Irving Javier Mendoza de Alejandro, de 18 años, fue privado de la libertad por sujetos encapuchados y fuertemente armados en la colonia Valle Verde el 17 de agosto de 2010. Su madre, Martha Alicia de Alejandro Salazar, vio cuando se lo llevaban.
Recuerda que pidió ayuda a la policía estatal, a la PGJ de Nuevo León y al Ejército, pero nadie acudió a auxiliarla.
A más de siete años de que supo por última vez de su hijo, la madre sostiene que nunca se investigaron los hechos, pese a que Irving no fue la única persona privada de la vida ese día.
Ciudad de México, 8 de mayo (SinEmbargo).– “¡Unos armados se están llevando a mi hijo!", son las palabras que Martha Alicia de Alejandro Salazar recuerda haber dicho por teléfono a la policía de Monterrey, Nuevo León.
Era 17 de agosto de 2010, la madre relata que Irving Javier Mendoza de Alejandro, de 18 años, fue privado de la libertad por al menos 13 sujetos encapuchados y fuertemente armados en la colonia Valle Verde de la capital nuevoleonesa.
La madre describe que alcanzó a ver a su hijo ensangrentado mientras gritaba “ayúdenme”, pero nadie respondió a su llamado; reconoce que ella misma se quedó paralizada por el temor de que algo le pasara sus otros dos hijos más pequeños, de 10 y cuatro años.
Martha Alicia hace un recuento de sus plegarias a las autoridades: llamó a la Procuraduría General de Justicia, encabezada entonces Alejandro Garza y Garza, y a la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), pero ninguna corporación de seguridad acudió en su auxilio.
Irving era el tercero de seis hijos. Estaba por cumplir los 19 años y tenía dos bebés. Trabajaba como repartidor de carnes frías y a veces impermeabilizaba viviendas. Vivía con su abuela paterna en la colonia Valle Verde de Monterrey.
Era martes cuando se lo llevaron. Martha no lo olvida porque ese día de la semana acostumbraban a ir juntos al supermercado, adquirir refrescos y caminar. Pero ese día “el carro se me descompuso y no podía ir, le marqué a Irving y le comenté que mejor íbamos otro día. Él me dijo: 'No te preocupes, mamá. Ahorita estoy esperando a la suegra de mi hermana para irnos a la iglesia. Ya estaba arreglado para irme contigo, pero no pasa nada me voy a la iglesia’”.
Martha pudo reconstruir los momentos previos al plagio de su hijo a partir de otros testimonios, entre ellos el de Alan, uno de sus hijos mayores.
La señora De Alejandro Salazar relata que luego de hablar con ella, Irving salió de la casa a un puesto de antojitos cercano a su casa, se compró un refresco y se sentó en unas bancas. Al poco tiempo se encontró con su hermano Alan, mayor que él, quien iba a casa a comer.
Irving le comentó a su hermano que estaba en la tienda porque aún no llegaba la señora que esperaban para ir a la iglesia. Compraron unas papas fritas, unos refrescos y conversaron. Eran alrededor de la 4 de la tarde.
Mientras los hermanos Mendoza de Alejandro convivían vieron una camioneta que estaba en la siguiente cuadra. Era una Ram pickup roja de cabina y media, con hombres encapuchados en su interior.
–¿Ya viste una camioneta con mucho hombres allá?– le comentó Alan a Irving.
– ¿Qué estarán haciendo ahí? – le replicó
–No pues quién sabe. No los mires– le ordenó Alan a su hermano menor.
Alrededor de media hora después del avistamiento, el vehículo otra vez se hizo presente en la entrada de la calle donde esperaban.
–Ahí vienen estos cabrones, quién sabe qué quieran, por favor no vayas a correr– le dijo Alan a Irving.
Cerca de 13 hombres armados descendieron de la camioneta a paso rápido y encañonaron a los hermanos.
–¿Quién vende aquí?– cuestionaron.
Alan no alcanzó a contestar cuando Irving salió corriendo tras sentir la punta del arma en la espalda. Una parte de los gatilleros fueron tras él.
