CUATRO POLICÍAS QUE VENDIERON SU ALMA AL CRIMEN

06/09/2013 - 12:00 am

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Ciudad de México, 7 de septiembre (SinEmbargo).– Si vale tomar por muestra a cuatro policías que participaron de diferente manera, aunque en un mismo tiempo (el del autoritarismo priista), en la entrega del Estado al crimen organizado, se puede entender que la República de las Drogas fue fundada por hombres cercanos a la locura, por sujetos que al mismo tiempo que perseguían sin tregua a la disidencia comunista  prohijaban no sólo el narcotráfico, sino también el secuestro, la extorsión…

En conclusión, al mismo tiempo que los hombres de acero del autoritarismo mexicano cedían porciones a los intereses estadunidenses, construían los cimientos de las actuales estructuras criminales organizadas conocidas hoy como cárteles.

Si se atiende a los criterios teóricos utilizados en todo el mundo para definir las estructuras del crimen organizado, se debe entender que el gobierno mexicano funcionó como un gran Cártel precedente a este momento de 75 mil muertos en menos de siete años y porciones enteras de México entregadas al miedo.

¿Cómo eran aquellos hombres que vendieron su alma por un puñado de dólares? ¿Qué había en su interior que los hacía distintos?

En el conjunto de documentos obtenidos por SinEmbargo inquietan varios datos, pero vale la pena adelantar uno: a principios de los80, el jefe de la Brigada Especial, el cuerpo más especializado dentro del aparato de inteligencia mexicana no sobrepasaba la educación secundaria y poseía un coeficiente intelectual inferior al promedio. Éste es uno de los hombres que tuvo la autoridad para entregar el país al narco.

Todos ellos son una metáfora del sistema político mexicano y de su policía durante los años del monopartidismo: autoritaria, contradictoria, narcisista, iletrada, sociópata, corrupta, cruel, folclórica, tragicómica, bruta y fantasiosa hasta el infinito.

¿Qué tanto sabían las más altas autoridades de la relación entre sus policías y los delincuentes? Esta investigación está basada en el seguimiento que el aparato de espionaje hizo de sus propios policías perseguidores de rojos.

Y el partido político que lo construyó todo está de vuelta en el poder.

El Negro

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Arturo Durazo. Foto: Cuartoscuro

Existe una ficha descriptiva elaborada por la Dirección Federal de Seguridad (DFS), órgano encargado, primero, de la represión de la disidencia comunista y luego de combatir al narcotráfico.

El memorándum fue elaborado en 1976, año de sucesión presidencial en México y del auge de la Operación Cóndor o Trizo, así llamado por los estadunidenses en alusión al “triángulo de oro” de la amapola y la marihuana en la frontera de Sinaloa, Durango y Chihuahua, es decir, una tri-zone. El operativo fue presentado como un primer gran esfuerzo de colaboración para la erradicación de los sembradíos de enervantes.

El año de 1976 también posee relevancia en términos de que las guerrillas mexicanas aún representaban un tema de primer orden en los criterios de seguridad nacional de ambos países.

Y la ficha de la DFS elaborada en 1976 respecto de Arturo Durazo Moreno dice así:

“Fue primer comandante de la Policía Judicial Federal y jefe de seguridad de la campaña electoral de José López Portillo a la Presidencia de la República. Durante este último cargo fue acusado por tráfico de cocaína ante la Corte del Distrito de Miami, Florida, el 29 de enero de 1976.

“Sin embargo, por influencias del candidato el caso fue cerrado”.

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El Negro nació en Cumpas, Sonora, el 18 de octubre de 1920. De ahí su otro apodo: El Moro de Cumpas, un sobrenombre poco conocido porque, en realidad, era así como le gustaba ser llamado a Arturo Durazo.

Su familia arribó a la Ciudad de México en el intento de dejar la pobreza y se asentó en la colonia Roma. Ahí conoció al hombre de su vida, José López Portillo.

Estudió en la Escuela Superior de Comercio y Administración en el Instituto Politécnico Nacional. Trabajó en el Banco de México de 1944 a 1948, año en que descubrió que su verdadera vocación no era contar dinero ajeno. Obtuvo una plaza de inspector de Tránsito del DF de 1948 a 1950. Pronto, El Negro Durazo comprendió que eso de parar autos conducidos por borrachos no era lo suyo e ingresó a la Dirección Federal de Seguridad, órgano de espionaje político así nombrado por el Presidente Miguel Alemán (1946-1952) en los años de la posguerra mundial y el inicio de la Guerra Fría.

El sonorense quedó asignado al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Hace 60 años que Durazo Moreno emprendió, desde su investidura policíaca, la primera organización criminal de la que se tenga registro de este funcionario público representativo de la corrupción mexicana. Se sabe que realizó negocios ilegales porque la Dirección Federal de Seguridad se seguía a sí misma y siguió los pasos del Negro.

Durazo creó una policía privada a la que denominó Promociones Aeronáuticas Gubernamentales y Privadas, encargada de investigaciones, transporte de fondos e intermediarios para solucionar “conflictos” entre empresas áreas y autoridades federales.

Puso al frente del negocio a un capitán del Ejército y utilizó como guardias a los miembros de la misma Policía Judicial Federal a su cargo. Empresarios de la terminal aérea se quejaron de que la empresa de El Negro Durazo no era más que un establecimiento de extorsión profesional creado desde la autoridad.

El Negro era duro como una piedra y el ascenso de López Portillo lo arrastró hasta convertirlo en su jefe de escoltas durante su candidatura presidencial. Al asumir la Presidencia, López Portillo designó como Jefe de Gobierno del Departamento del DF a Carlos Hank González, quien designó a Durazo como director general de Policía y Tránsito del Distrito Federal donde creó la Dirección de Investigación para la Prevención de la Delincuencia (DIPD) y nombró como su titular al temible coronel Francisco Sahagún Baca.

Este último fue integrante de la Brigada Especial o Blanca en el apogeo de sus actividades “antiterroristas”, como se llamó a la persecución de la disidencia política.

El órgano, también de acuerdo a documentos de la Federal de Seguridad, tuvo una dirigencia compuesta por altos funcionarios de distintas policías. Participaban Salomón Tanús, jefe de la Policía Judicial del DF, Francisco Sahagún Baca, jefe del Servicio Secreto, la policía política del DF, Luis de la Barreda Moreno y Miguel Nazar Haro, de la Dirección Federal de Seguridad, y, del Ejército, Francisco Quirós Hermosillo, jefe de la Policía Judicial Militar, y Mario Arturo Acosta Chaparro, jefe de la Brigada Especial.

