El “narco de narcos”, el ser en el que se originó el narcotráfico moderno, preso sólo 28 de los 128 años que tenía como condena, dirige –otra vez o como siempre- una organización que trafica con estupefacientes en las rutas hacia Estados Unidos, según reportes de la Drug Enforcement Organization (DEA). En Badiraguato, Sinaloa, su tierra, la guerra pausada ha vuelto a empezar. Y en Ciudad Juárez, Chihuahua, donde siempre tuvo sus poderíos con los ranchos El Búfalo, El Vaquero y Pocitos, se anuncia su sombra. Su perfil psicológico fue reservado en el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa hasta 2022; sin embargo, hay quienes lo han visto, conversado con él y aceptaron perfilarlo.
Ciudad de México, 10 de julio (SinEmbargo).– Siempre estuvo y era un secreto muy contado. Pero entre febrero y abril de 1985, el narcotráfico saltó por primera vez a las planas de los diarios mexicanos con el nombre de una estrella principal: Rafael Caro Quintero. Aquel serrano de 32 años, primer año de Primaria, melena y bigote muy negros, empleador de miles de campesinos para levantar mariguana, nacido en La Noria, una ranchería perdida de miseria en la sierra de Badiraguato, Sinaloa, había puesto contra la pared al Gobierno mexicano y al de Estados Unidos.
Rafael Caro Quintero fue detenido en una hacienda de Costa Rica en abril de 1985 por una pesada carga de culpas. Identificado como el dirigente de la organización criminal denominada“Cártel de Guadalajara”, traficaba droga hacia Estados Unidos y además había asesinado al agente Enrique Camarena y al piloto aviador Alfredo Zavala de la Drug Enforcement Administration (DEA).
Con el tiempo, se conoció que en el seno de ese grupo se formaban otros sinaloenses que protagonizarían la epopeya del narco mexicano; por ejemplo, Miguel Ángel Félix Gallardo, Miguel Salcido Beltrán, “El Cochiloco” y Joaquín Archivaldo Guzmán Loera “El Chapo” Guzmán. Pero Caro fue Caro. Y en su ser se inició una forma de ser narco que siguió códigos de honor y orgullo. Cuando lo detuvieron, a las autoridades les dijo de sí mismo que su padre era campesino en tierra ajena, y que los Caro y los Quintero fueron pobres, desde su más viejo recuerdo, pero no conocieron el hambre porque los dominaba el orgullo y siempre buscaron la tierra para trabajar.
Acaso fue cierto. De su educación, el periodista Jesús Lemus Barajas, quien fue encarcelado en 2008 en Puente Grande, en la celda contigua de Caro Quintero, y exonerado de todo delito en 2011, relata: “Leía mucho en aquel tiempo de la cárcel. Estaba estudiando la Primaria a través del INEA. Me confesó que llevaba 14 años en Segundo año de Primaria. Pero me consta que la pudo terminar en Puente Grande”.
En cuanto a la búsqueda de la tierra, también pudo ser verdad. Caro Quintero se hizo en Chihuahua de los ranchos El Búfalo, El Vaquero y Pocitos donde miles de hombres levantaron mariguana durante años, mientras la falta de trabajo crecía como problema principal de los mexicanos. La desgracia de la crisis económica de 1982 y el cambio de rumbo impulsado por el entonces Presidente Miguel de la Madrid Hurtado hacia la apertura de mercado hundió algunos deciles el poder adquisitivo y pronunció la curva de desempleo, mientras la deuda externa rozaba los 80 mil millones de dólares.
Una partícula de la leyenda de “el narco de narcos” se encuentra justo en esta etapa económica de México. Caro brindaba empleo (la otra versión es que secuestraba campesinos) y era un patrón generoso, inteligente, querido y respetado. Otra es que a cambio de su libertad, le ofreció al Presidente pagar la deuda externa a cambio de que lo dejaran cosechar tranquilo en los campos unos años. Pero el Gobierno no quiso. Y a querer o no, en El Búfalo, municipio de Allende, Chihuahua, se escribieron los días en que empezó el fin. 450 soldados de élite ingresaron y descubrieron a unos 10 mil campesinos que, según la versión oficial, habían sido llevados con engaños con la promesa de ganar buen dinero en el corte de manzana. Los soldados quemaron unas 80 mil toneladas de hierba aquella vez y detuvieron a los campesinos.