"Tú vete a chingar a tu madre, no te queremos ver aquí”, le dijo uno de los encapuchado a Alan y a todos los presentes en el lugar.
Los hombre armados dispararon en la pierna de Irving para que desistiera de su huída, pero se resistía pese a la lesión. Finalmente fue alcanzado, lo llevaron a rastras a la camioneta y le arrancaron parte la ropa. Cuando se lo llevaron sólo vestía un short de mezclilla, calcetines y uno de sus tenis... el otro lo perdió cuando corría.
Alan le marcó a su madre para contarle de lo ocurrido a su hermano menor. Ella de inmediato salió de su casa y tomó un taxi para dirigirse a la vivienda de su suegra.
Al llegar a la colonia vio que una patrulla policíaca obstaculizaba el acceso más inmediato a la cuadra donde transcurrían los acontecimientos.
“Cuando tratamos de entrar, una patrulla de la policía estaba atravesada en la calle. Yo pensé ‘¿qué onda?’ pero no le di mucha importancia en ese momento: no reaccioné porque lo que quería era llegar. Le dije al taxi que se regresara y que circulara por otra calle. ’Yo ahorita le digo cómo llegar, sé de otro acceso’", recuerda.
Martha vio a su hijo a manos de los criminales.
“Ahí estaba la camioneta con mi hijo arriba y mucha gente armada alrededor, mientras que sacaban a otro muchacho de su casa. Mi hijo estaba todo lleno de sangre. Gritaba: '¡ayúdenme, ayúdenme!'. Pero nadie se atrevía a acercarse porque era mucha la gente armada; incluso yo tampoco me atreví, tenía mucho miedo porque traía a mis otros dos niños”, reconoce la madre.
Martha llegó a casa de su suegra. Ahí estaban sus familiares desesperados y con un llanto sostenido. Tomó el teléfono.
“Marqué a la Ministerial [Policía estatal] y ahí me dijeron que no era donde me podían ayudar y me dieron otro número. Llamé, me dijeron lo mismo y también me dieron otro número. Hablé, les dije: ‘unos armados se están llevando a mi hijo’, pero me respondieron igual y me dieron otro número, que es al primero que había marcado. Incluso hablé a la Sedena [Secretaría de la Defensa Nacional] y también me dijeron que no me podían ayudar”, recuerda.
Después insistió con la policía ministerial. "Entonces, ellos me dijeron que no tenían gente para atenderme porque un Alcalde [Edelmiro Cavazos Leal, del municipio de Santiago] había desaparecido y al parecer ya lo habían encontrado muerto. Que toda la gente andaba allá y que no podían mandar a nadie a la colonia donde estaba pasando lo de nosotros", acusa la madre.
Martha no perdía la fe en que las autoridades acudirían a auxiliarla y ordenó a su hija tomar fotografías a la sangre de Irving esparcida en la calle, a los casquillos percutidos, y demás evidencias; a sus vecinos les pidió que no movieran nada de la escena del crimen.
“Yo tontamente pensaba que iban a venir, que cuando regresarán del otro municipio iban a venir y yo quería que vieran toda la evidencia”. La policía, acusa, jamás acudió a investigar.
El plagio ocurrió alrededor de las 5 de la tarde. La madre sostiene que el grupo armado estuvo en el área toda la tarde-noche, horas en las que se dedicaron a privar de la libertad a más hombres.
En la colonia Infonavit de Valle Verde hay edificios de cuatro pisos. Uno de ellos, que tiene vista a un arroyo, vivía una amiga de Irving. “Ella fue la que vio todo y me estaba hablando. Me dijo que estaban golpeando a gente, que se escuchaban muchos gritos, que no sólo traían a Irving, que traían a más muchachos”.
La joven le comentó que creyó ver que Irving era llevado en una bolsa, de donde solo sobresalía la cabeza. Ella fue quien le informó cuando los sujetos abandonaron el área y que habían abandonado una bolsa negra.
“Yo rápido pensé: ‘Es mi hijo muerto. Lo dejaron en la bolsa'”. Le llamé a Alan para decirle que iba a Valle Verde, pero él me dijo que no, que él iría”, detalla.