Ninguno de los funcionarios integrados en esta particular liga de la justicia estuvo exento de recibir dinero del narcotráfico o de beneficiarse de alguna de las formas del crimen organizado.

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Mil novecientos ochenta fue el año de la locura.

Durazo Moreno fue nombrado el funcionario más destacado de 1980 y precandidato a la gubernatura de Sonora, su estado; durante la precampaña inauguró en Cumpas, su pueblo natal, un museo temático de su propia vida.

El jefe de la policía iba y venía por todos lados con un mariachi creado dentro de la policía: policías cantores vestidos de charros con entallado uniforme azul cuya canción más entonada era “El Moro de Cumpas”.

En esos años, el priista –concretamente apoyado por la Confederación Nacional Obrero Patronal– Durazo Moreno extendió sus recursos para la persecución de la Liga Comunista 23 de Septiembre hasta Sonora. Uno de los guerrilleros de este grupo y de ese estado era Jesús Zambrano, hoy presidente del Partido de la Revolución Democrática y, cosas de la política, colaborador cercano del régimen presidencial priista.

¿Qué tan crítica era la prensa respecto a los excesos de El Moro de Cumpas? Un fotógrafo de la fuente policíaca de los años de Durazo platica de las reuniones en casas custodiadas por los oficiales.

“Las mesas que no estaban repletas de botellas de coñac lo estaban de cocaína. Había mujeres disponibles, pero no eran prostitutas normales, eran internas de los módulos para mujeres de las cárceles”.

Terminada la fiesta cerca de la mañana, los periodistas en evidente incapacidad de ir por sus propios medios a casa eran llevados por patrulleros, quienes iban con la consigna de dejar al reportero dentro de su cama. Al mediodía, con la cabeza a punto de estallar, el redactor o fotógrafo revisaba junto a la puerta de su casa y ahí estaba ya la nota redactada o la imagen impresa, invariablemente dedicada al valor y profesionalismo de Durazo.

“En una ocasión me robaron la cámara. Hablé con el secretario particular de Durazo, di los detalles del equipo, el sitio y el auto de donde la sacaron y a las dos horas, en mi casa, se estacionó una patrulla, bajó un policía y me dio la misma cámara en el mismo estuche”.

En los medios de comunicación, uno de los pocos y claros detractores suyos fue Manuel Buendía, asesinado años después por otro narco-policía, José Antonio Zorrilla Pérez.

Respecto al control que la policía del DF tenía del robo en la Ciudad de México, el caso más relevante y que está por ser llevado al cine en un trabajo de documentación y esfuerzo fílmico excepcional, fue el de la llamada Cuarta Compañía, una banda de ladrones de autos Gran Marquis, el objeto del deseo de esos años.

También existe un documento formulado el 25 de enero de 1985 por la Dirección de Investigaciones Políticas y Sociales, otro cuerpo de inteligencia de la Secretaría de Gobernación. Es muestra de cómo el mantenimiento en el monopolio de un delito por parte del crimen organizado, aunque se exprese como delincuencia común, robo en este caso, implica sistemas de control basados en la violencia. Refiere las órdenes dadas por Rogelio Herrera, un hombre que “se ostentaba” como mayor del Ejército y que fungía como jefe de batallón –figura desaparecida– en la delegación Álvaro Obregón.

Es letra oficial:

“Herrera notificó a un promedio de 700 policías que estuvieran alertas para en caso de represalias por parte de los asaltantes ya que a partir de la fecha todo individuo que cayera en los separos de la DIPD lo iban a matar, según palabras textuales del mencionado oficial y decisiones del extitular Durazo Moreno, que fueron comunicadas verbalmente a todos los batallones además de haber sido aprovechadas por la desparecida DIPD para cometer múltiples crímenes.

“Se hace notar que tales medidas de Durazo Moreno para desaparecer a asaltantes fueron aceptadas plenamente por el expresidente José López Portillo”.

Es decir, serían sujetos de ejecución extrajudicial sólo quienes llegaran a los separos, no los que, en su caso, fuesen simplemente arrestados o, ni esto, que robaran al amparo de la policía.

¿Y los cuerpos de los ladrones? Un exfuncionario de la Penitenciaría del Distrito Federal relata la existencia de separos que funcionaron como salas de tortura y confinamiento tanto de asaltantes que trabajaban sin el permiso de la Policía como de disidentes políticos, particularmente de la Liga Comunista 23 de Septiembre.

“No sólo funcionó el Campo Militar Uno ni sólo se arrojaron cuerpos al mar. En la Peni había una fundidora de acero. Seguro que hay comunistas mezclados con el fierro utilizado para las bancas de los parques del DF”.

Pero cuando Durazo estaba en los cuernos de la luna nadie veía nada.

El Negro Durazo era designado funcionario público del año un día y hombre del año al siguiente. Fue elevado a doctor honoris causa o emplazado por la Federal de Seguridad a recibir alguna comitiva de policías soviéticos, nombrado alcalde honorario de San Antonio, Texas, condecorado por la ciudad de Los Ángeles, referido por el FBI como muestra del valor policiaco y, para no seguir mucho más con este tema, “el consejo consultivo de la International Narcotic Enforcement Officers Association le otorgó el asiento número 10, entre 75 que componen dicho consejo”, escribió Manuel Buendía.

Algunos desaparecidos

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Otra ficha respecto a Durazo Moreno está elaborada durante la administración de Miguel de la Madrid Hurtado y abunda sobre El Moro de Cumpas en los años del remolino de premios y reconocimientos:

“Contacto de Diana Fernández Huesca, conocida traficante en drogas y prostitutas elegantes. Se dijo de él que fue chofer de la señora Dolores Olmedo –filántropa y coleccionista de arte– y que junto con ésta transportaba la droga.

“Los primeros ataques en su contra provinieron de la extinta revista DI, dirigida por Arturo Martínez Nateras, disidente del partido Comunista Mexicano, y patrocinada por Fernando Gutiérrez Barrios. Manuel Buendía fue otro de sus detractores impugnadores. Invariablemente respondió a todos estos que le hacían los mandados y que se los pasaba por debajo de las piernas. Soportado, pero jamás aceptado en el ambiente político de su época. Los honores que recibió en el sexenio anterior no fueron por su capacidad, sino por el temor que inspiraba su cercanía con el primer mandatario. En el medio militar causó malestar su designación como general de división”.