Rafael Caro Quintero pasó 28 años de prisión, entre los penales de Almoloya de Juárez, hoy de El Altiplano, y Puente Grande. En agosto de 2013, fue liberado, bajo el cobijo de un recurso de amparo. La historia ha vuelto a empezar como si sólo hubiera estado en suspenso. En noviembre de 2015, la Suprema Corte de Justicia le dio reversa a esa determinación jurídica y se ordenó su detención; pero como suele ocurrir, nadie lo ha visto ni sabe dónde está.
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Reportes oficiales e informes de Drug Enforcment Administration (DEA) difundieron el pasado 4 de junio que Rafael Caro Quintero disputa la plaza con el Cártel de Sinaloa, que ha sufrido duros golpes en su estructura desde que su fundador y líder, Joaquín “El Chapo” Guzmán fue reaprehendido.
El fiscal general de Chihuahua, Enrique González Nicolás, advirtió que pretende hacerse de Ciudad Juárez y la zona del Valle. El funcionario, ante reporteros, expresó con tono de alerta: “Se ha establecido la posibilidad de una invasion que pudiera tener Chihuahua de uno de los narcotraficantes más conocidos del país, Rafael Caro Quintero. Tenemos información de que pretende venir para acá a disputar con el Cártel de Sinaloa parte de las acciones que ellos delincuencialmente realizan”.
Como ayer, las versiones sobre su sombra son varias. Unas indican que apoya a las huestes de Isidro Meza Flores, “Chapito” Isidro, quien comanda los fragmentos del Cártel de los Beltrán Leyva (fuentes de la PJE de Sinaloa) o a Alfredo Beltrán Guzmán, “Mochomito”, sobrino de “El Chapo” Guzmán e hijo de Alfredo Beltrán Leyva, también identificado entre los resabios de los Beltrán Leyva (PGE de Sinaloa). Otras que defiende a su antiguo socio, Joaquín Guzmán Loera con el mismo código de respeto inquebrantable establecido entre los caballeros del narcotráfico en los 80 (fuentes de Inteligencia). Unas y otras versiones arrojan que Caro Quintero está de nuevo.
¿QUIÉN ES ESTE VIEJÓN?
Nació en la sierra, en Badiraguato. Su padre falleció cuando él tenia 13 años y entonces, se hizo cargo de su familia de 12 hermanos que se distribuyeron para vivir en varios municipios de Sinaloa y Jalisco. “Él siempre como la estrella entre todos”, dice un allegado a la familia.
A los 18 años, se convirtió en chofer de carga en Culiacán. En ese trabajo estaba cuando conoció a Ernesto Fonseca Carrillo y Juan José Esparragoza. Pronto, serán una tríada. Y expanderán el plantío de mariguana de La Ciénega, Sonora, uno de los más grandes en la historia del narcotráfico mexicano. En 1983, con tal de defenderlo, Caro Quintero es el que da la cara y soborna a comandantes de la Policía Judicial Federal.
Si Caro Quintero fue uno de los forjadores de la desventura del narcotráfico, según el relato oficial, ¿cómo es? Si los ciudadanos de un país pueden hacerse una idea de la peligrosidad de un hombre o mujer por su perfil psicológico, ¿por qué no es conocido el de Rafael Caro Quintero?
Después de 31 años de su detención, en Costa Rica, y dos de su liberación, los mexicanos no pueden saber qué encontró el Gobierno en la mente de este narcotraficante. Los exámenes psicológicos que se le practicaron fueron clasificados como “información confidencial” hasta el año 2022, por la Secretaría de Seguridad Pública, cuando estaba a cargo de Genaro García Luna. Hoy, esa dependencia que fue clave en la política de combate al crimen organizado durante el Gobierno de Felipe Calderón (2006-2012), es parte de la Secretaría de Gobernación, cartera a cargo de Miguel Ángel Osorio Chong.
Pese a los candados del Gobierno, hay quienes pueden perfilar a Caro porque lo conocieron. Óscar Loza Ochoa, presidente de la Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa (CCHS), una de las primeras Organizaciones No Gubernamentales creadas en el país, cuya fundadora, Norma Corona, fue ejecutada por el sicariato narcotraficante en 1990, elabora un recuerdo.
“Yo sólo les voy a pedir una cosa. LLévenme a Culiacán”, le sugirió con una voz educada cuando lo visitó en el penal de Almoloya de Juárez. Era 1994 y el “narco de narcos” cumplía nueve años de habitar una celda. El mediodía despuntaba en el valle de México con mucho frío. Caro tenia su celda desordenada, muy diferente a la de su vecino, Félix Gallardo en donde gobernaba el orden. Se alcanzaba a ver una cabeza de caballo hecha con pirotecnia de cierta calidad, narra Loza Ochoa.
