El ex Presidente se mueve a sus anchas en el foro de The Economist en México para zafarse, como lo ha hecho durante 20 años, de la debacle que vino después de su sexenio. La crisis de 1995, se exculpó, “provocó un desánimo tan grande que una de las salidas comprensibles fue culpar al pasado”.
Ciudad de México, 6 de noviembre (SinEmbargo).- Su presencia no hizo que la tierra se estremeciera, como se atribuye de manera muy popular cada vez que pisa el suelo mexicano. No hubo ningún miembro de “El Barzón” que lo aguardara para reclamarle el deterioro del campo. No hubo pintas ni apareció la figura del críptido chupacabras que agrede a todas las especies hasta someterlas a su única voluntad.
Si acaso los hay, los temblores están adentro de uno de los auditorios del Hotel Westin en Santa Fe, a donde el ex Presidente Carlos Salinas de Gortari ingresó por las puertas paralelas. Ahora está diciendo una vez más que la responsabilidad de la falta de crecimiento de la economía y la desigualdad social que hoy se despliega en el mapa mexicano, después de la firma del Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN) en 1994, se debió a la decisión de devaluar la moneda nacional en diciembre de ese año (sin nombrarlo, responsabiliza a su sucesor Ernesto Zedillo Ponce de León).
Es cierto. La fractura de aquella decisión aún no está cuantificada por completo. Se sabe cómo los sueños de miles de estudiantes fallecieron o cómo la cortina cayó sobre los despojos de miles de empresarios medianos y pequeños; pero se desconoce cuántos suicidios hubo al verlo todo perdido. Salinas lo bautizó como “el error de diciembre” y ahora está diciendo que eso no estuvo en sus manos.
Se ha sentado con esa posición relajada que suele usar cuando es cuestionado por periodistas ante las cámaras: la pierna derecha en escuadra sobre la izquierda. Es el acto de clausura de la 25 edición de la Cumbre México 2015, organizada por la revista británica The Economist, de donde se irá seguido por la audiencia. Al final, provocará que su interlocutor, el editor senior y columnista, experto en Latinoamérica, de la legendaria publicación, Michael Reid, exclame: “¡Difícil competir con el ex Presidente!”
Salinas ríe. Siempre. Ante cualquier cuestión. Incluso, antes de responder, como ocurre en las artes más magistrales de la dramaturgia cuando logran crear suspenso. ¿Qué le diría a Donald Trump, precandidato del Partido Republicano a la Presidencia de Estados Unidos, en este invierno de 2015? El ex Mandatario mexicano más controvertido de la Historia contemporánea achica los ojos, su gesto característico. Crea tensión.
–Señor, ¿tiene usted un mínimo de decencia?” – dice que le diría. Justifica: “Es que siendo norteamericano, es decir, ciudadano de un país que está formado por inmigrantes, él tiene que ser hijo, nieto, o bisnieto de inmigrante por definición, porque no le veo ningún trazo ni de las tribus apaches ni de los navajos, entonces es inmigrante por definición”.
El hombre de las frases más provocadoras, como “ni los veo, ni los oigo” (cuando hablaba de los perredistas, oposición de su gobierno) o, “no se hagan bolas” (cuando él mismo propició que la candidatura de Luis Donaldo Colosio se viera minada por el impulso de Manuel Camacho Solís), ahora dice que la aspiración de Trump podría ser derrumbada sólo con la palabra. Explica que el magnate tiene una posición como la del entonces Senador Joseph McCarthy, “el gran demagogo” de los cincuenta del siglo pasado que persiguió a los intelectuales por sus ideas. “Esa campaña de McCarthy se cayó cuando hubo alguien que se levantó y le hizo la pregunta fundamental: “¿Señor, tiene usted un mínimo de decencia?”
Esta tarde, el ser que gobernó México de 1988 a 1994, vuelve a ratificar esa preocupación que le atribuyen observadores de la política mexicana: el juicio de la Historia. No desperdicia ni un minuto para insistir en que su personaje ha sido incomprendido. Aunque asume en parte, algunos errores (que no desglosa), se dice víctima de la fabricación de estereotipos.
“Al Presidente Kennedy lo invitaron a pronunciar el discurso de fin de cursos a Yale. Él era de Harvard. Y en ese discurso dijo que el gran enemigo de la verdad no es la mentira; el peor enemigo de la verdad es el mito, el estereotipo persuasivo, persistente, pero alejado de la realidad. Y lo que he padecido, lo que hemos padecido quienes trabajamos en esa administración es la formación de estereotipos. Cometimos errores y están reconocidos. Rendimos cuentas sobre los procesos de privatización”.
Y aquí, de nuevo la crisis de 1995. “Provocó un desánimo tan grande que una de las salidas comprensibles fue culpar al pasado. Eso lo hace cualquiera. El estereotipo se generó. Pero como concluía Kennedy, esa era la posición cómoda del opinar, frente a la posición incómoda de pensar”.