En la tarjeta formulario con el historial personal de Durazo, elaborada por los servicios de inteligencia mexicana, se indica en el apartado siete su relación “con factores reales de poder y grupos de poder económico de la iniciativa privada”.

“Se le vincula con Emilio Azcárraga Milmo, Miguel Alemán Velasco y Gastón Azcárraga Tamayo, entre otros”. En sus nexos con escritores, periodistas e intelectuales que lo promovieran políticamente se identificó, como su “amigo personal” a Víctor Payán. En el informe se le calificó como alcohólico, prepotente, agresivo y dado a hacer gala de sus influencias. El formulario de identidad de la DFS era tan detallado que en el rubro de imagen personal se daba espacio a la existencia de amantes. En el caso de Durazo se identificó a Laura Arroyo, exjefa de edecanes de López Portillo, aunque en otras informaciones confidenciales se menciona como una de sus parejas fuera del matrimonio a la vedette setentera Olga Breeskin”.

Durazo y Sahagún Vaca fueron implicados en el asesinato de 14 colombianos, que aparecieron en el Río Tula, quienes antes organizaran una red de delincuentes. El 29 de junio de 1984 fue detenido por agentes del FBI –la misma agencia que le celebrara años atrás– a su arribo de Puerto Rico procedente de Brasil.

Existen, pero son pocas las extradiciones hechas de Estados Unidos a México para la entrega de grandes criminales. Se lee en el reporte de resultados de 1986 presentado por el Procurador General de ese país.

“El año también quedó marcado por la extradición de los Estados Unidos de figuras notorias, incluyendo a Francesco Pazienza, reputado como el mayor artista del fraude y la extorsión que se hacía pasar como un alto miembro del gobierno de Italia. Se entregó a Yugoeslavia a Andrija Artukovic y a Israel a Ivan Demjanjuk, ambos indiciados como nazis criminales de guerra.

“También se otorgó la extradición a México de Arturo Durazo Moreno, exjefe de la Policía de la Ciudad de México acusado de correr la mayor porción del crimen organizado en su tiempo”, enunció oficialmente la mayor autoridad de administración de Estados Unidos, socio de México en el combate a las drogas.

¿Por qué tardó tanto la entrega de Durazo, más aún si se atiende que había caído en la desgracia, que su protector político estaba defenestrado y que su caso sustanciaba el discurso de la “renovación moral” convocada por el Presidente Miguel de la Madrid?

Un memorándum de la Secretaría de Gobernación fechado el 27 de marzo de 1985, cuando bullía el país y la relación con Estados Unidos por el asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena, apunta que el Partido Mexicano de los Trabajadores preparaba una denuncia penal contra Durazo por su implicación en el tráfico de drogas en vinculación con Sam López, exprocurador de Justicia de Nayarit. Y Nayarit es, hasta ahora, zona de influencia de los narcos sinaloenses.

El aparato de inteligencia obtuvo con anticipación la demanda y advirtió sobre sus términos:

“Por tal motivo la Procuraduría General de la República no insiste en la extradición de Arturo Durazo Moreno, a quien el FBI tiene sometido a intensos interrogatorios desde hace tres meses donde ha relacionado en el tráfico de drogas a altos funcionarios del actual régimen tales como Antonio Toledo Corro, Miguel Ángel Godínez Bravo –militar de ala dura y jefe del Estado Mayor Presidencial durante el gobierno de José López Portillo, diputado federal, comandante de regiones militares–, a funcionarios de la Secretaría de la Reforma Agraria, del Ejército y otros.

“De esta manera el gobierno mexicano no puede exigir la extradición del personaje de referencia ni exigir respeto a la soberanía, libertad e independencia de México, pues, el actual gobierno ha solapado y protegido a traficantes locales y del exterior”.

Durazo fue procesado y condenado sólo por los delitos de amenazas cumplidas y acopio de armas prohibidas. Se le dictó auto de formal prisión dos años después.

Salió libre en 1992. Murió un día caliente y húmedo de agosto del 2000. Parecía el preámbulo de la muerte del viejo sistema político mexicano. Pero no. Sólo murió El Negro.

Lo despidieron con su música favorita. Entonces se atisbó lo que había a la entrada del infierno: un mariachi de expolicías interpretaba “El Moro de Cumpas”.

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Sérpico

Que le dijeran Sérpico le infundía placer

Explicaba su parecido con Al Pacino en el filme dirigido en 1973 por Sidney Lumet: tirando a estatura baja, bien parecido, el cabello largo, la barba crecida. Un policía irreverente e indomable con look de hippie en Nueva York, ciudad devorada por la corrupción hasta que él, Frank Sérpico, guerrero solitario, pone alto a la podredumbre.

Curiosa identificación para un agente de la policía secreta mexicana a quien tocó disparar al periodista Manuel Buendía cuando éste obtuvo una relación de altos funcionarios del gobierno trabajando en complicidad con los grandes narcotraficantes.

Juan Rafael Moro Ávila nació en Puebla el 18 de febrero de 1953. Es descendiente de Maximino Ávila Camacho, hermano del presidente de México entre 1940 y 1946 y la figura de mayor jerarquía política en México simpatizante del nazismo.

Moro Ávila creció en la colonia Del Valle del Distrito Federal con una hermana, un medio hermano y sin relación alguna con su padre, un comerciante de quien su madre se divorció cuando tenía dos años de edad y por lo cual la familia salió de su estado natal.

Su madre se volvió a casar cuando él tenía nueve años y en la entrevista realizada en la prisión refiere que el trato con su padrastro era bueno, igual que el ambiente familiar.

A pesar de la armonía, Moro Ávila decidió independizarse a los 15 años. Salió de casa a “correr mundo”, solía decir, aunque mantuvo un fuerte lazo con su familia, especialmente con su madre.

Aunque omitió dar los detalles económicos de su familia cuando estaba detenido, aseguraba venir de una familia con “excelente” solvencia económica, lo que hizo que su madre dispusiera de la mayor parte de los medios económicos para la defensa legal durante los días del asesinato de Manuel Buendía y la supervivencia durante los años en prisión.

Juan Rafael disfrutaba hablar de sí mismo y resulta imposible encontrar una referencia negativa de su persona, así que de sí mismo se refería como un alumno de excelencia que terminó su carrera de piloto aviador en “las mejores escuelas”.

Relataba una infancia con ocasionales trabajos de peón pagados en el rancho de los abuelos en Puebla y poco después de ayudante de mecánico.

