Óscar de la Borbolla
09/10/2017 - 12:01 am
La herida en el agua
Uno cree que es importante, literalmente portador de algo que llega al mundo a través de uno y solo gracias a uno. Esta seguridad nos hace suponer que hacemos falta, que ahí -por donde andemos- somos necesarios, valiosos, insustituibles.
Uno cree que es importante, literalmente portador de algo que llega al mundo a través de uno y solo gracias a uno. Esta seguridad nos hace suponer que hacemos falta, que ahí -por donde andemos- somos necesarios, valiosos, insustituibles. Y en algunos casos, esta certeza se vive de manera exagerada: nos parece incluso que el mundo no podría continuar sin nosotros o, al menos, no lo haría de la misma manera, pues nuestro aporte es esperado y que los demás están, literalmente, pendientes de nosotros.
La verdad, en todos los casos, es muy diferente; salvo en el amor. Cualquiera hace lo mismo que yo o lo hace peor o mejor o, simplemente, hace otra cosa que para los efectos esperados es más que suficiente. Uno es prescindible por muy García Márquez o por muy Heidegger que sea.
La verdad es que ni ellos ni sus equivalentes en todos los campos han sido imprescindibles, y la prueba es que llevan años de muertos y no ha pasado nada, quiero decir que han pasado otros, que el hueco que ocupaban es como el hueco que ocupan los libros en el anaquel de una librería: si no hay un libro habrá otro. Y aunque sea cierto que no todos los libros son de igual calidad, para los efectos prácticos: cuando no está un libro uno se lleva otro.
Somos, dejamos una huella con nuestra presencia y nuestros actos; sí, pero es como una herida en el agua: ese desmemoriado elemento que por mucha agitación que en su superficie provoque una presencia, por muchas olas u ondas que se propalen, al rato cierra sus orillas, cicatriza haciendo invisible la huella y vuelve a estar tan terso como antes de nosotros o de cualquiera.
Que cada quien imagine lo importante que es en su trabajo, en su oficio, en la actividad que desarrolle y, luego, imagine ese mismo ámbito al mes de su ausencia y comprobará que ha sido sustituido por otro que llega a hacer más o menos lo mismo. Somos tan soezmente prescindibles, pues el mundo se las arreglará sin nosotros, como nosotros nos las hemos arreglado sin Einstein y sin Newton, y eso que ellos sí eran garbanzos de a libra.
Tal vez en el amor y sus derivados: la amistad y otros vínculos, uno no pueda ser reemplazado, pero me temo que ni ahí, salvo en raras ocasiones en que el deudo íntimo muere de desdicha, en todos los demás casos la vida continúa, y el muerto al hoyo y el vivo al pollo. Y es que en todo es así: si al árbol se le corta una rama le nacerá otra, otra más torcida, más frondosa o más débil, pero otra: siempre otra.
Pero uno se engaña, se pone sus ínfulas, se cree decisivo, trascendental y único: importante; pero la verdad es que nadie es tan único que únicamente él y nadie más pueda ocupar su sitio. La verdad es que todos somos tan prescindibles como esta reflexión.
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@oscardelaborbol
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