Los 10 errores de Calderón

12/06/2011 - 6:00 am

Por Luis Guillermo Hernández

Es apenas el día número 53 en el gobierno de Felipe Calderón. En el Zócalo de la Ciudad de México ni siquiera ha amanecido y más de un millar de soldados de Estado Mayor y Guardias Presidenciales, hombres de la Policía Federal y del cuerpo de Granaderos de la policía capitalina ya blindan la plaza: en unos minutos más ha de comenzar la sesión del 21 Consejo de Seguridad Nacional, donde el flamante mandatario habrá de cometer uno de los errores más grandes de toda su gestión.

Materialmente sitiados, como describen los diarios aquella mañana de la Plaza de la Constitución, los asistentes a la reunión en el Palacio Nacional escuchan del secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, los pormenores del plan de 10 puntos para recuperar espacios invadidos por la delincuencia y la convocatoria para que las autoridades, de todos los estratos, se sumen a la estrategia. Por primera vez en la administración, comenzada el primer día de diciembre de 2006, están reunidos los 31 mandatarios y el Jefe de Gobierno de la ciudad. Ahí habla Calderón.
“El gobierno ha reforzado la presencia de las fuerzas del orden para restablecer las condiciones mínimas de seguridad en las poblaciones y regiones más amenazadas por la violencia”, dice. No habrá claudicación, “porque en ello está en juego el progreso de la nación”.

Discurso bélico
Aunque muchos meses después habrá de negarlo, cuando el desgobierno y los muertos se le hayan acumulado por decenas de miles y la imagen nacional e internacional de México sea la de un país sumido en una sanguaza de sangre, violencia y terror, el 22 de enero de 2007 Calderón es enfático, como el denominativo que él mismo decide utilizar y que acaba por marcar todo su sexenio: “para ganar la guerra contra la delincuencia, es indispensable trabajar unidos, más allá de nuestras diferencias, más allá de cualquier bandera partidista y de todo interés particular”.
Es una sola frase, “ganar la guerra”, pero la habrá de repetir tantas veces que lo adentra de lleno en un laberinto.
La investigadora del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, Yolanda Meyenberg, explica el error: “El discurso enfocado a la inseguridad ha sido la estrategia que el presidente Calderón ha elegido como enfoque específico de comunicación de su gobierno. Pero hablar de guerra es ya no hablar de nada más, porque es un tema muy atractivo para los medios y además la inseguridad es un tema perdedor: hagas lo que hagas siempre será insuficiente”.

Diplomacia ineficaz
Después de una amplia entrevista publicada en marzo pasado, el director del diario español El País, Javier Moreno, concluye que al presidente Calderón le pesa haber convertido el tema de la batalla contra los narcotraficantes en la prioridad de su gobierno y ahora, entrada la fase final de su mandato, los resultados no se ven, pero sí los decapitados, las balaceras, la angustia permanente.
Ello evidencia un segundo error: “la diplomacia mexicana se topa con dificultades para explicar en el resto del mundo que se trata de un fenómeno limitado geográficamente a determinadas zonas del país, cuyo territorio en general resulta más seguro que muchos otros en América Latina”.
Diarios como The New York Times están atentos a ello, constantemente, mientras en diversas reuniones con el cuerpo diplomático la canciller Patricia Espinosa les pide difundir mensajes sobre México que puedan nublar la avidez de la prensa extranjera por el derramamiento de sangre de los mexicanos. No hay éxito. El mensaje está sembrado.