En el aura de peligro en que gustaba representarse se decía corredor profesional de motocicletas desde los 16 años de edad. A la carrera de piloto aviador se sumó su incorporación como agente federal a los 25 años, trabajo que dejó perseguido por las sospechas de su participación en el asesinato de Buendía, aunque él explicaba su baja para seguir un carrera como doble cinematográfico y actor. En la cárcel dedicaba horas a relatar el desfile de los famosos por los Estudios América, Churubusco y Televisa y a detallar sus campeonatos obtenidos en karate y judo.

|           Sérpico se casó por primera vez a los 24 años de edad con una mujer de quien se divorció 11 meses después del enlace. Contrajo nupcias nuevamente a los 29 años de edad con una azafata del Distrito Federal con quien tuvo dos hijas. El matrimonio se diluyó nuevamente y el expolicía inicio una tercera relación, de unión libre, con una mujer 20 años menor que él, quien lo visitaba constantemente en el reclusorio en visitas íntimas.

Vivía en un departamento propio en la Colonia del Valle, con una vida acomodada que le permitía sus ingresos de 6 millones 500 mil pesos al mes, tenía excelente relación con su mujer y sus hijas, a quienes les pasaba pensión alimenticia.

Hacia los 16 años de edad Rafael Moro fumó marihuana por primera vez y comenzó a tomar experiencia sexual con prostitutas. Negaba ser consumidor de bebidas alcohólicas, pero en el expediente en el que se le relaciona con el asesinato del periodista son recurrentes las versiones de sus novias de cómo se convertía en un toro con las banderillas en el lomo luego de pasar una tarde y su noche aspirando cocaína.

Una de ellas fue la Princesa Yamal, una vedette uruguaya que incursionó con poco éxito en el cine de ficheras de la época.

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El periodista Manuel Buendía. Foto: Especial

La versión admitida por el juez de causa –esta investigación periodística no halló documentos de ningún tipo que sostengan alguna de las otras hipótesis– apunta a que José Antonio Zorrilla Pérez vendía protección al Cártel de Guadalajara, específicamente a Rafael Caro Quintero a quien le entregó credenciales de la Dirección Federal de Seguridad, lo que constituía una autorización para hacer lo que fuera.

Un amigo convertido en lo contrario de Zorrilla, José Luis Esqueda, descubrió la complicidad y entregó documentos que probaban estos nexos al periodista Manuel Buendía, quien murió antes de publicarlos, el 30 de mayo de 1984. Meses después Esqueda también sería asesinado.

Según Juventino Prado, El Diablo, en ese momento jefe de la Brigada Especial, el jefe de la policía política le llamó a su despacho el mismo 30 de mayo de 1984 para decirle “es necesario ponerle en su madre a Buendía” y que requería alguien de absoluta confianza.

Prado propuso a Moro Ávila por su habilidad con la motocicleta y Zorrilla pidió que le presentaran al agente, reputado además por sus roces con la farándula. Moro se sorprendió, pero aceptó el encargo. Cumplió la orden hacia las seis de la tarde, cuando el periodista salía de su oficina, en Insurgentes casi esquina con Reforma.

Moro Ávila aseguró que él no disparó, que en todo caso él habría recogido a un compañero suyo designado para jalar el gatillo, un agente federal apodado El Chocorrol, quien no hizo mayores aclaraciones, pues, fue asesinado. Y también lo mataron Zorrilla Pérez y Juventino Prado para cortar de tajo ese cabo suelto.

Moro Ávila fue condenado. Se supo entonces que Sérpico tenía otro apodo, bastante menos glamuroso: Canito.

Sérpico o Canito pasó los siguientes 28 años de su vida en la cárcel.

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Moro Ávila realizó en varias ocasiones las pruebas psicológicas mientras estuvo recluido. En enero de 1998, casi 13 años después del asesinato de Buendía, la batería de estudios arrojó las siguientes conclusiones:

“Juan Rafael es una persona egocéntrica, perseverante con sentimientos de autoimportancia y de dominio formados por una fantasía ilimitada de logros. Busca constantemente la admiración de los demás debido a su tendencia exhibicionista utilizando la manipulación para llamar la atención. Cuenta con capacidad para reconocer el pensar de los demás y de esta manera utiliza sus aptitudes para lograr ser líder de grupos y posiblemente manejo de masas.

“Es explotador y pretencioso, con falta de empatía debido a que se centra en sí mismo, encubriendo su dependencia. Es racionalista, idealista, siendo su capacidad de organización y planeación lógica. Aprovecha los recursos y aptitudes buscando el perfeccionismo. Se muestra obsesivo, perseverante, dinámico, práctico. Trata de verse a sí mismo y de parecer ante los demás como una persona virtuosa cubriendo sus faltas socialmente inaceptables.

“Trata de manipular su imagen mediante la sobre afirmación y se muestra confiado en sí mismo utilizando la racionalización como medio de defensa […] Aprovecha los recursos y sus aptitudes para adaptarse al medio, no obstante suele ser manipulador, obsesivo y con capacidad de liderazgo.

“Debido a que es una persona que encubre sus emociones, manipuladora, con facilidad de palabra, inventivo con facilidad para el liderazgo y posible manejo de masas encubriendo sus verdaderos intereses. Padece trastorno de la personalidad narcisista”.

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En prisión, Sérpico formó una banda de rock llamada Delincuencia Organizada. Estuvo preso en el Reclusorio Norte, la misma cárcel a la que llegaran en 1985 Ernesto Fonseca y Rafael Caro Quintero, los hombres que ese año compraron las almas necesarias para que Sérpico –la fantasía incorruptible de un policía corrupto– asesinara un periodista que, según los expedientes, estaba a nada de publicar cómo la mafia y la policía secreta mexicana eran más o menos la misma cosa.

Sérpico estuvo en el módulo de máxima seguridad desde su ingreso al Reclusorio Norte y no tenía limitantes para desplazarse en su interior, pues, incluso el auditorio de la cárcel servía para los ensayos del grupo.

Durante su estancia en el reclusorio, nunca recibió ninguna sanción, pero los psicólogos reportaron que su encierro le causaba depresión. No llevaba a cabo ninguna actividad debido a las medidas de seguridad de la misma prisión.

