EL ROSTRO DE LAS MUJERES INVISIBLES

06/04/2013 - 12:00 am

Por Mary Carmen Sánchez Ambriz / Especial *

Ciudad de México, 6 de abril (SinEmbargo).– Todavía Marcelina Bautista no cumplía 15 años y tuvo que enfrentar una dura jornada laboral. Estaba en esa etapa de la vida en que no se es ni oruga ni mariposa y, de forma abrupta, tuvo que cumplir con responsabilidades. Es originaria de Tierra Colorada, Nochixtlán, ubicada en las altas montañas de la mixteca oaxaqueña. Su sueño era trabajar, ganar dinero en una ciudad que parecía que la devoraba, el Distrito Federal. Aquí comenzó a ocuparse en un trabajo aparentemente sencillo, pero que en realidad no lo es. Debía de lavar, planchar, cocinar, cuidar a los niños, limpiar la casa, en horarios extenuantes y con pocos días para descansar. Comenzó siendo empleada de fijo en una casa, luego en otra y otra, hasta que decidió que era mejor laborar de entrada por salida.

Marcelina Bautista
Marcelina Bautista

Su vida ha sido difícil como la de muchas otras trabajadoras del hogar en México y en casi toda América Latina. Veintidós años de su vida se desempeñó en este oficio, se ha sentido discriminada, ignorada. No obstante, ha tenido la fuerza de luchar y vencer fantasmas, miedos e inseguridades.

A través de la Biblia comenzó a tener una concientización de los derechos humanos y del bien común. En 1986, en el movimiento Juventud Obrera Cristiana, encontró lo que había estado buscando: la posibilidad de conocer a otros trabajadores como ella, informarse sobre sus derechos. Fue a partir de esa experiencia con el grupo de la iglesia que Marcelina empezó a tener contacto con más trabajadoras del hogar.

Gracias a su persistencia e incasable labor, reunía en parques, en patios de casas, en calles cerradas, en los escenarios que se pudiera, a las mujeres que como ella experimentaban desigualdad en sus derechos laborales y se sentían menospreciadas, ninguneadas e invisibilizadas en sus quehaceres. La voz de Marcelina se hizo escuchar en no pocas reuniones hasta que, con pasos firmes, comenzó a gestarse una de las primeras organizaciones de trabajadoras del hogar, La Esperanza. ¿Acaso no había mejor nombre para la agrupación de mujeres que anhelaban que un día se hicieran valer sus derechos? ¿Quién aceptaría un empleo en donde no hay condiciones para que se establezca un salario digno, sin un contrato de por medio ni seguro social, horario definido, jubilación, vacaciones, aguinaldo, días de descanso establecidos, trato respetuoso ni indemnización?

“La crisis económica, las condiciones de empleo y desempleo en el país, hacen que las trabajadoras del hogar acepten el salario y las condiciones que les imponen”, señala Mary R. Goldsmith, investigadora de la UAM Xochimilco.

Lo cierto es que el trabajo del hogar no se realiza por vocación sino porque es el único que ofrece un lugar donde vivir y alimentación, ya que no hay mayores requerimientos en el conocimiento del oficio y un sueldo. No obstante, las exigencias e injusticias laborales son muchas; tan sólo basta con hablar con algunas trabajadoras del hogar para comprobar que se trata de uno de los oficios más discriminados en México.

LA ESCLAVITUD MODERNA

Isabel Andrés es originaria de Chilchotla, Puebla. Llegó a trabajar a la ciudad de México a los doce años, decidió venir a probar suerte y así terminó su infancia. Desde hace más de cinco décadas trabaja en la colonia Narvarte. “Eres como de la familia y te apreciamos mucho”, le dice la patrona, lo que se traduce en cierto sentido de pertenencia. La patrona de Isabel dejó de tener un ingreso fijo y desde hace más de ocho años, ya no le paga a su empleada, le dice que debe conformarse con tener techo y comida. A sus 70 años,  Isabel padece várices y ha ido perdiendo la vista. Sus únicos ingresos son la pensión alimentaria para adultos mayores y un apoyo mensual que recibe de parte de la Delegación Benito Juárez porque no tiene apoyo en el sector salud gubernamental. Si hubiera una ley que permitiera que las trabajadoras del hogar se jubilaran, ella sería la candidata ideal. Como no la hay, deberá seguir desempeñando sus labores hasta que el cuerpo se lo permita.