– ¿Por qué? – preguntó el controvertido profesor, muy critado en aquel tiempo por defender derechos humanos incluso de familiares de los narcotraficantes sinaloenses.
– Es muy fácil. No hay por dónde perderse. Mis hijos están en la edad en que decidirán entre el bien y el mal. Y necesito estar cerca para que no sigan mi camino.
Eso dijo Rafael Caro Quintero, el ser en quien se originó el narcotráfico moderno. Ese día, la amabilidad se transformó. A Caro Quintero lo aquejaban problemas gastroinstestinales y comentó que en los días normales de la cárcel no recibía la comida adecuada para sus males. Pero para la ocasión, su plato se veía suculento, a la vez que dietético.
–¿Los de aquí sabían que ustedes iban a venir?
–Sí –le respondieron Loza y sus acompañantes.
Entonces, se incorporó y tiró la bandeja de la comida en un bote de basura. Y el coraje le llenó la cara.
¡Ni a los perros los tratan así! – remató.
Caro Quintero no fue llevado a Culiacán, la capital sinaloense. No había allá ningún penal de máxima seguridad en donde pudiera ser resguardado su peligroso ser. En cambio, seis años después, fue trasladado al de Puente Grande, Jalisco. A a partir de 2008, el periodista Lemus Barajas, vecino de celda, pudo oírlo, saber de sus conversaciones, gustos y aficiones.
“Es una persona habilidosa”, dice al aceptar la reconstrucción del Caro en sus últimos años de prisión. “No se queda con ningún resentimiento. Perdona pero nunca olvida. Caro Quintero perdonaba. Era magnánimo. En la tesitura de un hombre, se movía entre escuchar y entender la razón y luego, actuar. Rafael tenía poco conocimiento académico, lo que no le restaba que fuera inteligente y con un razonamiento increíble. Él sabía lo que pasaba por la cabeza de un preso por sólo verlo cómo se paraba. Era un psicólogo nato. Y mostraba gran capacidad para entender el lenguaje no verbal”.
A Caro Quintero, uno de sus corridos más conocidos, el producido e interpretado por Los Invasores de Nuevo León, lo describe así: “La fiera ya está enjaulada, pero se oyen los rugidos, allá por la madrugada, sus deseos serán cumplidos. Échense a huir la manada si es quieren quedar vivos”.
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Tres décadas después de que Rafael Caro Quintero se convirtiera en el epicentro del cultivo y trasiego de drogas en México; Badiraguato, su terruño, se deshace atajado por un binomio: la miseria y la guerra. Badiraguato es de los 200 municipios con la miseria más dramática de México. En otras palabras, en la cuna de los narcos más famosos, en la génesis de la violencia en el país, la mitad de los 30 mil habitantes vive en crisis alimentaria, en casas de lámina, sin zapatos y con pocas posibilidades de estudiar. Como cuando Rafael Caro Quintero nació y creció ahí.
Él ya no está ausente. Aunque el estudioso del fenómeno de la violencia en Sinaloa, Jorge Luis Montiel, sostiene que jamás lo estuvo. “Fue el iniciador de un movimiento de narcotráfico. Es el padre. Y aun estando en el penal, seguía operando. Caro Quintero siguió operando. Tranquilamente. Ahora, ya libre, ha escogido una buena forma de ocultarse”.
En agosto de 2013, apenas liberado, el entonces presidente municipal de Badiraguato, Sinaloa, Ángel Robles, dijo a este diario digital: “Me preguntan que si ha estado aquí. Pues yo no sé, les digo. .. Es más, no sabemos si está aquí o dónde está”.
Pero desde que Caro Quintero fue liberado esa tierra ya no es la misma. Unos 350 pobladores dejaron sus viviendas por temor a las balaceras. Lo que ha pasado y está por pasar puede armarse con testimonios de refugiados en Huixiopa, Badiraguato. “Se están armando y reagrupando en el mero arriba, en la sierra, en la montaña. Ya son dos: los Beltranes y el grupo de Guzmán Loera. Clarito se ve”, dice un hombre de allá.
Basta adentrarse en la biografía de cualquier narco mexicano sobresaliente para dar con Badiraguato. En su accidentado mapa se ramifican tres generaciones de nombres de hombres con enigmáticas e intrincadas leyendas. En los 40, nacieron ahí Pedro Avilés, Ismael “El Mayo Zambada” y Juan José Esparragoza Moreno; 10 años después la misma tierra parió y crió a Ernesto Fonseca Carrillo, Rafael Caro Quintero e Ignacio Coronel Villarreal. Luego, Joaquín Guzmán Loera, “el Chapo” Guzmán, vio la primera luz y se hizo adolescente en los montes, casi al mismo tiempo que sus primos, los cinco Beltrán Leyva.