Sus fantasías en el ambiente actoral y en el mundo de las pasarelas se vieron claramente reflejadas en las pruebas psicológicas aplicadas:

“Este es un chico que siempre soñó con ser un músico famoso y piloto y todo lo logró porque a sus 4 años de edad empezó a aprender a tocar el piano, pues, la guitarra y a los 14 ya tenían un grupo de rock; tocaban bien pero no eran famosos como él soñaba. Después se volvió famoso pero no como músico sino como motociclista…

“Él quería ser militar, pero encontró su destino en la policía judicial federal combatiendo la droga y la guerrilla. Pero años después decidió renunciar y dedicarse a la música. Logró hacer 30 películas de cine, telenovelas, comerciales y teatro.

“Ahí conoció a la mujer de su vida, una modelo que le cayó del cielo… todo iba bien hasta que llegó un día la policía por él acusado de un crimen que él no cometió… pasó muchos años en prisión injustamente por un asunto político”, escribió atrás del dibujo de un hombre al que tenía que invitarle una historia.

***

Sérpico relataba lleno de orgullo el día en que el militar, siendo gobernador de Puebla, se acercó a un grupo de trabajadores de Luz y Fuerza del Centro inconformes en protesta por sus condiciones de trabajo.

–¿Quién es el líder aquí? –preguntó Maximino Ávila Camacho.

–Yo soy, señor –dio un paso al frente un hombre vestido con el uniforme caqui.

Maximino se llevó la mano a la cintura, sacó la pistola de la fornitura, encañonó al trabajador en el pecho y terminó el conflicto laboral con el movimiento de un solo dedo.

A Maximino se le debe la constitución de un poderoso grupo político que tuvo entre sus más reputados miembros a Gustavo Díaz Ordaz, también poblano, también represor, también un furioso anticomunista, pero no al filo nazista, como Maximino sí lo fue, así como incendiario de pueblos y permisionario de que su tropa perpetrara violaciones tumultuarias durante la Guerra Cristera (1926-1929).

Algo tiene la palabra Sérpico, o tal vez el personaje policiaco interpretado por Al Pacino que tanto gusta, como nombre clave de policías convertidos en asesinos y torturadores.

En Argentina, durante la dictadura de 1976 a 1983, Ricardo Miguel Cavallo usó ese nombre para torturar, violar y asesinar a la oposición socialista en el país sudamericano. A diferencia del Sérpico mexicano, el argentino logró mantenerse libre durante un par de décadas hasta que reapareció en México como beneficiario del gobierno panista de Vicente Fox.

Juventino

El Diablo es michoacano. Fue el mayor de 10 hermanos y le tocó sacar adelante a la familia cuando a su padre se lo arrebató un infarto. Juventino tenía 10 años y a los 16 ya era pintor. Se empleó como obrero, auxiliar de intendencia, checador de tiempo en una fábrica, mensajero y, sin que al menos la lógica pueda explicarlo, policía federal de seguridad.

No existe rastro alguno de su preparación como policía.

Se convirtió en comandante al poco tiempo y, aún más lejos del sentido común, se le designó jefe de la Brigada Especial, un cargo que solía recaer en la responsabilidad de los militares. Juventino apenas había concluido la secundaria y, a sus 33 años de edad, era responsable del órgano más sensible de la inteligencia mexicana, el espacio de gobierno en que el Estado se consideraba en capacidad de decidir si admitía que las personas vivieran o no de acuerdo a sus filiaciones políticas.

Así es el hombre que manejó esos controles:

“Juventino es Prado es una persona que se caracteriza por mostrar una imagen adecuada de sí, buscando el reconocimiento y la admiración para compensar la baja autoestima que posee a nivel inconsciente, siendo susceptible a la crítica y al rechazo debido a la inseguridad que posee.

“Se limita a asumir convencional y parcialmente parámetros establecidos sin modificar sus esquemas cognitivo-conductuales ya que tiende a asumir roles que le permiten el manejo de poder y el uso de la ventaja que tiene con los demás, subyaciendo su baja tolerancia a la frustración y el control de impulsos que tiende a bajar, al igual que requiere controles y límites externos para mantenerse funcional.

“Es un hombre con ideales, deseos y necesidades que desea cubrir de manera inmediata y con un mínimo de esfuerzo. Socialmente es inconstante, superficial evasivo, siendo sus lazos afectivos limitados y pobres.

“Debido a su búsqueda de sensaciones y de reconocimiento social tiende a relacionarse con grupos criminógenos debido a su baja autoestima […] Por lo común no conoce a sus víctimas ni planea el delito sino se limita a cumplir órdenes; es un sujeto de dirección y subordinación. Coeficiente intelectual por debajo de la media”.

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El Charro del Misterio

Alfredo, hijo de Sabino Ríos y María Damiana Galeana, nació en Arenal de Álvarez, Guerrero, el 28 de octubre de 1950. Un año después, Sabino murió y María arrastró a su hijo único y su miseria absoluta a la ciudad de México. La mujer se hizo costurera y el niño creció hasta medir un metro 90 centímetros. La nariz, la boca y los cabellos se le engrosaron al grado que sólo le cupo un apodo: El Feyo.

En 1969, bajo las insignias de sargento segundo de la Brigada de Fusileros Paracaidistas –los duros muchachos anticomunistas– del Ejército mexicano, Alfredo Ríos Galeana recomendó a su sobrino Evaristo Galeana Godoy, El Tito, para que ingresara como policía militar. En 1972 El Tito entró en el Segundo Batallón de Radiopatrullas del Estado de México (Barapem), creado por el entonces gobernador Carlos Hank González, al tiempo que el sargento Ríos Galeana utilizaba sus blasones para robar automóviles.

Hank González, patriarca del Grupo Atlacomulco, del que desciende el Presidente Enrique Peña Nieto, abrió la puerta de Ríos Galeana.

La banda era pequeña, la integraban otros dos o tres militares de bajo rango que se reunían a beber en las cantinas de El Molinito, colonia popular de Naucalpan invadida por prostitutas, travestis y vendedores de droga visitados por la soldadesca del Campo Militar Número Uno.

En las cervecerías de El Molinito, Ríos Galeana, El Tito y los suyos planearon el robo de 15 autos en las colonias Polanco, Lomas de Chapultepec y Las Águilas. Los revendían en el estado de Guerrero. En octubre de 1974, Ríos Galeana fue detenido por el Servicio Secreto del Distrito Federal y consignado por robo, asociación delictuosa y portación de arma de fuego. Fue preso en la vieja cárcel de Lecumberri y luego trasladado al Reclusorio Oriente. Fue liberado el 4 de diciembre de 1976.