Rosa Suárez nació en San Francisco Oxtotilpan, municipio de Temascaltepec, Estado de México. A los 38 años quedó viuda. Su esposo, José Flores, sufrió un infarto al miocardio, murió antes de que pudiera llegar al hospital. Rosa se quedó al frente de una familia compuesta por cinco hijos. Dicha situación la hizo regresar a ser trabajadora del hogar, oficio que ya había desempeñado de los diez a los 18 años. Su jornada empieza a las diez de la mañana y termina a las ocho de la noche, labora de entrada por salida en dos casas de la Condesa. No tiene IMSS o Infonavit. Su principal temor es convertirse en una carga para sus hijos. “¿Qué voy a hacer cuando ya no pueda trabajar, cocinar y limpiar porque mi salud ya no me lo permita?”, se pregunta. Vive al día y no tiene ahorros, algo que garantice que cuando se encuentre en la tercera edad podrá continuar recibiendo un ingreso fijo.

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María Isidra Llanos comenzó a trabajar desde los dieciséis años. Es oriunda de una comunidad purépecha de Michoacán. Como muchas otras mujeres, vino a la capital a trabajar. Su jornada era de seis de la mañana a once de la noche. En la última casa donde era empleada, el trato que recibió fue humillante. Su patrona le recriminaba cosas que no tenían fundamento,  no dejaba que hablara en su lengua porque pensaba que la criticaba; también cuando se enojaba con ella la encerraba para que no pudiera salir a su descanso. Un día Isidra cansada de escuchar los malos tratos e insultos de su patrona, decidió renunciar a ese empleo y pedir que le dieran el dinero que le correspondía por haber trabajado quince años. La empleada del hogar nunca denunció los malos tratos por temor a represalias y tampoco recibió el dinero que esperaba por su retiro.

Isabel García falleció hace un año. De descendencia zapoteca, apenas tenía 14 años cuando vino al Distrito Federal a probar suerte, como Marcelina y muchas otras mujeres. Desde esa edad se convirtió en empleada del hogar y así fue su vida: unas veces laboraba de planta y otras de entrada por salida; también llegó a dedicarse más de diez años a hacer la limpieza en una notaría. Actualmente su hija, Pilar, experimenta un calvario de tramitología para recuperar algo de dinero para el retiro (afore) que su madre llegó a cotizar en la notaría. En la Procuraduría Federal de la Defensa del Trabajo le solicita los recibos de los últimos meses que trabajó su madre, pero éstos no existen porque el empleo doméstico en nuestro país no genera documentación alguna, se desarrolla en la informalidad, en donde se propician los abusos.

Y el mosaico de historias podría continuar. Son mujeres que han sido invisibilizadas, que nadie las toma en cuenta. En cada uno de estos retratos es posible observar la fuerte presión que ejerce el empleador sobre las trabajadoras, el desconocimiento que tienen ellas para defender sus derechos y el temor con que algunas se conducen ante sus patrones. ¿Acaso se trata de la esclavitud moderna?

Ricardo Bucio, presidente de Conapred, responde que sí porque no existe un acuerdo formal, un contrato; no hay una descripción formal de las labores que les toca desempeñar: el empleador es quien define el tipo de prestaciones y eso suele ser muy subjetivo. También impera la negación legal de un horario de trabajo, se les impide salir de la casa, se les guarda el pasaporte; hay rechazo a que coman de los mismos alimentos o laven su ropa en el mismo lugar que los empleadores. En el trabajo del hogar prevalecen graves condiciones de inequidad.”

Foto: Antonio Saavedra
Foto: Antonio Saavedra

Habría que hacer un repaso de la historia de México para escudriñar por qué razón se llegó hasta este punto. Es probable que este desequilibrio de desigualdad laboral y social sea un eco del pasado. La historia es cíclica. La servidumbre se dio entre grupos indígenas, en la Colonia, en el México de independiente y, de otra forma, en el México posrevolucionario. Desde el punto de vista de Bucio, “los esquemas no se han modificado sustancialmente. Vivimos en un sistema cultural integrado por una cultura dominante, minoritaria, que tiene el poder sobre un grupo social muy amplio”.

Según resultados de la Encuesta Nacional sobre Discriminación en México (ENADIS, 2010), realizada por Conapred, en México se tiene la impresión de que a las trabajadoras del hogar no se les da un buen trato, tres de cada diez personas consideran que los derechos de ellas no se respetan; 4.6% no recibe aguinaldo; 44.7% no tiene horario fijo; 61% de las trabajadoras del hogar no cuenta con vacaciones; 95% de ellas no tiene acceso a servicios de salud por parte de su patrón y casi 80% carece de prestaciones laborales. La edad promedio de las empleadas del hogar es de 38 años. El panorama es desalentador, aún así hay muchas mujeres que optan por este tipo de empleo debido a que no cuentan con otra oportunidad laboral.

UNIDAD LATINOAMERICANA

“Uno de los grandes problemas que existen entre las empleadas del hogar, es que no tienen información suficiente para defender sus derechos”, explica Marcelina Bautista.