Y aquí ese giro de palabras que suele hacer cuando dialoga en público: “¿En qué lado se ubica?”, pregunta Salinas a su entrevistador, quien lo evade, con cierto asomo de molestia porque la siguiente pregunta es:
–¿Qué error lamenta?
–Varios, pero hay que ver hacia adelante.
Los fantasmas no aparecen. Luis Donaldo Colosio Murrieta, el sacrificado candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en 1994, no es mencionado; como tampoco Raúl, su hermano detenido, bajo la sospecha de enriquecimiento ilícito mediante lavado de dinero y tras una década en prisión, absuelto de todo cargo.
Esa pregunta que sugiere se le haga ahora a Donald Trump, Salinas de Gortari no la recibió después de 1994. Porque la promesa de este hombre en traje oscuro elegantísimo, con corbata verde, que ahora habla para The Economist, fue otra: el ingreso al primer mundo después de la firma del TLCAN. Y todo ocurrió al revés. Más bien, se inició una época de horrores. La política tuvo más peso que las advertencias y el buen juicio. Las decisiones se tomaron por un grupo pequeño que excluyó a todos los puntos de vista contrarios. Mientras, en la defensa del tipo de cambio fijo, las autoridades mexicanas perdían decenas de miles de millones de dólares. Pocos, en los archivos hemerográficos, discrepan de ese relato fundamental.
A finales de 1993, cuando aún había cierta incertidumbre por si Estados Unidos aprobaría el TLCAN, México empezó a utilizar los Tesobonos, instrumentos de deuda de corto plazo emitidos por la Secretaría de Hacienda denominados en pesos, pero fincados en el dólar estadounidense. Eran pasivos en dólares, en otras palabras. No hay referencia de la época que no indique que durante 1994 -el último año salinista- la relación entre el nivel de las reservas extranjeras y los tesobonos pasó a a ser la alternativa de bajo costo para la realizar las actividades oficiales.
Nada habla Salinas de ello hoy. Ni menciona cuando la noche de Año Nuevo de 1994, de ese despertar prometido se pasó a la pesadilla. El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) le declaró la guerra al Estado mexicano. Con su rebelión en Chiapas, la guerrilla reveló ante el mundo la gran injusticia social en que estaban hundidos cientos de miles de habitantes indígenas. Tampoco dice que tres meses después, Colosio, el candidato priista a la Presidencia, fue asesinado en la colonia Lomas Taurinas de Tijuana y entonces, las reservas extranjeras de México que eran de 28 mil 300 millones de dóloares cayeron a 17 mil 300 millones.
Para el ex Presidente, hay otra explicación: “Se aflojó el proceso de reformas en el país y tuvimos casi dos décadas sin cambios que son elementos para crecer a tasas superiores”.
The Economist es la publicación que bautizó el primer momento del Gobierno de Enrique Peña Nieto como “The Mexican Moment”. La misma que en el primer semestre se había vuelto desde Europa uno de los semanarios más críticos con la presente gestión; sobre todo por la carencia de una política en materia de seguridad y el frenazo económico. El periodista senior le pregunta a Salinas qué piensa entonces de las reformas peñistas. El economista formado en Harvard da un voto de confianza sin comprometerse:
“Las reformas tienen tres momentos, cuando se debaten, cuando se aprueban y el gran periodo de su instrumentación. Este último momento es el más importante, porque si no se instrumentan adecuadamente, no importa cuán buenas sean, no van a dar los frutos que de ellas se esperan”.
Esta tarde, Salinas se va triunfador. Varias veces le aplaudieron. Se le celebró fuertemente cuando dijo “el subjuntivo es la conjugación de los derrotados”. Insinúa que “el hubiera es de perdedores”. Y el público parece que vino a escuchar sus expresiones espontáneas que mueven al “… Oh, es verdad, jaja”. Le acaban de preguntar por la tragedia de Ayotzinapa. Según él, la desaparición de los 43 estudiantes de la Normal Superior “Raúl Isidro Burgos” no hubiera ocurrido si el Gobierno Federal hubiera contado con más información de lo que ocurría en Guerrero. Incluso, con más elementos, la investigación pudo tener más celeridad, otro rumbo.
Salinas aclara que no es su posición ni su responsabilidad hacerle sugerencias al Presidente Enrique Peña Nieto.
Poco más de una hora de diálogo, de risas, de intercambio de miradas. El ex Gobernante se va. Lo siguen muchos de quienes lo escucharon. Michael Reid se queda con el micrófono e intenta brindar conclusiones. Remata: “Es difícil competir con el ex Presidente”. Y ya no hay más. En las pantallas del auditorio acaba de aparecer la frase: “Fin del evento”.