Como si los antecedentes penales se hubieran esfumado de su historial o gracias a un supuesto pacto con el Servicio Secreto del Distrito Federal, Ríos Galena se hizo comandante de la policía de Santa Ana Jilotzingo y le ofreció a El Tito el puesto de subcomandante. El Feyo se convirtió en 1978 en patrullero del Segundo Barapem en el Estado de México, al que luego comandó. Así vigilaba los bancos mexiquenses sin causar sospecha, diseñaba sus robos y dirigía a ladrones y policías (Ríos Galeana se convirtió en la síntesis más acabada de ambos). Amaba los autos. Volaba en un Valiant Super Bee. Para entonces se le contaban al menos 21 atracos principalmente en los estados de Hidalgo, Puebla y México.

Julio Cervantes Sánchez, otro de sus socios, entró en 1974 al Segundo Batallón de la Policía Militar con base en el Campo Militar Número Uno y luego fue enviado a la Sección de Policía Militar del Heroico Colegio Militar. Allí permaneció hasta 1983, cuando fue detenido en Cortazar, Guanajuato. Participó con Ríos Galeana, entonces parapetado en el nombre de Luis Fernando Berber, en 32 asaltos a bancos, tiendas de la Compañía Nacional de Subsistencias Populares (Conasupo), supermercados, casas particulares, tiendas de ropa y oficinas de gobierno.

El 26 de agosto de 1979, la DFS —la policía política del régimen priista extinguida en 1985— tuvo conocimiento “confidencial” de que Ríos Galeana estaba escondido en Jilotzingo, Estado de México, en la casa del expresidente municipal Víctor Aceves Rojas. Éste, como alcalde en funciones, ordenó a Ríos Galeana asesinar a dos hombres. Y el 26 de agosto de 1979 dio avisó a la DFS de que Ríos Galeana estaría en un palenque de feria. No como espectador. Ríos Galeana, exparacaidista militar, expolicía, ladrón, líder, bígamo y asesino, también era cantante. Se hizo llamar el Charro del Misterio, y de sí mismo dijo tener “la voz que canta al corazón”. El hombrón, con la papada replegada, hacía pucheros y entristecía los ojos para cantar, como es debido, las canciones de Javier Solís.

En un cofre de vulgar hipocresía
ante la gente
oculto mi derrota
payaso con careta de alegría,
pero tengo por dentro el alma rota.
[…] Payaso,
soy un triste payaso
que oculto mi fracaso
con risas y alegría
que me llenan de espanto.

Hombre costeño, Ríos Galeana hablaba con acento del norte y al cantar domaba ese potro que normalmente lo hacía tartamudear. Cantaba en ferias pueblerinas y en cantinas de la ciudad. Una fue La Taberna del Greco, en avenida Juárez frente al Hotel del Prado. Sus amores también fueron del ambiente, entre ellas una mujer que trabajaba en el restaurante Los Tres Caballos, cerca de la esquina de Tlalpan y Taxqueña. Algunos vasos grabados con el nombre de ese lugar se encontraron junto con varias botellas de coñac, la bebida favorita del Feyo, en la primera casa que le ubicó la policía en la colonia San Pedro de los Pinos. Era galante y caballeresco. En el robo de un banco en Ixtapaluca había una mujer embarazada en la fila, congelada por el susto. Cuando Ríos Galeana tuvo el dinero de la bóveda, tomó un fajo y se lo dio a la mujer. Advirtió al cajero: “¡Si se lo quitas, vengo y te parto tu madre!”.

En 1981, en un gesto de humor absolutamente involuntario, Arturo, El Negro, Durazo Moreno designó a Ríos Galeana, especie de John Dillinger a la mexicana, como el “enemigo público número uno” del país. Ordenó su persecución a la División de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia (DIPD) bajo el mando del coronel Francisco Sahagún Baca, torturador y miembro de la Brigada Blanca, cuerpo persecutor de la disidencia política. Se envió la filiación del ladrón a todas las policías del país. Un perfil de viso psicológico elaborado por la DFS del Feyo lo describe:

“Es temerario. Amedrenta fácilmente y confía en lograrlo. Nunca demuestra miedo. En los asaltos, en ocasiones, no saca su arma. Permanece mucho tiempo en las oficinas asaltadas, que generalmente regresa a asaltar. Es vanidoso y ególatra. Demuestra mucha seguridad en sí mismo y en su grupo. Se siente protegido por las autoridades. Es vengativo y galán. Impacta al personal femenino. Es criminal y sanguinario. Mata por placer. En infinidad de enfrentamientos con las autoridades ha matado muchos policías y no le importa que maten a sus compinches. Es frío y calculador, mientras no se le provoque es pacífico. Cuando se le provoca o se le entorpece mata, destruye”.

***

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A fines de agosto de 1981, Sahagún Baca logró la captura de Ríos Galeana y otros cuatro miembros de la banda. Los ladrones fueron entregados a las autoridades de Hidalgo, el estado más golpeado por la pandilla y donde, según los propios funcionarios, gozaban de más protección policiaca. Fueron presos en la cárcel de Pachuca.

El 19 de diciembre de 1981, alguien desde afuera de la cárcel pasó un mástil de siete metros, para antena de televisión, relleno de cemento. Apoyaron la pértiga en el muro norte del reclusorio y por ahí escalaron Ríos Galeana, Eduardo Rosey Lara y Leonardo Montiel Ruiz, El León, acusados de homicidio, robo, asociación delictuosa, daño en propiedad ajena, lesiones, amenazas, injurias, golpes, acopio de armas prohibidas, asaltos bancarios y otros.

Quedó atrás, presa, Yadira Berber Ocampo, pareja de Ríos Galeana señalada como su cómplice. Después asesinaron a los dos custodios que los habían ayudado en el escape. La policía fue tras una amante de El Feyo en Tepeji del Río, Juana Sánchez. La mujer reconoció que el ladrón había pasado por su casa en la mañana, pero, como si presintiera la tormenta, se fue casi de inmediato.

No sólo varios guardias de seguridad estaban en la bolsa del asesino, ladrón y cantante. Agustín Hernández, juez 2 de lo penal en el estado de Hidalgo, recibió dinero suyo para no ejecutar una solicitud de exhorto girada por la Procuraduría General de Justicia del Estado de México. Además trabajaba con el agente de la PJF –ya también desaparecida por insalvable– Ricardo Campos Ayala.