Se sabe que la agrupación La Esperanza duró catorce años, los últimos en vinculación con el colectivo Atabal, una de las veinte organizaciones coordinadas por el Instituto de la Mujer en el Distrito Federal. Antes de que La Esperanza se disolviera, Macelina concursó para obtener una beca, destinada a líderes sociales, en la Fundación MacArthur. Ella pensaba que sólo profesionales podían lograr ese apoyo económico, pero la realidad fue otra: salió beneficiada. Le fueron concedidos veinticinco mil dólares anuales, por tres años, con los cuales pudo consolidar un nuevo grupo, independiente.

Marcelina tuvo la oportunidad de viajar a Bogotá, Colombia, en 1988. Asistió como invitada a una reunión internacional de trabajadoras del hogar de América Latina y el Caribe. De dicho encuentro surgió la Confederación de Latinoamérica y el Caribe de las Trabajadoras del Hogar (Conlactraho); se contó con la participación de once países, entre ellos, México. La reunión internacional terminó el 30 de marzo, por ese motivo se decidió elegir ese día como el día internacional de las trabajadoras del hogar, fecha en que compartieron inquietudes, injusticias, incertidumbres y sueños. “No basta tener derechos. Hay que tener conciencia. Hay que organizarse para defenderlos”, así reza uno de sus lemas.

“Divulgaremos nuestro quehacer,/ Elocuente será nuestro caminar”, escribe Aída Moreno, la primera secretaria general de Colanctraho. En total ha habido cuatro mujeres al frente de esta organización internacional. Primero Aída Moreno, de Chile (1988-1995); luego Basilia Catari, de Bolivia (1995-2001); después Casimira Rodríguez, de Bolivia (2001-2006) y Marcelina Bautista, de México (2006-2012). A Marcelina le tocó quedarse otros dos años más porque durante su gestión ya se había comenzado con la lucha por la ratificación del convenio 189 y la recomendación 201 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

POR UN NOMBRE DIGNO

En el 2000 nuevas rutas se presentaron entorno a las trabajadoras del hogar. Marcelina fundó el Centro de Apoyo y Capacitación para Empleadas del Hogar (Caceh), espacio autónomo que lucha por la reivindicación del trabajo doméstico. Ahí se intensificaron las pláticas de las que ya se había ocupado en La Esperanza. Caceh imparte talleres de derecho legal, autoestima, desarrollo humano, entre otros; además ahí se negocian acuerdos con los empleadores cuando la empleada no ha podido solucionar un problema y brindan apoyo jurídico. Otra de sus actividades es la enseñanza del servicio doméstico y la práctica para que las chicas puedan hacer bien su trabajo, y ofrecen servicio de colocación, sin fines lucrativos. En dicha labor de colocación buscan que tanto el empleador como la empleada firmen un contrato de trabajo, en donde queden establecidas las condiciones laborales mínimas por ambas partes.

Marcelina Bautista, del Centro de Apoyo y Capacitación para Empleadas del Hogar (CACEH).
Marcelina Bautista, del Centro de Apoyo y Capacitación para Empleadas del Hogar (CACEH).

Con el inicio del nuevo siglo, también comenzó la campaña “Por un nombre digno”. En México existen varias maneras para referirse a las empleadas del hogar, la mayoría de ellas son discriminatorias, ofensivas. Durante años los epítetos como “sirvienta”, “muchacha”, “chacha”, “gata” y “criada”, entre otros, han estado apuntándolas para señalarlas, ofenderlas; incluso entre los jóvenes (de clase media-alta) desde hace un par de décadas, se popularizó una palabra que utilizan como adjetivo: “gata” o “gatísima”, para cuando alguien no se ve bien. Este tipo de denominaciones no sólo descalifican a la trabajadora sino que deterioran su autoestima. Por esa razón, en Caceh se ofrecen talleres que imparten psicólogas y personal especializado.

Como parte esencial de la campaña “Por un nombre digno” se realizaron encuestas a miles de trabajadoras en lugares públicos, con la finalidad que ellas escogieran el nombre con el cual quería ser llamadas. Empleadas del hogar fue el apelativo ganador.

PASOS FIRMES

Quien conoce a Marcelina Bautista puede darse cuenta que se trata de una mujer incansable, entregada a la causa social a favor de las empeladas del hogar. Ella se ha ido preparando cada vez más para enfrentar las batallas legales, el cabildeo y la labor conciliadora que le ha tocado vivir. Al frente de Caceh y de Conlactraoh, ha sabido luchar codo a codo con sus compañeras, consolidar su liderazgo y esquivar los tropiezos que se han presentado en su camino. Si las puertas se cierran, si no escuchan sus argumentos, con astucia y lucidez ha sabido convocar a las personas idóneas que pueden ayudarla en su combate por la equidad.

