La eminencia de la Soledad

07/06/2017 - 12:00 am
Pintura: A manera de un pequeño mosaico. Tomás Calvillo.

A Delfina Gómez le toco abrir la puerta, no pudo entrar, ya entrará y en mejores condiciones

Para el tema de las elecciones recientes ver “Las debilidades de las elecciones” de Salvador Camarena en el financiero 6 de Junio de 2017

No es la soledad común y necesaria de la  vida cotidiana, ni tampoco la que no se espera y de pronto llega por causas externas: la partida de los cercanos, el exilio, la migración, la edad, las rupturas, etc. La soledad, que en verdad cuenta, es aquella que nos obliga a detenernos y detener la maquinaria social y política. Tomar distancia de toda la envoltura mediática que proyecta las construcciones reales e ilusorias del mundo del poder y sus luchas.

Retirarnos por unos minutos, horas, e incluso días como una disciplina necesaria para desalienarnos; lo que los antiguos llamaban “desapego”, este ejercicio que nos permite ahondar en nuestra profunda, inmensa y ¿por qué no? gratificante soledad.

En ella lo primero que reconocemos es nuestra ignorancia. Si, en este saberse solos, en las honduras del silencio fuera y dentro, advertimos que no sabemos nada. Y esta certeza en esta época de soberbia y vanidad exaltada  por la tecnología y su apoderamiento del tiempo y el espacio, es ya un valor muy apreciado.

Todo el ruido, todos los escenarios de los personajes que habitamos, las biografías, las batallas, los egos, etc., etc.; no están, no cuentan, no la rifan ante la única experiencia de estar con y en sí mismo.

Este no poseer nada, no saber nada, no adherirse a nada, borrando los pronombres y el nombre, ese estar solo así  ante la sustancial verdad de nuestra finitud; he aquí la verdadera soledad, la que está en la raíz de nuestra experiencia de vida, la conciencia de nuestra desaparición, sin más.

No hay sentimientos, no hay conductas depresivas o exigencias instintivas, no hay búsqueda de algún reconocimiento, solo así, en su nada, en su silencio, ya sin resonancia alguna. Ahí en ese lugar donde nuestra soledad se pertenece y nos pertenecemos,  palpita una vitalidad que la cultura contemporánea ha extraviado; por eso su naufragio, su estridencia, su guerra permanente por sobresalir al costo de lo que sea, su despreció profundo por saber compartir sin aniquilar, sin aplastar, por eso su esterilidad ocultada y su precipitación elocuente y hasta ostentosa.

La práctica de esta disciplina debería de estar también en la vida de la política y particularmente de aquellos y aquellas que se asumen como dirigentes o representantes. Les haría bien recordar las antiquísimas enseñanzas de entender la naturaleza del tiempo que en política le llaman el timing, la oportunidad que solo es un parpadeo en la frenética disputa por el poder. Sin esta consideración que la soledad despliega en sus diversas texturas, los esfuerzos de ese frenesí terminan todos siendo iguales; la inmediatez los consume en la parodia trágica de la urgencia. Sin esta práctica, aunque sea, por cortos periodos, se pierde el mismo don de saberse habitantes de una comunidad, al sacudirse el yo de pesados deseos y apegos.

Al no conocer e incluso perder ese tiempo interior de la soledad que danza con la finitud, se erosiona el sentido de la acción y esta se convierte en un continuo de reacciones que no se distinguen unas  de otras más que en su capacidad de gritar más fuerte.

En esta soledad no hay interlocución alguna, su vacío es su contenido.

El sí mismo es solo un referente para permitir la experiencia.

Un pozo, un manantial, un ojo de agua o un espejismo.

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