Un tema único
Los gobernantes que le han antecedido, Ernesto Zedillo y Vicente Fox, casi en los mismos términos hacen del combate a la inseguridad y la violencia un tema nacional: en agosto de 1998 Zedillo anuncia la Cruzada Nacional contra el Crimen y la Delincuencia, mientras que en enero de 2001 Fox convoca a la Cruzada contra el Narcotráfico y el Crimen Organizado. Pero Calderón habla de guerra y eso domina su agenda por más de tres años.
Y lo hace su tema principal, si no el único, sin una estrategia comunicacional organizada, integrada, unificada.
El presidente del Instituto Nacional de Administración Pública, el INAP, José Castelazo, analiza ese punto, el tercer error de Calderón: un gobernante no debe hacer de una causa la espina dorsal de su mandato, pues ello acrecienta el riesgo del fracaso.
“No puede un presidente ponerse todas las medallas, porque si se compromete mucho a una acción y fracasa, toda la responsabilidad es exclusivamente suya. Entonces tiene que manejarse, y hablo de comunicación social, en una especie de equilibrio”, explica.

Sin comunicación política
Y ese problema, focalizar la lucha en un solo tema, conlleva otro, que, cuando los resultados de la guerra contra el narcotráfico son desastrosos, se erige en su cuarto error: un pésimo manejo de su comunicación política.
“Yo pienso que existe en este gobierno, al igual que en los otros, una serie de objetivos políticos y económicos, el problema es que esos alcances no forman parte de una estrategia de comunicación”, considera Yolanda Meyenberg.
“Si se hubiesen publicitado con la misma intensidad los alcances en infraestructura, los alcances en vivienda, entonces el problema de la inseguridad sería uno entre otros y los déficits que se alcanzaran con respecto al tema no serían tan resaltables”, explica.
“Si yo estuviera en sus zapatos”, dice Castelazo, “tendría que hacer un examen muy riguroso de los hechos positivos, para que calen más en la opinión pública, y de los hechos negativos para tratarlos de explicar mejor”.

Mentiras y viraje indefinido
Es el 12 de enero de 2011. El presidente Calderón, con más de 40 mil víctimas de homicidio en la cuenta sexenal, miles de ellos crímenes sin resolver, escucha los reclamos del director del Consejo Cívico e Institucional de Nuevo León, Miguel Treviño: “Si ya eligió el término guerra para lo que estamos viviendo, no puedo imaginar tarea más importante para el Comandante Supremo que asegurar la unidad de propósitos y coordinación de las instancias públicas que participan en ella”, le dice el hombre.
Sin mediar intercambio de notas con su equipo de comunicación, con sus asesores, ni con nadie, sin reflexión o mesura de por medio, Calderón estalla: “Yo no he usado, y sí le puedo invitar a que, incluso revise todas mis expresiones públicas y privadas. Usted dice: usted ya eligió el concepto guerra. No, yo no lo elegí. Yo he usado permanentemente el término lucha contra el crimen organizado y lucha por la seguridad pública y lo seguiré usando y haciendo”. Una mentira.
Carlos Bravo Regidor, investigador del Centro de Investigación y Docencia Económicas, el CIDE, hace de inmediato un compendio que, en un centenar de citas textuales que él mismo rescata de versiones estenográficas oficiales del presidente, no sólo desnuda la mentira, sino el quinto error del Presidente Calderón: el viraje indefinido.
“En el discurso del presidente, el enemigo ha sido siempre el mismo, pero la guerra, por el contrario, no ha dejado de cambiar”, analiza el catedrático del CIDE.
Si en 2007 la “guerra” es aquello en lo que el gobierno trabaja frontal y decididamente, un proyecto de largo plazo en el cual la sociedad debe participar, para 2009 ya es aquello que hace necesarias reformas legales, depuración de policías, recursos, un frente local y al mismo tiempo “el reto más grande de la presente generación”.

Un gabinete que no informa
El catedrático del CIDE encuentra que, si entre mediados de 2009 y principios de 2010 hay un silencio gubernamental respecto de la “guerra”, para 2011 ésta ya es algo que pelean sólo las organizaciones criminales, no el gobierno. Se convierte, después de ese periodo, en un hecho al cual el gobierno sólo responde. Tras un momento de retraimiento retórico, de análisis y evaluación, entre 2009 y 2010, el presidente renuncia definitivamente a la idea de la guerra como algo que el gobierno hace, algo que declara y a lo que se dedica, analiza el investigador.
Y como es Calderón quien encabeza la retórica gubernamental, entonces es un error solamente suyo. El sexto.
José Castelazo, es preciso al respecto: “El INAP ve la administración del presidente Calderón desde un equilibrio. En muchos ámbitos su gobierno ha sido una eficaz administración pública, pero en muchos otros no. Le falta comunicación interinstitucional, le falta comunicación, comunicación entre el gabinete, con los otros poderes, pero no de la que se publica, sino de la que se practica. Es un error que nada más el presidente informe, que su gabinete no informe”.

