Ciudad de México, 10 de agosto (SinEmbargo).- Aunque algunos no lo noten, si lo preguntan, nadie que esté en sus cabales dirá que le gusta respirar esmog. Sin embargo, fuera de esta afirmación a veces silenciosa, pocas son las cosas se hacen para cambiarlo. Por otra parte, la contaminación del aire es una realidad cruda y, a menudo, agobiante de las grandes ciudades e incluso aquellas que no lo son tanto. Basta una pequeña fábrica a veces, para que la balanza se incline a favor de la contaminación.
No obstante, al momento de poner manos a la obra (cuando nos disponemos a hacer algo) la solución parece simple. ¿Renunciar a los vehículos de combustión interna? Puede ser, pero siempre habrá quien se resista, y esos se cuentan por millones. ¿Emplear coches eléctricos, transporte colectivo u otras alternativas de propulsión humana? Si, pero no todos tienen los recursos o, bien, aún no son viables estas medidas para satisfacer las necesidades de toda una urbe. Entonces, por descarte, permanece la idea más generalizada hasta ahora: sembrar árboles. Parece sencillo, ¿no? Pues no lo es tanto, ya que ésta podría ser una opción no tan conveniente, sobre todo para quien gusta de recorrer a pie las calles, publicó The Conversation.
De acuerdo con John Gallagher, investigador de postdoctorado en la Universidad de Bangor, en Gales, si se considera cualquier pared, coches estacionados, arbustos o árboles como barreras que causan que el patrón natural de flujo de aire sea desviado, entonces sirve también como ejemplo de que los árboles no siempre pueden dirigir las emisiones contaminantes de los vehículos en la dirección “correcta”.
Para Gallagher una situación extrema de esto se da en las típicas avenidas arboladas, las cuales pueden llegar a conducir a un efecto de techo “verde”, cuando las plantas se encuentren en su punto máximo de frondosidad. Esto puede evitar que los contaminantes se escapen de la calle y que la calidad del aire resulte enormemente impactada.
En circunstancias menos graves, un solo árbol en una esquina puede romper el flujo del viento y conducir a la contaminación dirigiéndola a una zona en la que se encuentren los peatones caminando.
Sin embargo, no se trata de retirar la población de árboles en las ciudades. Si bien, es cierto que estos pueden llegar a perjudicar más que ayudar, esto no está relacionado de ninguna manera con su naturaleza. “Todo tiene que ver con su ubicación”, dice Gallagher.
En este caso, si a alguien podría llegar a culparse sobre los malos resultados que trae la vegetación a las ciudades, serían los planificadores urbanos, quienes parecen estar centrados cada vez más en la promoción de espacios más verdes en nuestras urbes, mediante la creación de –ahora sí, literales– “junglas urbanas”.
Después de todo, los árboles no tienen la culpa y, además, hacen que las personas se sientan mejor, según un estudio reciente publicado en la revista Scientific Reports.
Así mismo, un estudio realizado en Canadá, encontró que 10 árboles adicionales en una cuadra de la ciudad significaba mejores percepciones para la salud de la población local comparables a un aumento de 10 mil dólares (alrededor de 161 mil 700 pesos) o tener repentinamente siete años menos. Una de las razones para ello, sugirieron los investigadores, fue que “los árboles reducen la contaminación del aire”.
Por tal motivo, dado que los árboles mejoran nuestro bienestar, apoyar el concepto de hacer una ciudad más verde parece una obviedad. Sin embargo, no se trata simplemente de sembrar en cualquier lugar, también hay que planear en dónde serán colocados estos árboles para que su presencia no resulte más contraproducente que su ausencia.