Óscar de la Borbolla
07/08/2017 - 12:00 am
Explicación de los milagros
Una vez que el acontecimiento, por muy espectacular que sea, se vuelve explicable entra en el campo de la normalidad y hoy, por ejemplo, nadie piensa que un eclipse de sol sea un milagro; aunque, seguramente, en su momento fue vivido así.
El hecho de que el agua hierva a cien grados de temperatura a nadie le parece un milagro, pero, en cambio, que salga agua de una piedra deja a todos maravillados. Hay muchas acontecimientos que nos resultan milagrosos: encontrarse con un conocido a quien no habíamos visto hacía muchos años nos hace exclamar: “¡qué milagro!”; levantar la vista en un cruce de avenidas y descubrir que los autos que en ese momento convergen son todos del mismo color nos produce admiración. A mí, incluso, cuando aviento una colilla y cae parada me causa asombro. Llamamos milagro al acontecimiento excepcional o a aquello para lo que no encontramos explicación.
Una vez que el acontecimiento, por muy espectacular que sea, se vuelve explicable entra en el campo de la normalidad y hoy, por ejemplo, nadie piensa que un eclipse de sol sea un milagro; aunque, seguramente, en su momento fue vivido así.
Con todo esto lo que quiero decir es que la frontera entre lo milagroso y lo normal tiene que ver con nuestra capacidad o incapacidad para explicarnos los fenómenos del mundo: las cosas simplemente ocurren como ocurren, y es nuestra competencia o incompetencia para aclarárnoslas lo que las vuelve consabidas o milagrosas.
Hay sin embargo unos milagros inquietantes, pues causan admiración precisamente cuando se explican: Einstein se refiere a uno que conviene pensar: “¿Cómo es posible que las matemáticas, siendo después de todo un producto del pensamiento humano independiente de la existencia, se adapten de manera tan admirable a los objetos de la realidad?”, o dicho de otra manera: lo verdaderamente misterioso es que el mundo no sea misterioso pues podemos leerlo matemáticamente.
Quisiera ilustrar estos misterios con un ejemplo que particularmente me maravilla: la evaporación del agua sin necesidad de que hierva o, dicho de otro modo: la evaporación del agua fría, pues, como es bien sabido, el agua entra en estado de ebullición a los 100 grados centígrados al nivel del mar, pero también es sabido que el agua de un vaso termina por evaporarse sin hervir. ¿Cómo es esto posible? La explicación es relativamente sencilla y depende de entender el concepto de temperatura: cualquier grado por encima del cero absoluto (menos 273 grados centígrados, o sea, cuando las partículas están quietas) lo que indica es qué hay movimiento: energía cinética. Ahora bien, esa energía produce choques entre las partículas y, como resultará fácilmente imaginable, unas chocarán de frente, otras de perfil y en todos los ángulos posibles; eso ocasiona que no todas tengan la misma velocidad. Así, algunas adquieren la suficiente energía como para escapar del agua en forma de vapor y otras, al contrarrestarse su movimiento, se congelan. Lo extraño, lo milagroso es que el azar con el que las partículas chocan se ciña a una especie de Campana de Gauss: esa curva que en su parte central contiene a la mayoría y en sus extremos sólo a muy pocos.
¿Por qué la evaporación del agua fría, el tamaño de las narices de una población, la estatura de los habitantes de una región, y miles de ejemplos más, se ciñen a dicha curva? O dicho en general: ¿por que las matemáticas funcionan tan espléndidamente para explicarnos el mundo? Es una explicación inexplicable: comparto el asombro de Einstein.
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