Visto así, se trata de un pleito de familia en el que el padre pródigo ha regresado. El semanario Río Doce ubicó el origen de este desajuste en el asesinato de Ernesto Guzmán Hidalgo en abril de 2015. Fue medio hermano de Joaquín Guzmán Loera y en la la sierra corrió la versión de que lo había mandado matar Aureliano Guzmán Loera, “el Guano”, hermano de padre y madre de “El Chapo”.
El ajuste de cuentas habría ocurrido porque don Ernesto no era confiable para la estructura de los Guzmán Loera. Era padre de Patricia Guzmán Núñez, esposa de Alfredo Beltrán Leyva, el Mochomo.
Tras la captura de Alfredo,“El Mochomo”, detenido el 21 de enero de 2008, y la muerte de Arturo, caído al año siguiente en un operativo de la Armada de México en Cuernavaca, Morelos, la agrupación de los hermanos Beltrán Leyva quedó disminuida. Fausto Isidro Meza Flores, “Chapito Isidro” tomó el control de los remanentes. Según información de la DEA, este hombre le puso cara a las huestes de Joaquín Guzmán Loera. Documentos del organismo estadounidense han indicado que él podría ser el sucesor histórico de Guzmán Loera en el trasiego de heroína y metanfetaminas en la ruta México-Estados Unidos.
La madrugada del sábado 18 de junio ocurrió lo peor. Un contingente de 150 hombres armados irrumpieron en La Tuna, Badiraguato, ese punto remoto del mundo, donde ha pasado toda su vida, Consuelo Loera, madre de “El Chapo” Guzmán. Le saquearon la casa. A ella, alguien la subió a un helicóptero y logró sacarla de ahí. En la embestida, ocho personas murieron.
¿Quién fue? En Huixiopa unos dijeron para este texto que fue “El Mochomito”. Otros que “El Chapito”. En ambas, Rafael Caro Quintero es sombra.
EL AMOR ES UN ERROR
“¿Quién me entregó?”, preguntó Rafael Caro Quintero cuando agentes de la DEA y elementos de la policía de Costa Rica irrumpieron en la finca donde se escondía. Con él estaba Sara Cristina Cosío Vidaurri Martínez, una de las jóvenes más populares de los antros y restaurantes de Guadalajara, Jalisco. Era 1985.
Hija del Secretario de Educación Pública de Jalisco, César Octavio Vidaurri y sobrina de Guillermo Cosío Vidaurri, ex Gobernador de la entidad y ex presidente del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en la capital, Sara declaró: “Yo no estoy secuestrada… yo estoy enamorada de Caro Quintero”.
En la crónica “San narcos tiene la fama” de Carlos Monsiváis en la revista Nexos, en 1992, se encuentra otra escena. Sara le dice a un oficial: “Estoy secuestrada”, el agente pregunta: “¿Quién es, querida?”, ella, con voz débil responde: “Rafael Caro Quintero”, el aludido reacciona: “Puta”.
El amor, en todo caso, fue un error en esta historia. Porque Caro, a esas alturas, era perseguido. El 7 de febrero de 1985, hombres armados habían secuestrado a Enrique Camarena, quien salía del consulado estadounidense en Guadalajara. Horas antes también había sido raptado Alfredo Zavala Avelar, el piloto de la DEA. El relato oficial aún indica que Caro Quintero golpeó con furia descomunal a Camarena y lo mató. Su cuerpo mutilado apareció junto al de Zavala en una hacienda d Michoacán.
Esos hechos desataron una crisis diplomática con Estados Unidos. Ronald Reagan exigió al entonces presidente Miguel de la Madrid que detuviera al culpable. Y ese fue Caro Quintero.
En la cárcel –Almoloya de Juárez, hoy Altiplano y Puente Grande, Jalisco- Rafael Caro Quintero dejó sólo 28 de los 128 años de su condena. Está por tener 64 y dirige –otra vez o como siempre- una organización que trafica con estupefacientes hacia Estados Unidos. Quiere hacerse del triángulo dorado, aquella unión de vertices imaginarios de Chihuahua, Durango y Sinaloa en la sierra, y de Ciudad Juárez, la frontera estratégica, según indican reportes de la DEA.