La inseguridad arrebata la paz de Iguala, mientras que la búsqueda sabe a desesperanza

08/10/2014 - 12:04 am

Los 43 normalistas desaparecidos pesan sobre Iguala. La ciudad ya no es la misma y en cada rincón se escucha el susurro del miedo, la mirada inquieta de las mujeres y los ancianos. Las jóvenes que salen de la escuela temen ser secuestradas en venganza; una manta así se les dijo, amenazante, una de estas mañanas.

Iguala duerme hoy atrapada entre cientos de elementos de la Gendarmería, del Ejército mexicano y la Policía Estatal. Por sus calles se pasean los convoy, sus hoteles están abarrotados y en una de sus preparatorias duermen 600 policías comunitarios de Costa Chica abrazados a sus machetes.

Iguala es el epicentro del dolor. La búsqueda huele, a veces, a muerte.

Iguala, 8 de octubre (SinEmbargo).– Son las cinco de la tarde y un niño juega en un auto mecánico en el restaurante La Vaca Negra. Con sus manos echa una moneda en la ranura: “¡Vamos a jugar!", canta su voz infantil y el automóvil azul celeste con llantas naranjas empieza a moverse.

El niño ríe, toma el volante, aplasta los botones, hace ruidos con la boca. Su padre lo observa en el umbral del local. Tres uniformados de la Gendarmería pasan y miran al interior. Llevan esas armas largas en el costado, cascos, botas y uniformes.

El niño les sonríe, los uniformados pasan. El padre lo llama y lo toma de la mano, pero el pequeño se suelta y corre por la banqueta saltando. Cinco minutos más tarde, cuando el niño desaparece, un convoy de policías pasa por enfrente. Primero un vehículo abierto con unos 10 elementos de la Gendarmería de pie, mirando fijamente, con la vista clavada en el horizonte y la barbilla alzada. Atrás, le sigue un vehículo cerrado, luego otro y otro. En total son cuatro y dan la vuelta a una plazuela, rodeada de policías, y también, de niños, mujeres y hombres del pueblo que conviven en una Iguala sitiada, epicentro de la muerte, del dolor por sus 43 desaparecidos.

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Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo
Comunitarios llegan a Iguala. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo
Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo
Los retenes de los federales. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo

La Gendarmería llegó antier por la tarde a Iguala. En los hoteles del centro es difícil encontrar una habitación; la ocupación está al tope. La mayoría de los reporteros y los fotógrafos se hospedan en el Best Western, pero para quien llegó tarde, sólo quedan el María Isabel, ocupado por decenas de policías federales. Así duerme está noche toda la ciudad, abrazada de un uniforme azul marino, envuelta en las casacas verde militar.

Ellos, los policías, detuvieron sus vehículos en los estacionamientos de los hoteles y en la calles aledañas. Se mueven por todo el centro, están en las entradas y en las salidas de la ciudad. En los retenes. Deteniendo a uno de cada dos automovilistas que ven pasar.

“¿De dónde vienen? ¿A dónde van?”, dicen. “Gracias por su cooperación”.

“Sí tengo miedo, me da miedo salir con mis niños, me dan miedo ellos, tanta policía”, dice Guadalupe Mendoza, una muchacha de 21 años que espera transporte público cerca de uno de los retenes ubicados a la salida de la carretera libre rumbo a Chilpancingo.

Guadalupe vive en la colonia Valle Dorado y tiene dos hijos. Un bebé de ocho meses y una niña de tres años. Al niño lo lleva en brazos y la pequeña chilla y le jala del brazo.

Valle Dorado es una colonia marginada de caminos de tierra, donde los perros con sarna corren entre las ramas y los gatos se sacuden las pulgas. De hecho ni siquiera en el centro de Iguala hay esplendor. Sus calles llenas de baches, lucen una escasa inversión en obra pública.

Guadalupe cuenta que los últimos días han sido difíciles para los habitantes de la ciudad. Nunca antes vio tanto movimiento, ir y venir de vehículos, uniformados y esa sensación de que algo puede pasar en cualquier momento.

Cerca de Valle Dorado, a unos dos kilómetros por la carretera que lleva a Chilpancingo, están las instalaciones del Servicio Médico Forense (Semefo). Un viejo letrero indica que es el lugar en donde, hasta ayer en la noche, permanecieron los cadáveres que se encontraron en las fosas.

Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo
Soldados, Gendarmería, estatales... Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo
Los comunitarios se unieron a la búsqueda este día. Foto: Antonio Cruz, enviado, SinEmbargo
Listos para la búsqueda de los estudiantes. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo

La Semefo no está cerca de la ciudad, está a las afueras, a orilla de la carretera y frente a una funeraria. Aunque está en despoblado, hay un par de vecinos que habitan viviendas de madera y adobe.

En la casa de madera vive Justina Cuevas, de 50 años, justo a un lado de la Semefo. Todavía hace dos noches no podía conciliar el sueño.

“Tengo mucho miedo”, dice. “Nunca habíamos visto tanto difuntito, nomás a los accidentados que traían y uno que otro de algún pleito”.

Pero nunca casi 30 cuerpos, que llegaron poco a poco en un ir y venir de gente ataviada de uniformes azules y tapabocas.

“De vez en cuando el olor no nos dejaba, muy fuerte que venía de ahí, no nos dejaba. Yo tengo miedo, porque aquí hay mucho niño, por las criaturas",dice.

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Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo
De los pueblos de Guerrero. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo
Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo
Se quedaron en una preparatoria. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo

Por esa carretera que viene de Chilpancingo descienden 52 vehículos con 600 policías comunitarias de la Unión de Pueblos y Organizaciones de Guerrero (UPOEG). Son camionetas, autos compactos y camiones de carga. Vienen repletos de hombres de piel tostada, de campesinos de Costa Chica y de La Montaña de Guerrero. Campesinos que dejaron sus tierras, para tomar el machete y trasladarse a Iguala.

Viene en la caravana Simplicio Cano Mora, un hombre de Tecuanapa, que conduce una camioneta repleta de comunitarios.

Simplicio sonríe y dice seguro que viene a buscar a sus muchachos. Esos 17 normalistas, miembros de sus comunidades que forman parte de los 43 desaparecidos.

“No nos vamos a ir hasta que los encontremos. Venimos con todo, con mucho dolor, porque hay padres de esos muchachos que están desesperados”, dice.

El comunitario y la caravana son recibidos por el retén de la Gendarmería, el Ejército y la Policía Estatal. Los federales se encargan de la revisión. Uno a uno los vehículos se detienen. Manos extendidas, piernas abiertas. Buscan armas, no traen sus rifles de caza, esos con los que entraron a El Ocotito en enero para liberar a sus habitantes del crimen organizado, esta vez, sólo portan sus machetes, bien agarrados al costado, enfundados y preparados.

“Venimos en paz, como civiles a buscar a los desaparecidos, pero si el pueblo quiere que les enseñemos como es el sistema de policía comunitaria, lo vamos hacer. Aquí también hay secuestro, cobro de derecho de piso, como en Costa Chica”, dice Crisóforo García Rodríguez, promotor de la UPOEG a los comunitarios congregados ya en las instalaciones de la Preparatoria 32.

Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo
Son cerca de 600. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo
Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo
Organizados desde sus pueblos. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo

Afuera, Carla y Michel, dos adolescentes menores de edad que estudian en esa preparatoria miran curiosas entrar a los cientos de comunitarios.

“Ya vamos a nuestras casas porque no nos dejan salir. Hace unos días amaneció una manta en el Sam's que decía que, si no aparecían los normalistas, iban a venir a sacar a los estudiantes de las prepas, mi mamá la vio, y nosotros decimos: ¿por qué vamos a pagar nosotros, si no tenemos la culpa de nada?, la verdad todo Iguala tiene miedo”, dice Michel.

Carla sonríe y las dos jovencintas caminan rumbo a una parada de transporte público. Mientras, adentro en la escuela, los comunitarios se disponen a cenar y a prepararse para un día largo, donde según el plan, irán en busca de los desaparecidos, subirán el cerro donde están las fosas clandestinas, el cementerio escondido donde sepultaron a decenas de personas.

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Preparados. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo
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Llegada a la preparatoria. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo
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La ciudad tomada. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo
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Fuerzas federales y estatales. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo
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La vida del pueblo cambió. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo
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Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo
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