A la par que Ciudad Juárez trata de dejar atrás su doloroso estigma como “la más violenta del mundo”, los planes del gobierno para darle un “nuevo rostro” están borrando su historia.
Hagamos ladrillos y cozámoslos al fuego’. Se sirvieron de los ladrillos en lugar de piedras y de betún en lugar de argamasa. Luego dijeron: ‘Edifiquemos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo. Hagámonos así famosos y no estemos más dispersos sobre la faz de la Tierra’”
Génesis 11:1-9
Ciudad Juárez, 8 de abril (SinEmbargo).– En 1930 una mujer controlaba el punto más importante de México para el trasiego de drogas a los Estados Unidos, desde una amplia casa de un solo piso en lo que ahora es el Centro Histórico de Ciudad Juárez. “La Nacha” proveía de opio, marihuana y morfina a los soldados estadounidenses en plena Segunda Guerra Mundial. Ahí se iniciaba el peor de los episodios violentos de esta frontera y un esfuerzo de sus gobernantes por eliminar esa parte de la historia.
Pero no fue sino hasta hace muy poco que el estado de Chihuahua, al que pertenece Ciudad Juárez, comenzó a dejar atrás aquel violento infierno derivado del narcotráfico, llevándose también al olvido la historia de la ciudad.
La tajante decisión de “arrancar las raíces de ese árbol oscuro”, incluso si había que podar a su vez aquellas que fundaron y formaron Ciudad Juárez, la tomaron dos importantes actores de los tiempos modernos en el norte de México: el dos veces Alcalde de Ciudad Juárez, Héctor Murguía Lardizábal, y José Reyes Baeza, Gobernador del estado –de 2004 a 2010– y ex Alcalde de la ciudad de Chihuahua. Ambos han sido señalados por la prensa de ser parte de un cártel de la droga, luego del arresto del jefe de Policía de Ciudad Juárez en 2010 por tráfico de marihuana en El Paso, Texas.
En ese mismo año, el negocio que creció con “La Nacha” había dado ya demasiados frutos y ahora comenzaba a cobrarlos con sangre: más de 3 mil 100 personas fueron asesinadas tan solo en un año en Ciudad Juárez.
El verano de 2010, Murguía Lardizábal citó a Reyes Baeza para comer en un restaurante en la ciudad de Chihuahua y aprovechó para contarle sus planes. Murguía le explicaba al Gobernador que no veía otra manera de erradicar la violencia y la “podredumbre” que se concentraba y emanaba casi en su totalidad del centro de su ciudad, más que tirando y volviendo a construir. Un borrón y cuenta nueva.
Una vez que estrecharon manos sólo les faltaba una cosa: ¿quién sería el encargado de los pormenores? Ambos acordaron que debía ser alguien con raíces en Ciudad Juárez, pero no tan profundas como para negarse a desaparecer parte de su historia. Un hombre ambicioso y concentrado, alguien con experiencia en construcción, pero novato como servidor público. El hombre que cumplía con todos sus requisitos fue Everardo Medina Maldonado, un ingeniero civil que llegó a la ciudad en 1965 proveniente de Parral y que además fue nombrado Alcalde suplente de la actual administración.
Ciudad Juárez fue fundada estratégicamente. En medio de 450 mil kilómetros cuadrados de desierto, el más grande de América del Norte. Los españoles que buscaban colonizar el territorio de lo que ahora es Nuevo México durante toda la época colonial, necesitaban un lugar para descansar y recobrar fuerzas. Un lugar de paso desde donde entrarían hasta la actual ciudad de Santa Fe, Nuevo México. El lugar indicado fue la Misión de Nuestra Señora de Guadalupe de Mansos del Paso del Río del Norte, un pequeño punto de avanzada ubicado al lado de un caudaloso río, y fundado por Fray García de San Francisco. Ahí construyó la Misión de Guadalupe en lo que hoy es el Centro Histórico de la ciudad, uno de los pocos edificios que sobrevivirán la poda para eliminar el mal.
En los 1800, cuando finalmente el estado de Chihuahua se independizó de la Colonia Española, la principal actividad de esta frontera era la comercialización de la vid, que se iba hasta el resto de Norteamérica. Pero en 1846, Estados Unidos comenzó a pelear el vasto territorio norteño que dividía el Río Grande. Los estadounidenses finalmente compraron más de dos kilómetros cuadrados de lo que es el territorio de Texas, Nuevo México y California, y se llevaron consigo el proliferante negocio de las uvas.