Se refugiaron con Silvano Garza Dávila en un edificio de la colonia Panamericana, al oriente del Distrito Federal. Recibieron armas, dinero y planearon los siguientes asaltos.

Algunas sucursales, como la del Banco Continental de Tlalnepantla, Estado de México, y de Banamex en Tepeapulco, Hidalgo, fueron visitadas en tres ocasiones. Las autoridades calcularon que el monto robado, sólo a Banamex —entonces propiedad del gobierno, como toda la banca mexicana— rebasaba los 50 millones de pesos, y que la banda la conformaban de 15 a 20 personas.

La hermana de un policía reportó que fue “contratada” por la DFS para asistir, cerca de Zempoala, Hidalgo, a una reunión en la hacienda de un militar no identificado. En el sitio la mujer reconoció a Ríos Galeana y su banda. Jugaban póquer y apostaban con puños de dinero. La mujer elaboró un croquis para llegar al sitio. Otra vez el general Arturo Durazo estuvo a pocos metros del sargento desertor Ríos Galeana. Pero se le escurrió. Luego, la DFS supo que Ríos Galeana vivía con una prima o hermana de alguno de sus lugartenientes, posiblemente El León o Mateo Ugalde Ruiz. Tampoco. El Feyo también era adivino y escapista.

En el asalto al banco de El Oro, Estado de México, los bandidos encerraron en la bóveda a los clientes y al personal. Uno de los empleados tenía una navaja de bolsillo y el gerente logró desarmar las perillas de combinación dentro de la bóveda. En 30 minutos todos habrían muerto por asfixia. En la Comisión Nacional de Fomento Minero, una oficina de gobierno, Ríos Galeana mató a cuatro policías después de emborracharse con ellos. A todos dio tiro de gracia.

En 1982, la DFS tenía la certeza de que Ríos Galeana operaba con protección de las autoridades de Hidalgo:

En los asaltos anteriores a 1982, Alfredo Ríos Galeana se mostraba violento y sanguinario. Se le comprobaron más de 16 muertos entre policías y civiles. A partir de enero de 1982, Ríos Galeana ha cambiado totalmente su forma de operar, ya que se volvió más consecuente y más cínico. Por su estatura y complexión se siente dueño de la situación. Sólo amenaza una vez y guarda su arma. Se hace acompañar de Leonardo Montiel Ruiz y Eduardo Rosey Lira. También forma parte del grupo Mateo Ugalde Ruiz, de quien se sabe es un gatillero y funge como muro de contención. Este sujeto quiso pertenecer a la policía judicial de Hidalgo, pero fue rechazado.

El 1 de abril de 1982, Ríos Galeana asaltó la sucursal Tepeapulco y se llevó un millón 44 mil 275 pesos. Pero el dinero no fue suyo. Entre los billetes había fajillas trampa que explotaron y esparcieron gas lacrimógeno y tinta roja que inutilizó los billetes. Con la cara convertida en una máscara de lágrimas y mocos, los ladrones huyeron. Regresaron el 8 de julio de ese mismo año. Se llevaron un millón 548 mil pesos, esta vez limpios.

A principios de 1982, Ríos Galeana obtuvo una cita con el cirujano plástico Ignacio Arámbura Álvarez. El ladrón fue al consultorio de la calle Tuxpan número 46, despacho 204, en la colonia Roma. En mayo ya tenía nueva nariz. Un año después el mismo médico adelgazó sus labios. Continuó el tratamiento con masajes de ultrasonido en la boca en el Hospital Metropolitano. Pagó 100 mil pesos por ambas operaciones. Remató la mudanza con permanente en el cabello. Entonces se fotografió para hacer la portada de su disco en el que se llamó Alfredo del Río. No huía del “enemigo público número uno”; escapaba de El Feyo.

En diciembre de 1983 fueron detenidos El León, Eduardo Rosey Lira, Ismael Jacinto Dávila, Alberto Juárez Montes, Lauro Rodríguez Velázquez y Francisco Vera Montiel.

Ríos Galeana se tomó un descanso hasta que sus socios se fugaron en octubre de 1984. Leonardo Montiel estaba urgido de trabajo. Tenía un buen plan, presumió con su mirada de reptil prehistórico: el asalto al Banco de Cédulas Hipotecarias (BCH). La fuga había enriquecido a la banda y sumó a los fugitivos Gilberto Ornelas García y Salvador Ornelas Rojas, El Pariente. También se integró Jaime Maldonado García el Jimmy, que no era un ladrón, sino un custodio que apoyó la fuga.

“Los maleantes que desean pertenecer a la banda de Ríos Galeana son seleccionados minuciosamente por él, exigiéndoles que reúnan determinadas características y una misma ideología, como son las de representar una actitud temeraria y agresiva, con antecedentes penales y de cierta peligrosidad, independientemente de ser astutos e inteligentes. Leonardo Montiel Ruiz es el más agresivo del grupo”.

El 8 de noviembre de 1984 entraron a las oficinas administrativas del diario Excélsior. Amarraron a los empleados y los tendieron sobre el piso bocabajo. Se llevaron 35 millones de pesos de la empresa y varios objetos de los trabajadores. No sólo les gustaba el dinero. Una semana después asaltaron la compañía electrónica Clarión. Se llevaron 481 autoestéreos con valor de nueve millones de pesos y 1.7 millones de pesos en efectivo de la caja fuerte. El método también era flexible. Ríos Galeana tocó la puerta del banco BCH, el sitio propuesto por Montiel y, cuando el guardia abrió, lo desarmó y amagó. Preguntó por las llaves de la bóveda y sobre la manera de desactivar la alarma. El policía no sabía. Le ató las manos y lo llevó al interior de las oficinas para que le mostrara el sistema de alerta, pero no pudieron desactivarla. Bajo el escándalo de la sirena hicieron un boquete en la pared de 50 centímetros por 40 centímetros con esmeriladora, martillo y cincel. Montiel Ruiz y Ríos Galeana entraron por el agujero. En el interior, cortaron las bisagras de la caja fuerte con esmeriladora y con una barra de hierro hicieron palanca. Desprendieron la puerta 25 centímetros y en este espacio introdujeron un gato de tijera con el que desprendieron la puerta. Sacaron 236 millones de pesos en las mismas bolsas del banco.