El único vocero
La investigadora Meyenberg coincide. “La comunicación política ha estado muy a cargo del presidente Calderón, él ha sido como el vocero. Esto enfoca la comunicación hacia una persona y hace de esa persona el blanco de las deficiencias, de las ineficiencias, de los errores”.
Desde esa óptica, la estrategia comunicacional del gobierno de Calderón es no sólo deficiente, sino marcadamente vertical, a diferencia, por ejemplo, de la que tenían sus antecesores, quienes contaban con voceros fuertes, consolidados como voces reconocibles de todo un gobierno, quienes incluso “paraban los golpes mediáticos” dirigidos hacia sus jefes. Liébano Sáenz con Zedillo y Rubén Aguilar con Fox, hacían posible un trabajo horizontal de comunicación política.
“A lo mejor no es una deficiencia de equipo, sino de estrategia”, dice la investigadora de la UNAM. O quizá se trate, añade, de una falla derivada de la personalidad del Presidente, reacio a la crítica, controlador. Desconfiado.
Su personalidad, si un espejo nítido que, entre sus colaboradores, lo ayude a controlarse, se constituye entonces como su séptimo error.

Personalidad desconfiada, irascible
La carta está fechada el 8 de mayo de 1996, sólo unas semanas después de que un todavía joven Felipe Calderón asumiera la presidencia del Partido Acción Nacional. Su autor, Carlos Castillo Peraza, antecesor del nuevo líder, su mentor político, es claro en sus planteamientos. No hay franqueza más transparente que la derivada de conocer al otro a lo largo de una vida.
“Tu naturaleza, tu temperamento es ser desconfiado hasta de tu sombra, si te dejas llevar por ése, entonces no te asustes de no contar ni con tu sombra”, le escribe.
El texto, difundido muchos años después, denota el carácter controlador, desconfiado, irascible de su destinatario, un hombre incapaz de encontrar su “alter ego” en alguno de sus subalternos y colaboradores, un hombre absolutamente convencido de que “si no me meto, no me hacen caso”.
Castillo Peraza le recomienda: “presidirás, estarás sentado arriba. Desde allí vigila y exige con suavidad: carga sobre ti los errores de ellos. Acertarás con ellos. El riesgo es que todas las fallas se te carguen a ti. La oportunidad es que los aciertos serán todos tuyos”.
Si Calderón atendió aquellas palabras, nadie lo sabe. Hoy, cuando es el presidente de México, es fácil encontrar historias de sus enojos, estallidos.
“La personalidad del presidente no ayuda mucho en imagen. Cuando se le critica, en lugar de poner la cabeza en el refrigerador, sale inmediatamente a responder, eso hace que esa crítica resalte en medios más que una estrategia comunicacional más deliberada”, dice Meyenberg, “veo una persona permanentemente justificándose y permanentemente a la defensiva”.
Quizá se trate de desesperación. El periodista Javier Moreno, en la entrevista que hizo a Calderón en El País, también fue sensible a descubrir cierta ansiedad en el mandatario: “el presidente comienza a intuir que el juicio último de los ciudadanos sobre la guerra contra el narco determinará su posición en la historia, independientemente de sus logros”.
Jorge Castañeda, el ex canciller mexicano, en 2009 lo dibujó así en un libro (El narco: la guerra fallida) que enmarca un juicio demoledor al mandatario: “El ánimo que siente uno en el país es el ánimo que se suele sentir en el último año, o en los últimos meses de un presidente ya cansado, irritable”, anota, “este es el panorama: un presidente irritable, sin agenda, sin programa, rodeado de secretarios debilitados, con un Congreso que no le hace ya el menor caso”.