En ese mismo siglo lo que era Paso del Norte se convirtió en Ciudad Juárez, recordando al Presidente de México, Benito Juárez, quien trasladó su gobierno a la frontera huyendo de la ocupación francesa. Ciudad Juárez buscaba ya dejar de ser una ciudad de paso y convertirse en una con historia propia.
Los años 1900, época de la Revolución Mexicana, marcaron especialmente a esta frontera. Es la época que definiría gran parte de la dinámica a futuro de la ciudad. Los revolucionarios se ocultaban al otro lado de la línea fronteriza, en El Paso, Texas, para cruzar al territorio mexicano, atacar y regresar a sus guaridas. Además, finalmente se construyeron edificios que albergaron a los actores de la revolución, cantantes y periodistas a la par que se constituía una identidad arquitectónica en el creciente centro de la urbe.
Fue en los años siguientes que “La Nacha” hizo su imperio de las drogas. La ciudad estaba devastada por los enfrentamientos entre federales y revolucionarios y ya para 1927 los asuntos que ocupaban a las autoridades eran otros. La mafia china había controlado la venta de opio desde Ciudad Juárez, y fue una local quien mandó asesinar por cientos a sus oponentes para quedarse con el negocio. Incluso hasta después de que mataran a su esposo y líder de la organización de tráfico de drogas, “El Pablote”, en 1930.
Hasta 1970, “La Nacha” controló el negocio de las drogas desde aquella casa en el centro histórico que ahora se encuentra bajo amenaza de ser destruida. De ahí en adelante, la historia moderna de la ciudad ha visto decenas de capos desfilar por sus calles, desde Amado Carrillo, “El Señor de los Cielos” en la década de los 90, hasta el más reciente, Joaquín “El Chapo” Guzmán. Ciudad Juárez sigue siendo un punto estratégico para el control de otros territorios, ahora en el contexto del narcotráfico.
Para que los índices de violencia de una metrópoli como Ciudad Juárez sean considerados dentro de lo normal, según los estatutos de la Organización Mundial de la Salud, debe registrar siete homicidios por mes. Desde la revolución de 1910, aquella frontera ha registrado un índice de 15 asesinatos mensuales, una marca casi de nacimiento. En 2010, el promedio de asesinatos por mes fue de 258.
En el más reciente mapa de avances de remodelación entregado en enero pasado a la Secretaría de Obras Públicas, que coordina la reconstrucción del Centro Histórico de Ciudad Juárez, se observa el área dividida en pequeños rectángulos que marcan las propiedades. A la izquierda se han colocado cinco colores: verde para los inmuebles en proceso de compra, amarillo para los que están en negociación, rayado para los que han sido ofrecidos en venta voluntariamente, azul para los inmuebles vendidos y rojo para “procesos especiales”. El resto está sin colorear, en blanco. Estas son las propiedades de quienes no han aceptado vender su predio al estado.
Sobre la avenida Santos Degollado una propiedad de buen tamaño está sin colorear. Es el número 289, una casa que data de 1904, aún con entrada para caballos que da directo a un patio interior. Es propiedad del abuelo de Bartolo Durán, un ingeniero mecánico de 89 años nacido en esa misma casa.
Frente a la vivienda pintada de verde olivo está un extenso terreno vacío en medio de otros dos. Durán afirma que ahí se encontraba la “mostranquería”, una palabra que muchos de nosotros jamás hemos escuchado pronunciar. La mostranquería no era otra cosa más que el corralón para animales. Por aquel entonces los caballos, burros o mulas eran el medio de transporte y quienes circulaban en exceso de velocidad, en sentido contrario o cualquier falta vial de gravedad, merecían que sus animales fueran decomisados y encerrados en la mostranquería hasta pagar uno o dos pesos de multa, el equivalente a 100 o 200 pesos actuales.
Al otro lado de la casa de Durán está una vivienda amarilla que data de la misma época. En la esquina superior se ha colocado una placa señalando el camino por el que pasó Fray García de San Francisco al llegar a esta frontera, y justo al lado está la casa que habitó “La Nacha”, en la misma cuadra que allá por los años 30 del siglo pasado cerraba para hacer bacanales de tres días.
Conviviendo en una extraña armonía con las casas vernáculas de la revolución se encuentran también las vecindades de prostitución. Frente a la casa de “La Nacha”, detrás de la casa de Durán, se levanta alta una vecindad derruida, sin ventanas y con un grafitti en uno de los muros que se lee “que ricos jotos”, junto a un burdo dibujo de dos hombres teniendo sexo.
Ahí es el punto de unas cinco prostitutas que usan la misma vecindad como casa de citas. Unas calles hacia el norte está uno de los picaderos más conocidos entre los adictos que circulan el centro de la ciudad y enseguida, otra vecindad de prostitutas. Todo frente a los continuos rondines de la Policía Municipal. Su autoridad ha quedado rebasada.