La bolsa, explica, contenía cobijas llenas de sangre, fotografías rotas, material de curación, restos de comida y el tenis de Irving lleno de sangre.
“Había mucha evidencia, si la policía hubiera ido a investigar hubiéramos encontrado a mi hijo rápido, porque estaba toda la evidencia ahí, sangre, fotos, las huellas (me imagino que eran de la gente que se lo llevó), casquillos sin percutir, había muchas cosas, y la policía nunca fue, pasaron y pasaron los días y nunca fue, nunca preguntaron que pasó... no hicieron nada", recuerda.
"Los tipos se fueron como a las ocho de la mañana del siguiente día, y si la policía hubiera ido, si hubiera atendido mi la llamada de auxilio, es más: si hubieran ido en la noche a investigar, los hubieran encontrado allí”, comenta.
Dos días después del plagio, Martha acudió a la PGJ de Nuevo León. “Cuando yo fui a poner la denuncia me recibió una muchacha. Yo llevaba todo: credencial, fotos de mi hijo”. Luego describe el diálogo que tuvo con la funcionaria.
–¿Y usted qué quiere?–, le cuestionó la mujer.
–Lo que pasa es que se llevaron a mi hijo— respondió Martha.
–¿Y quién se lo llevó?
–Pues era un grupo armado.
–¿Y cómo sabes que era un grupo armado.
–Pues yo digo que era un grupo armado porque eran 13 gentes, todas con armas largas.
–¿Y a dónde se lo llevaron?
–No sé.
–A ver, ¡muévete, muévete!, y saca la credencial de elector, la foto de tu hijo y dame una foto tuya también.
Martha recuerda que fingió que buscaba el documento en la bolsa, luego arguyó que la había olvidado para irse, con el pretexto de que acudiría a su casa por la identificación.
“'Yo pensé: ‘¿para qué quiere mi foto? No me vayan hacer algo. No, yo ya no regreso'", explica.
LA BÚSQUEDA
El miedo paralizó a Martha por meses y años. Sacó a sus hijos de la universidad y de la primaria, no los dejaba salir a la calle, y a su hijo Alan le llamaba a diario. Así duró casi seis meses hasta que su los mayores de sus descendientes le explicaron que no podía seguir así.
En 2014, la mujer empezó a buscar en Internet asociaciones civiles que la ayudaran y encontró el Colectivo Funden Nuevo León. Se pudo en contacto con ellas.
Las activistas la llevaron inmediatamente a que le realizaran pruebas de ADN y después a interponer la denuncia.
Martha platica que las autoridades intentaron vincular su caso con el del otro muchacho y que fue así como se dio cuenta de que no había ninguna diligencia policial. “Aunque yo no puse denuncia en ese momento, igual la policía debió ir a checar la evidencia a recoger, a preguntar lo que ocurrió pero nunca fueron".
Y aunque han pasado otros cuatro años de que la denuncia finalmente fue presentada, Martha sigue sin saber dónde está su hijo. Desde 2014 se unió a Funden y se ha dedicado no sólo a buscar a Irving, sino también a ayudar a otros padres en situación similar a la suya.
Ha tenido resultados en sus exploraciones. La madre convertida en activista explica que en el municipio de García, Nuevo León, encontraron múltiples restos óseos, aunque “todavía no nos dan muchos informes sobre ello, porque algunos restos están calcinados, y aparte son muchos los que tienen, no recuerdo la cifra exacta, pero son muchísimos los que hay y están en proceso”.
La señora Martha resume su sentir hacia las autoridades.
“Conforme pasan los años más me decepciono; conforme tomo talleres, voy a la búsqueda y veo el nulo apoyo del Estado con nosotros, para todas las que buscamos. En general, estoy muy decepcionada”.
Martha concluye que una de las opciones que queda es que las víctimas junto con las organizaciones civiles se unan, se apoyen y entre ellas mismas y se empoderen con la esperanza de encontrar a sus hijos.
Ella, reitera, no tiene "esperanza" en el trabajo de las autoridades. La única esperanza que tiene es encontrar a Irving Javier por su propia mano.