Óscar de la Borbolla
13/03/2017 - 12:00 am
La nueva soledad
Si la soledad fuera equivalente al mero hecho de estar solo bastaría con abordar el Metro para apartar de uno ese desagradable sentimiento; pero la experiencia de soledad no se quita con gente y, a veces, ni siquiera con la familia y, en muchos casos, ni con la pareja. La gente que va y viene […]
Si la soledad fuera equivalente al mero hecho de estar solo bastaría con abordar el Metro para apartar de uno ese desagradable sentimiento; pero la experiencia de soledad no se quita con gente y, a veces, ni siquiera con la familia y, en muchos casos, ni con la pareja.
La gente que va y viene es tan ajena como lo puede ser la familia o el compañero (ese con quien compartimos el pan y que vive con nosotros). La soledad no se remedia con la compañía, la proximidad física o la relación sexual que algunos suponen que es muy íntima: dos cuerpos que se rozan y se producen placer el uno al otro no necesariamente disipa en uno la vivencia de soledad; en ocasiones puede, incluso, acentuarla.
¿Por qué en una sociedad hacinada, comunicada como nunca y, además, promiscua los individuos se sienten solos? Quizá porque la soledad es otra cosa, y la compañía, la familiaridad y el sexo con los que generalmente se combate no dan en el meollo del asunto.
Hemos oído hasta el cansancio que el ser humano es un ser social, un ser simbólico, alguien que no es sin el otro; pero lo que tal vez no hayamos pensado lo suficiente es qué significan esos motes que repetimos sin cesar. En todos ellos se alude al hecho de que el otro nos constituye; pero ¿qué me aporta el pasajero que va en el Metro sentado junto a mí y en quien ni siquiera reparo?, ¿qué, quien comparte la cama conmigo una vez o muchas? ¿Qué me aporta, para constituirme la pandilla de amigos con quienes me paso un fin de semana divertido? Todos ellos no son sino personajes que llenan momentáneamente la vacante de mi soledad, un vacío que no remedian porque en el fondo ninguna de esas vidas me interesa y la mía tampoco les interesa a ellos.
¿Quién se preocupa por mi vida al grado de considerarla no mía sino suya? ¿De la vida de quien me hago cargo al grado de que lo que le ocurra me ocurre en carne propia? Ese es el verdadero antídoto contra la soledad y no esos sujetos a la mano entre quienes paseo como turista enterándome por afuera de la telenovela de sus vidas, y quienes por mí tan sólo muestran una curiosidad cortés.
La nueva soledad no tiene nada de nuevo; lo nuevo es que quienes la experimentan no tienen ni idea de cómo conjurarla porque no entienden el compromiso que supone no sentirse solo. Están metidos en ellos mismos, tan interesados en los detalles de sus propias vidas, tan cerrados en ellos que cuando se juntan rebotan en lugar de curarse.
Interesarse por el otro no consiste en prestarle atención, ni en pelar los ojos como búho mientras nos platica, ni en ser capaces de repetir como en un examen lo que nos ha dicho, sino en estar realmente interesados en lo que sueñe, quiera, le duela o le guste y que nos preocupe como nos preocupa a nosotros lo que soñamos, nos gusta y nos duele.
Hay tanta soledad porque son muy pocos los que entienden la necesidad de preocuparse por los demás, por lo que les es ajeno, y porque resultan aún menos quienes son capaces de hacerlo.
(Ésta es la reflexión número 100)
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@oscardelaborbol
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