Durán se ha negado a vender su propiedad por una sencilla razón: es suya.
“Lo que yo quisiera ver es que remodelaran estas casas, sí, es cierto, se están cayendo solas y hay muchos nidos de malandrines y prostitutas, pero no tienen por qué chingarse toda la historia de la ciudad”, dice Durán alterado.
La misma opinión la tienen los propietarios de la vivienda amarilla con la placa histórica, los ocupantes de la que fuera la casa de “La Nacha” e incluso las prostitutas en la esquina.
“Ya tiraron la mostranquería, que estaba bonita, tiraron unas casas de ahí enfrente que eran de la misma época que la mía, y le van a dar en la madre a todo lo demás, no van a dejar historia aquí para que las futuras generaciones conozcan”, explica el ingeniero Durán.
Sobre la Avenida 16 de Septiembre, la que recibiera a los revolucionarios que protagonizaron la toma de Juárez, casi llegando a la majestuosa Catedral, se encuentra La Nueva Central, una cafetería amplia construida al estilo de los años 50 del siglo pasado mezclada con adornos chinos, huella del dueño, Francisco Yepo.
La Nueva Central, fundada en 1958 no cierra sus puertas nunca. Abre las 24 horas del día los siete días de la semana. A pocas horas de que las autoridades dieran a conocer el proyecto de la mega plaza que terminaría con la cafetería entre otros locales, unas 500 personas ya habían llenado un libro de firmas para evitar su destrucción.
Actualmente es el ícono de la resistencia a la demolición y remodelación de esa zona geográfica y a su vez es el centro de debate de una sociedad dividida sobre el futuro de la historia de su ciudad.
La dinámica de la construcción histórica de Ciudad Juárez ha empalmado en el centro a frailes franciscanos, héroes revolucionarios y estrellas de Hollywood. Desde esta perspectiva es complicado encontrar una identidad histórica cohesiva, como lo expone José Luis Rodríguez, quien fuera director de Obras Públicas previo a Medina.
Para Rodríguez no hay “prácticamente nada” que valga la pena rescatar en la actualidad, desde que todo lo que hay es resultado de una planeación con criterios muy dispares en materia de diseño e identidad arquitectónica.
“Fuera de edificios como la Ex Aduana y la Garita de Metales, entre otros, prácticamente no queda mucho qué rescatar en el Centro Histórico de Juárez; probablemente pueda resultar positiva la intención de hacer una remodelación completa en la zona Centro, que desde hace mucho tiempo ha sido una zona olvidada por las autoridades”, comenta Rodríguez.
Aún con la opinión de su predecesor, el actual subdirector de Obras Públicas acepta sus errores y afirma que en algunas ocasiones se ha equivocado.
“Había algunas propiedades con valor histórico, sin valor arquitectónico, que se estaban cayendo solas y pensé que no valía la pena rescatar. Entonces demolimos una propiedad y después nos enteramos que realmente ahí había sucedido algún hecho histórico”, comenta Medina sin detallar el evento histórico al que se refiere.
Pero para Elia Moreno, profesora de Arquitectura en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, la continua demolición y búsqueda de identidad es lo que ha impedido a los juarenses un arraigo profundo con su urbe.
Moreno dice que es esta identidad que las autoridades están impidiendo la que puede rescatar el dañado tejido social, porque “puede servir de un vínculo afectivo para muchos jóvenes que viven como seres aparte de su ciudad”.
De la misma opinión es Sergio Moreno, docente de Rearquitectura de la misma Universidad.
“Los edificios del centro histórico de la ciudad son valiosos porque en lugares como La Nueva Central se está generando la convivencia e integración de la que carece la ciudad”, expone.
Fuera del centro geográfico e histórico de Ciudad Juárez se encuentran varias decenas de fraccionamientos privados donde la gran mayoría de sus habitantes se han rehusado a visitar los lugares que mencionan los docentes de arquitectura.
El hecho de que sea el centro uno de los principales puntos de narcomenudeo, asesinato y desaparición de mujeres en las últimas décadas ha creado una opinión encontrada en un grueso de la población pudiente de aquella frontera.
Silvia Villanueva, médico general y habitante de uno de los residenciales más exclusivos de Ciudad Juárez, dice que a pesar de haber nacido en los alrededores del centro histórico, hace más de cinco años que no cruza sus calles.
“Me da miedo. Hay mucho malandrín, muchos borrachos y además está feo, yo creo que si está bien que lo remodelen, tal vez así si me atrevería a visitarlo”, comenta.