Alfredo Ríos Galeana también se llamó Luis Fernando Gutiérrez Martínez, según el reluciente título de su casa con su fotografía que lo acreditaba como ingeniero civil egresado de la Universidad Autónoma Metropolitana. Lo compró en 100 mil pesos a principios de la década de 1980 en Puebla. Cursó parte de esa ingeniería y usó el título para justificar su dinero. Su otro seudónimo conocido fue Fernando Berber. Y con ambos nombres falsos se casó por el civil y por la Iglesia.

El 18 de enero de 1985, la policía detuvo nuevamente al León. Confesó la serie de asaltos, el nombre de sus cómplices y la ubicación del cuartel general, en la calle de Enrique Rébsamen. Ahí arrestaron a Jacinto Garza Dávila, Eduardo Rosey Lira y Gustavo Alberto Juárez Montes. Admitieron haber participado en varios asaltos a bancos, residencias de Puebla, Ferrocarriles Nacionales en Pantaco, así como al Centro de Desarrollo del Ambiente y Ecología. Mataron un policía, hirieron a otro y lesionaron a una empleada.

Ríos Galeana cayó al poco tiempo. En su captura participó el policía judicial federal Miguel Silva Caballero, El Chicochangote, quien años después sería involucrado en el asesinato del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo.

El Negro Durazo no participó en el arresto de “el enemigo público número uno”. El expolicía y exgeneral –por designación de su amigo José López Portillo– estaba preso también.

En 1985, a El Feyo se le seguían dos procesos por asociación delictuosa, seis por robo calificado, otros por lesiones contra agentes de la autoridad, daño en propiedad ajena, tres homicidios calificados, disparo de arma de fuego, disparo de arma de fuego contra agentes de la autoridad, lesiones calificadas y evasión de presos. No por mucho tiempo. El 22 de noviembre de 1986, Ríos Galeana caminó por los túneles oscuros habitados en esos días por prostitutas y vendedores de drogas que comunican el Reclusorio Sur con sus juzgados penales. El reo llegó a la rejilla de prácticas del juez 33. Por el otro lado, el de la calle, llegaron seis hombres y una mujer. Esperaron a El Feyo. Cuando Ríos Galeana apareció, el Marino sacó una granada –le encantaban las granadas–, mordió la espoleta y arrojó la piña hacia el muro. Ríos Galeana comprimió su metro 90 centímetros de estatura y sintió la lluvia de piedras y polvo alrededor. Cuando la neblina se disipó, el Charro del Misterio había desaparecido.

Al poco tiempo volvería a la prisión. Pero sólo afuera de ésta. Rescató a El Marino durante un traslado del Reclusorio Norte al Oriente. En el ataque a la camioneta aparecieron nuevos rostros, nuevos gatillos. Uno fue Juan Carlos Díaz Hernández, El Jarocho, compadre y socio de Héctor Peralta Vázquez, El Papis, pistoleros de los secuestradores Andrés Caletri y Marcos Tinoco Gancedo, El Coronel.

Tras el rescate de El Marino, el camino de Ríos Galeana tomó otra dirección. En el Lago de Guadalupe, Cuautitlán Izcalli, el ladrón fue rebautizado al cristianismo y se hizo llamar Arturo Montoya. Volvió a cantar. Ya no a las mujeres, sino a Jesucristo. Vivía de administrar dos autobuses. Se hizo predicador, hablaba de la fidelidad matrimonial, forjó congregaciones de cristianos y se enlodó los zapatos para llevar a donde fuera la palabra del Señor. A mediados de 1992, la sombra de Alfredo tocó la aureola de Arturo. El diario La Prensa recordó que el bandido andaba por ahí, impune. Huyó a Estados Unidos. Vistió de charro otra vez. No era más El Charro del Misterio. Era un mariachi de Dios.

Reconozco Señor
que soy culpable.
Sé que fui
pecador imperdonable.
Hoy te pido Señor,
me vuelvas bueno,
porque tengo un amor
limpio y sincero.
Y si voy a seguir
siendo igual que antes fui
no la dejes venir
a llorar junto a mí.
De lo malo de ayer
hoy me arrepiento
es por eso que vengo
hasta tu templo.
Hazme bueno Señor
te pertenezco,
soy tu hijo también
y lo merezco.

En junio de 2005, un vecino habló a la policía de Los Ángeles y develó el pasado de Ríos Galeana. Pidió recompensa. El enemigo público número uno estaba de vuelta en una cárcel mexicana. Luis, el mayor de los hijos de Arturo Montoya, dijo: “El hombre que la justicia persigue ya murió”.

Y es que la historia también es un asunto de perspectiva política.

Carlos Hank González, gobernador del Estado de México, fundó la policía política mexiquense donde se creó El Enemigo Público Número Uno. Alfredo Ríos Galeana. Carlos Hank González, regente del Distrito Federal, hizo jefe de su policía a Arturo Durazo Moreno, El Enemigo Público Número Uno.

Y Carlos Hank González, hombre del PRI que participó directamente en la creación de uno y otro, posee una enorme estatua. Está colocada en el bello Paseo Tollocan de la capital del Estado de México, Toluca, ahí donde el actual Presidente de México ha estado para rendirle culto.

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Alfredo Ríos Galeana (julio 2005). Foto: Cuartoscuro

Fuentes:

Arturo Durazo Moreno

*Conjunto de documentos integrados respecto de Arturo Durazo Moreno por la Dirección Federal de Seguridad y la Dirección de Investigaciones Políticas y Sociales de la Secretaría de Gobernación

Juan Rafael Moro Ávila:

*Estudios psicológicos, criminológicos, laborales y sociales hechos durante su internamiento en las cárceles

*Causa penal 104/89 y acumulada 101/89 instruidas contra José Antonio Zorrilla Pérez, Juventino Prado Hurtado, Raúl Pérez Carmona, Juan Rafael Moro Ávila y Sofía Naya Suárez por el asesinato de Manuel Buendía Tellezgirón.

Juventino Prado:

*Estudios psicológicos, criminológicos, laborales y sociales hechos durante su internamiento en las cárceles

Alfredo Ríos Galeana:

*Causa penal 16/85 instruida por el Juzgado 29 de lo Penal por los delitos de robo, asociación delictuosa, lesiones y daño en propiedad ajena

*Causa penal 129/83 instruida contra Ríos Galeana por los delitos de homicidio, asociación delictuosa, robo, lesiones y portación de arma de fuego reservada para uso exclusivo del Ejército, Armada y Fuerza aérea instruida por el juez 4 de Distrito del Distrito Federal, Gilberto Chávez Priego

*Causa penal 129/83 instruida por el Juzgado Cuarto de Distrito en Materia Penal

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