Ciudad de México, 10 de noviembre (SinEmbargo) .- “¿Imaginas lo que se siente en México al ser golpeado, robado y amenazado por policías? ¿Y que te tapen los ojos y te trasladen por la ciudad en la oscuridad?”
Luis Andrés Villegas, de 28 años, no se había enterado de la manifestación del pasado sábado por los 43 desaparecidos en Iguala. “Andaba bailando en el Marrakech cuando me llegó un mensaje con las imágenes del tumulto en el Palacio Nacional. Así que decidí ir allí a ver qué pasaba”. Comenzó entonces uno de los días más estremecedores que este joven gestor cultural haya podido imaginar.
La foto de su rostro atemorizado recorrió las redes sociales. “Fue terrible”, cuenta en entrevista con SinEmbargo. “Pensé que me iban a desaparecer”.
-¿Cómo fue el momento de tu detención?
–Llegué al Zócalo y vi de lejos todo el desmadre y las pedradas. Cuando ya todo el mundo se retiraba vi a un joven con la cabeza sangrando y me quedé cuidándolo. Su cabeza tenía muy mal aspecto. Llamé a una ambulancia pero no conseguí comunicar y me quedé con él tratando de socorrerle. Con ayuda de otros, lo cargamos hasta la calle Madero. Estaba sosteniéndole la cabeza cuando llegaron los granaderos corriendo. Me increparon, me pusieron contra la pared, me cachearon y me robaron el celular y 150 pesos. Algunos me daban cachetadas y me zarandeaban.
-¿Había gente alrededor viéndolo?
–Si, había mucha gente. La gente gritaba que yo no había hecho nada, que sólo estaba socorriendo a un chico. Los policías me llevaron agarrado por el cuello a la plancha del Zócalo. Dos chicas que parecían periodistas me preguntaban mi nombre y me hacían fotos. Los granaderos me cubrían con los escudos y por debajo me pisaban y me golpeaban. Uno de ellos me dijo: “Si das tu nombre o datos te vamos a meter lo más cabrón que jamás te puedas imaginar”.
–Pero diste tu nombre…
–Al principio no me atrevía. Estaba aterrorizado. Movía los labios y les decía a las chicas sin hablar: ayúdenme. Pero después pensé que era mi única oportunidad para que se supiera quién era. Así que grité mi nombre y mi teléfono. Y los granaderos seguían pisándome y golpeándome a escondidas.
–¿Dónde te llevaron después?
–Me llevaron a una esquina del Zócalo, a un costado del Palacio Nacional. Me metieron en una furgoneta, me tumbaron y me taparon la cara con una frazada. Me estuvieron dando vueltas por el Centro, no sé dónde. Cuando les pedía explicaciones me pisaban y me golpeaban.
–¿Te golpeaban muy fuerte?
–No muy fuerte. Pero me estuvieron golpeando casi todo el camino. Pararon en una esquina y subieron a un periodista y a un hombre que parecía alcohólico. Nos interrogaron, llamaron al periódico Reforma y soltaron al periodista. Al rato soltaron al hombre también. Entonces me quedé solo en la furgoneta. Y dijeron: a este chínguenselo por revoltoso. Y siguieron dándome vueltas por el Centro. Fue horrible.
–¿Pensabas que te iban a matar?
–Exacto. Ellos me hacían sentir que me iban a hacer algo malo. Pensé que me iban a desaparecer. Imagínate con toda esta situación de paranoia que estamos viviendo, que te encierren, te tapen la cara y te den vueltas por la ciudad. Fue muy duro.
-¿Ninguno de ellos te ayudó?
-Uno de los policías me vio tan nervioso que me agarró del hombro y me dijo que me tranquilizara. Y yo le miré a la cara y me inspiró confianza. Le pedí que me cuidara. Le dije: Por favor cuídame de los demás. Y bueno, se hizo cargo. Llegamos a la Procuraduría General de la República y ya no me maltrataron más.
–¿En la PGR conociste al resto de detenidos?
-Si. Allí en la SEIDO [la Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada] nos juntaron a unos 17 jóvenes con un custodio. Había dos niños, de 15 y 17 años. Nos separaron a unos de otros para que no habláramos y nos retuvieron en cubículos toda la noche. No dormí ni un segundo. Estaba más tranquilo, pero me hicieron todo tipo de pruebas.
–Cuéntame cómo eran esas pruebas.
–Me hicieron todo tipo de exámenes. Me tomaron registro, las huellas dactilares, pruebas de ADN, de orina, de voz, de letra… ¡De todo! Después me entrevisté con el subprocurador y le conté todos los maltratos. Me dijo que no tuviera miedo, que no me iba a pasar nada. A las 15:00 del domingo, como 15 horas después, por fin me soltaron.
–Muchos conocidos tuyos hicieron campaña en las redes sociales por tu liberación…
–Creo que por eso me soltaron tan pronto, antes que al resto. Yo no sabía qué había pasado, pero cuando llegué a casa vi que la foto que me habían tomado las chavas en el Zócalo había recorrido el mundo y estaba en los medios internacionales. Varias de mis maestras estaban haciendo campaña y moviendo mi caso por la red. Se los agradezco mucho.
–Después de esta experiencia, ¿volverás a ir a las manifestaciones?
–Claro que sí. Yo soy apolítico pero voy a seguir yendo, porque lo que está pasando es muy grave. Les diría a los mexicanos que sigan adelante y que no abandonen o se convertirán en lo mismo que están criticando.
EN EL DF ESTÁ PENADO TOMAR FOTOS
Otra escena de brutalidad y arbitrariedad policial acaba de salir a la luz gracias a un videoaficionado. Cuatro uniformados zarandean a una joven y la obligan a meterse en una patrulla. La acusan de hacer fotos a una casa.
El video fue subido a la plataforma de YouTube el día de hoy, con el siguiente mensaje: “10 de noviembre de 2014. La policía en el DF detiene arbitrariamente jóvenes porque toman fotos en la calle”.
-¿A ver por qué la quieren subir? – pregunta el videoaficionado cámara en mano.
-¡Porque estamos tomando fotos! -grita la jóven desesperada.Y seguidamente recibe una serie de golpes en la cara.
La cámara no logra captar claramente si los manotazos vienen de la mujer policía que la agarra por delante o del agente que hay detrás, pero si se oye el grito de la joven, aún más desesperado: ¡Me están golpeando!
-¡Cálmese señora! -increpa nuevamente la mujer policía. El cámara se dirige a ella: “Señorita usted también entienda el momento en que vivimos”.
-Ahorita que se suba a la patrulla vemos en qué momento vivimos -responde el agente.
-¿Por qué la están subiendo? -pregunta el cámara nuevamente.
-Están tomando fotos a una casa -responde la policía con convicción.
-¿Y qué tiene de malo? Yo soy vecino de aquí. ¿Qué tiene de malo? -vuelve a preguntar.
En ese momento aparece una amiga de la joven retenida: “¡Me estaba tomando fotos a mí no a la casa!”
Los agentes no parecen dispuestos a escuchar más razones ni a ceder en su empeño.