Premisas falsas

El mismo Castañeda, junto con Rubén Aguilar, señalan también el octavo error del presidente: actuar bajo premisas endebles.
“Llegamos a la conclusión de que la mayor parte de las premisas o de la sabiduría convencional sobre el narco en México no se sostiene, de acuerdo con las fuentes del propio gobierno”.
Durante su campaña, Calderón jamás habló del narcotráfico, un tema tan costoso socialmente que merecería un debate nacional que desembocara en la confirmación o el cambio de rumbo “pero ya con conciencia de la sociedad y no por algo impuesto por una ocurrencia política de Calderón”, dice el ex canciller.
La investigadora Meyenberg ve el tema desde otra perspectiva: ante el panorama de desprestigio internacional, el presidente decide erigirse como promotor del turismo, sin darse cuenta de lo endeble de su defensa, de lo insensible que ello es a los ojos de una sociedad agraviada por la violencia.
“Esta cuestión del presidente como promotor del turismo es una imagen no correcta. Por un lado, ante el tema de seguridad su papel es de jefe de Estado, por el otro lado tenemos un presidente promotor del turismo y al final del camino los temas no se contrarrestan entre sí, porque uno es más débil que el otro”.
Ello abre la puerta para el noveno problema del Presidente: su insensibilidad.

La obcecación
Es la edición del 17 de marzo de 2010. El diario estadounidense The New York Times titula su nota con una denuncia: “En México, las promesas hacen poco por aliviar el dolor de ésta ciudad siniestrada”. Se trata de Ciudad Juárez.
La nota, destacada en su sección América Latina, señala que a Juárez concurrieron todos en esos meses, desde sicólogos y policías, hasta el presidente Calderón y su esposa, Margarita Zavala, cargados todos de promesas, con los soldados rodeándoles.
“La Primera Dama prometió construir un campo para jugar futbol americano en un lote lleno de basura cerca de aquí”, anota el diario, “y después todo el mundo se fue. El terreno aún está baldío”. Han pasado más de tres meses desde la promesa.
Otro diario, The Wall Street Journal, habla claramente del fracaso de la estrategia militar en la región y coincide: “pese a la presencia de más de 10 mil efectivos de seguridad patrullando las calles de la ciudad, cada semana, la violencia parece recrudecer.
Pero Calderón parece no escuchar. Miles de mexicanos se movilizan contra la inseguridad, contra la violencia y hacen del “Ya Basta”, del “¡Estamos hasta la madre!” una bandera, pero el presidente persiste: se retrata en tanques, en buques de guerra, arenga a los militares, instaura el día del policía federal, iguala su estrategia a la de Wiston Churchill en la Segunda Guerra Mundial, se queja: “es a los criminales a quienes debe dirigirse el ¡Ya Basta!” Y ese es su décimo error: la obcecación.
“Es difícil decir si esta violencia puede tener un resultado positivo. Tal como se ven las cosas, se encamina a un intento de solución militar, lo que pasa es que la solución militar puede ofrecer algunas soluciones a corto plazo, pero yo no veo las ventajas positivas a mediano plazo”, dice Ashis Nandy, un especialista internacional en violencia de masas, quien llega al país invitado por El Colegio de México.
“Un fenómeno como el de la mafia en EU, que se intentó resolver con violencia, no se ha podido acabar hasta la fecha, por tanto la idea de que una solución militar es una estrategia adecuada, no es razonable”. México no es distinto.
Incluso advierte, como otros tantos lo han hecho, sobre el riesgo inminente: “la violencia siempre deja huellas, siempre es visible. Podrá acabarse la violencia en el país, podrá haber acuerdo, pero la brutalización que produjo siempre estará ahí”.
Los errores suelen pasar facturas caras. Y en un país entero estos se traducen en desesperanza, fragmentación. Sangre.

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