Es justamente a ellos a quienes Medina y Murguía buscan atraer como visitantes, además de a los turistas extranjeros.
Los argumentos de la oposición que ha encontrado el gobierno respecto a su plan de remodelación no están muy lejos de lo que sucede en realidad. En las maquetas a las que el subdirector de Obras Públicas del Estado, Everardo Medina Maldonado dio acceso a SinEmbargo, no sobreviven más de cinco edificios de toda la zona centro. La Catedral, la Misión de Guadalupe, el edificio que albergó la primera presidencia municipal, la ex aduana ahora convertida en museo de la revolución en la frontera y un antiguo cine que data de la revolución. De ahí en más, el resto de las propiedades fueron evaluadas por expertos y consideradas sin valor histórico. Incluyendo calles y avenidas, el centro histórico será convertido en áreas verdes, estacionamientos, oficinas gubernamentales, departamentos de vivienda y centros comerciales. La arquitectura será de estilo contemporáneo en algunos lugares y “tradicional mexicano” en otros, con el fin de atraer al turismo extranjero, según explica el funcionario.
Medina afirma que la mejor manera de abordar la renovación de la zona centro, es dividiéndolo en dos centros: el que mantiene la actividad comercial de los juarenses, los mercados, las tiendas mayoristas de ropa, y donde se encuentra la Catedral, la Misión de Guadalupe, la antigua alcaldía y la ex aduana. En su opinión, “el verdadero centro histórico”, y el “otro centro” donde se encuentran los bares y cantinas que ofrecieron tragos a Marilyn Monroe, Al Capone, Elvis Presley, Jim Morrison, y otras personalidades mundiales, además de las viviendas que datan de la revolución, las avenidas por donde cruzó Fray García de San Francisco y la casa que vio crecer a “La Nacha”.
“Todas estas casas, esa parte de la ciudad, generan un turismo negro y una zona más conflictiva. La única forma que encontramos para quitar ese giro negro fue quitando las propiedades”, explica Medina.
El ingeniero y funcionario considera que la renovación de la zona centro tiene que ver más con la jardinería que con obras públicas.
“Haz de cuenta como en los árboles. Hay que podar, cortar todo lo que está malo, para producir algo bueno”, comenta.
Hasta febrero de 2013, el gobierno había adquirido 80% de las propiedades en esa zona y 90% de éstas ya han sido demolidas.
Los precios por propiedad van de 50 a 150 dólares por metro cuadrado y lo comparten al 50% el estado y el municipio, mientras que los gastos de demolición y construcción los absorbe sólo el primero.
Pero para Medina el costo verdadero llega a la hora de negociar con los propietarios y la factura la pagan los funcionarios, con su esfuerzo.
“Nos ha costado mucho esfuerzo, mucho trabajo, hemos batallado con algunos dueños de predios, imagínate que en mil 500 metros cuadrados son 16 propietarios, aunque la mayoría han decidido vender”, dice.
El ingeniero muestra el proyecto final desde su iPad. Explica qué zona es la que señala porque el cambio es radical, y se reconoce lo que ahí se ve. Las decenas de locales establecidos, boleros, restaurantes y vendedores de revistas, fueron sustituidos por árboles, bancas y una gigantesca plazoleta. En la proyección virtual nadie pasea por esas áreas verdes.
El próximo 14 de octubre Héctor Murguía dejará la Alcaldía. Para entonces se tiene planeado que las obras de remodelación se hayan completado en 80 por ciento. El 20% restante le tocará a la próxima administración que iniciará con un nuevo rostro, otras historias habrá que contar en Ciudad Juárez y los comerciantes, visitantes y el ingeniero Durán probablemente seguirán peleando lo que ya no se puede revertir.
La palabra que prefiere usar el Alcalde es “innovador”. Murguía afirma que más que un proyecto de renovación, es un proyecto innovador que acercará la fachada del centro de la ciudad a una como Houston o San Antonio. “Será parte de una de las grandes urbes en el mundo”, dice en referencia a la totalidad de Ciudad Juárez.
A la pregunta sobre el “borrón” que sufre parte de la historia en el centro de la urbe, Murguía atina a responder que es un “sacrificio”.
“Es un sacrificio para construir un Juárez que va a estar mejor que cuando estaba bien. Juárez es una Torre de Babel”, comenta antes de estallar en una carcajada.
La comparación es acertada: en efecto Ciudad Juárez pretende alcanzar el cielo construyendo ladrillos sobre ladrillos, pero los constructores están ya hablando en diferentes idiomas, la edificación se está dispersando en el debate.