lugar, cambiar de estado y poder que estén tranquilos y yo salir tranquila a buscar a mi hijo”, dice.
– ¿Cómo?
Yo si vendo mi casa y compro una casita lejos yo tener a mis hijos lejos y yo seguir en la búsqueda.
– ¿Cómo hará esa búsqueda estando lejos?
No, yo no pienso irme, yo nomás quiero que estén tranquilos, que estudien, trabajen como debe de ser y quedarme, quedarme en casa y seguir.