Mi infancia y parte de mi adolescencia la pase en las peluquerías de la familia en Los Mochis donde la gente se reunía para atenderse y conversar sobre las noticias que llegaban desde fuera de nuestro pequeño paraíso verde. Los deportes eran charla obligada entre los clientes que en ese entonces bebían cerveza mientras les cortaban el cabello o les rasuraban al ras. En ese mundo fantástico de tijeras, navajas, peines, jabonaduras, aceites, vaselina y lavanda brotaban los nombres de los grandes boxeadores de los sesenta y principios de los setenta.
El diario Esto! era una fuente obligada de consulta pero también de recreación del mundo del pugilismo. Creación interminable de mitos en esos templos sacrosantos de fogueo y sudor que son los gimnasios con sus costales, peras, espejos, ring, guantes. De ilusión de estar en los grandes escenarios y bolsas generosas de billetes verdes (o sea, antes que Mayweather o su émulo culichi, el junior JC Chávez, los exhibieran como un ejercicio de ostentación sin pudor).
En ese entonces, fue cuando escuche por primera vez el nombre de Ultiminio Ramos, un nombre de pila irrepetible que le pertenecía a un cubano de expresión seca que denotaba un aire de tristeza contenida, profunda, nostálgica, ausente. Quizá, era la expresión de la añoranza por la Cuba que había quedado atrás y que en mucho tiempo no volvería a ver. Este hombre robusto de cuerpo fuerte, al que de niño yo lo veía inmenso, capaz de tumbar de un solo golpe al mejor, esta semana se ha despedido de este mundo. Un cáncer de próstata acabó con una vida dedicada al boxeo y a la música antillana. Murió en el silencio pero la noticia inmediatamente circuló por las redes provocando miles de notas y comentarios del otrora bolerito que deambulaba por las plazas de su pueblo en Matanzas.
Aquí, hablaremos solo de su paso por los encordados, esos espacios físicos que siguen sintetizando la catarsis colectiva. Este cubano abandono su país con escasos 17 años después del triunfo de la revolución fidelista, cuando en la isla fue prohibido el boxeo de paga “por ser una manifestación capitalista que corrompía el deporte”. Viaja con lo poco que tenía a México, al igual que José Ángel “Mantequilla” Nápoles, y nuestro país adopta a este boxeador en ciernes para seguir su carrera en los cuadriláteros mexicanos y estadounidenses. Eran los años cuando el país se estremecía con grandes movimientos sociales pero igual en los grandes escenarios donde los boxeadores podían dejar la vida sobre el ring.
Ultiminio Ramos, era uno de esos boxeadores todo-terreno, que recibía pero también devolvía candela. En su currículum boxístico hay dos muertes producto de su fuerte pegada. La primera fue la del cubano José “El Tigre” Blanco en 1958 en su país y la otra del norteamericano Davey Moore en marzo de 1963 en el Dodger Stadium de Los Ángeles a quien noquea en décimo de una pelea pactada a quince rounds. Moore sale muy golpeado y tiene que ser hospitalizado, pero el daño estaba hecho y al cuarto día pierde la vida y el campeonato mundial pluma del naciente Consejo Mundial de Boxeo y la Asociación Mundial del Boxeo.
Aquellos eran tiempos donde el boxeo no esperaba mucho para que los campeones estuvieron de nuevo en el ring defendiendo una corona y Ramos no fue la excepción y el 13 de julio de aquel año defiende su corona frente al nigeriano Rafiu King en la monumental Arena México a quien derrota contundentemente. Luego reaparece el 1 de marzo de 1964 frente al gran boxeador japonés Mitsunori Seki, a quien derrota por nocaut en el sexto asalto y el 9 de mayo del mismo año, se enfrenta al ghanés Fioyd Robertson a quien en una pelea donde se dan con todo termina ganándola por decisión dividida.
Inmediatamente después de este triunfo se pacta la pelea con uno de los grandes del boxeo mexicano: Vicente “El Zurdo de Oro” Saldívar, quien con escasos 21 años, derrota al cubano en una pelea trepidante en la Plaza de Cuatro Caminos. Luego de ese combate Ramos sube a la categoría de ligeros donde en 1967 busca la corona de las mismas asociaciones enfrentándose en dos ocasiones al boricua Carlos Ortiz sin éxito. Los años siguientes se mantienen en los rings pero su época de oro había terminado y en 1974 cuando sucumbe ante el congolés César Sinda decide colgar los guantes con solo 28 años.
Ultiminio Ramos, se había iniciado como amateur en su natal Matanzas, donde con ese carácter sostiene más de 100 peleas y ya como profesional agregaría otras 55. Se retira del box profesional con un récord de 40 nocauts, 7 derrotas y 4 empates. Su trayectoria en el mundo del boxeo le lleva a ser incluido como miembro del Salón Internacional de la Fama del Boxeo en Nueva York. Su estilo elegante lo llevó a ser considerado uno de los grandes boxeadores técnicos. Y la máxima “pegar mucho y que a ti te peguen poco” se volvió una suerte de biblia del boxeo.
El gran Ultiminio, junto con otros boxeadores de la época, fueron un estímulo a la imaginación en las noches de TV en blanco y negro o la radio de los grandes cronistas boxísticos, que fueron capaces de transmitir toda la emoción de esas peleas que nos transportaban a dimensiones insospechadas donde estaba la respiración sincronizada, la mirada fija, los swings y jabs, el sudor, el aliento caliente en la oreja durante los amarres, el golpe fulminante. Otra opción de vida. Descanse en paz en el jardín de los grandes de la época dorada del boxeo mexicano.