El libro Andanzas Revolucionarias, de Genaro Nonaka García, cuentan también el otro lado de Tijuana, más allá de la avenida Revolución
Ciudad de México, 12 de octubre (SinEmbargo).- Los tijuanenses son hombres y mujeres muy orgullosos de su ciudad. Cómo no. La bella ciudad de frontera avanza a pasos agigantados creando tendencia en muchas disciplinas y a lo largo de la historia, los pobladores han sabido construir una identidad extraordinaria, deudora de la cultura estadounidense pero esencialmente mexicana.
Los tijuanenses suelen decir a los visitantes: hay vida más allá de la avenida Revolución, que es el lugar turístico por excelencia, donde la ciudad compite con Las Vegas en eso de ser llamado un “sitio de pecado” y donde entre los souvenires de cliché mexicano, personajes pintorescos, mujerones impresionantes en las banquetas, se construye un territorio que “los del otro lado” han hecho suyo.
Pero en Tijuana está la avenida Constitución, donde habitan los tijuanenses tradicionales, los que se consideran las fuerzas vivas de la ciudad y diseñan el hondo folclore de una sociedad que suele presumir su historia, disfrutar su presente y alimentar su futuro con sueños de alto vuelo.
Es el caso de Genaro Nonaka García, un historiador de 85 años, quien una lucidez impresionante cuenta la historia de su padre, Kingo Nonaka, en el libro Andanzas revolucionarias, que entre otras cosas participó en la Revolución mexicana, junto a Francisco I.Madero y Pancho Villa.
Kingo Nonaka, conocido ahora como “El Casasola de Tijuana”, fue también un notable fotógrafo, que perpetuó la imagen de la ciudad a la que llegó en 1920.
“Sus fotografías se han convertido en fundamentales para entender la época de la Tijuana de ese tiempo y han dejado una huella imborrable en la historia de nuestra ciudad”, afirma José Gabriel Rivera Delgado, Coordinador del Archivo Histórico de Tijuana.
“Nacido en la prefectura de Fukuoka, Japón, el 2 de diciembre 1889, el joven Kingo Nonaka llegó a México en 1906, a los 16 años de edad. Su objetivo era trabajar en el cultivo de café en Chiapas”, cuenta Rivera Delgado.
Siguiendo las vías del tren, Kingo sólo logró llegar a Ciudad Juárez, Chihuahua, donde fue adoptado por una mujer que lo mantuvo y le dio educación. Más tarde se enroló como enfermero en la sección de sanidad del grupo maderista y después con los villistas en la famosa División del norte.
A Francisco I.Madero le curó las heridas de un brazo herido durante el frustrado ataque a Casas Grandes en Galeana.
Conoció a Pancho Villa en lo que Nonaka consideraba “el mejor servicio sanitario de la Revolución Mexicana”. A su lado, participó en las batallas de Chihuahua, Ojinaga, San Pedro de las Colonias, Paredón, Torreón y Zacatecas, entre 1913 y 1914.
“Entre 1923 y 1942, Kingo tomó con su cámara Graflex cientos de imágenes de la Tijuana de los ’20 y principios de los ’40”, cuenta Rivera Delgado.
Sus imágenes cotidianas son clásicas y pintan la vida de la ciudad en los años citados. Cuando por motivos de la Segunda Guerra Mundial todos los japoneses de Tijuana fueron trasladados a la ciudad de México, el señor Nonaka fue uno de los fundadores del Instituto Nacional de Cardiología. Pasó sus últimos años en Monterrey. Nunca regresó a Tijuana.
Genaro Nonaka cuenta la historia de su padre en primera persona y regala unas cuantas instantáneas, entre ellas de la Toma de Torreón, por parte del ejército de la División del Norte, el 2 de abril de 1914. Kingo Nonaka es señalado con un círculo rojo, a poca distancia de Pancho Villa, esplendoroso, montado en su caballo.
También está la imagen de Francisco I.Madero con el brazo en cabestrillo, tomada el 6 de marzo de 1911.
El libro nació cuando Genaro encontró casualmente la autobiografía de su padre, un hecho que fortaleció aún más la admiración y el entusiasmo que le despiertan todavía las formidables andanzas de su progenitor.