El equipo que respalda a Marcelina está integrado por Rosario Ortiz, ex diputada del PRD, especialista en derechos laborales de mujeres sincalistas; Mary R. Goldsmith, investigadora del área Mujer, Identidad y Poder de la UAM Xochimilco; y Angélica González, abogada.

“La sociedad mexicana es discriminatoria, tiene muchos prejuicios, no es una sociedad democrática. Mientras persista esa visión de la discriminación y el no reconocimiento de los derechos laborales de las empleadas del hogar con una desprotección jurídica, la situación no va a cambiar”, comenta Rosario Ortiz, quien llevó a cabo el proceso de cabildeo en la Cámara de Diputados, durante la 60 Legislatura, del 2006 al 2009.

Después de escuchar las necesidades de varios grupos de trabajadoras del hogar provenientes de Guerrero, Morelos, Chiapas y el Distrito Federal (Caceh), en noviembre de 2007, Rosario Ortiz subió a tribuna a hablar de las injusticias laborales que padecen las empleadas del hogar. Deseaba que se hicieran modificaciones al capítulo XIII de la Ley Federal del Trabajo. Sin embargo, no tuvo apoyo por parte de los diputados del PAN y el PRI.

La actitud de los legisladores no fue buena, respondieron con lugares comunes que no resuelven nada: “A la que trabaja en mi casa la queremos mucho y la tratamos bien, le conseguí empleo a su esposo y, además de pagarle a ella, ¿todavía quieren que le de prestaciones laborales?”

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Al siguiente año, en 2008, la OIT abordó el tema del empleo doméstico como una de sus prioridades. En un estudio realizado por la organización se arrojó el siguiente dato: en el mundo hay cien millones de personas que se dedican al trabajo doméstico. Los dos años siguientes se destinaron a una intensa campaña para sensibilizar a la población, a los empleadores, sobre las injusticias laborales.

A Marcelina le tocó coordinar varias acciones como secretaria general de Contractraho y contar con el apoyo de la Red Internacional de Trabajadoras del Hogar (IDWN) con sede en Ginebra, Suiza.

La labor realizada no fue en vano. El 16 de junio de 2011, la OIT adoptó el convenio 189 y la recomendación 201 sobre las trabajadoras y trabajadores domésticos. Con excepción de Panamá y El Salvador, los gobiernos latinoamericanos votaron a favor del convenio 189.

El siguiente paso consiste en la ratificación de dicho convenio. Sólo se necesita que dos naciones ratifiquen, para que, como lo marca la ley internacional, el convenio entre en vigor.

MÉXICO ANTE EL CONVENIO 189

Para buscar la ratificación de los países latinoamericanos, se lanzó la campaña “Por un trabajo digno, nuestros derechos no tienen frontera”. El primero de mayo de 2012 Uruguay se convirtió en el primer país que ratificó el convenio. Luego siguieron Filipinas, Isla Mauricio, Nicaragua y Bolivia.

A diferencia de lo que se esperaba, México no ha ratificado. Rosario Ortiz y Marcelina Bautista comentan que no han tenido información sobre cómo va el proceso en México. Se sabe que la Secretaría del Trabajo tuvo que hacer una consulta tripartita: se preguntó la postura de las confederaciones patronales, el consejo coordinador empresarial, la Coparmex y Canacintra; al propio Estado y a las trabajadoras del hogar. Tampoco se tiene acceso a lo que dijeron tanto los empleadores como el gobierno.

El primero de diciembre de 2012 se llevó a cabo en México el cambio de gobierno, Enrique Peña Nieto será presidente de 2012 a 2018. Los últimos doce años los gobernó el PAN, ahora le tocará al PRI. Existe poca expectativa de que México ratifique, depende mucho de la voluntad política. Recuerda Rosario Ortiz que en los países donde se ha aprobado el convenio es porque tanto el ejecutivo como el legislativo lo han acordado. “Con Peña Nieto el panorama es incierto”, indica.

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Se suele olvidar que las tareas realizadas por la empleada del hogar permiten que su empleador trabaje durante el día en un empleo público o privado. Si los hombres y mujeres pueden ir a la oficina, es porque tienen en su casa a la trabajadora doméstica que atiende la casa, prepara la comida, hace la limpieza, plancha la ropa, cuida a los niños, entre otras laborales.

Si el gobierno mexicano no ratifica el convenio, se puede actuar de la siguiente manera. Hay dos vías, puntualiza Rosario Ortiz. La primera de ellas es que se pida una cita con el secretario del Trabajo para solicitar información sobre el proceso de la consulta tripartita. “No debemos olvidar que la democracia, transparencia y rendición de cuentas no sólo se aplica a los sindicatos, sino también a las instancias oficiales”. Y la otra vía es a través del Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer (CEDAW).

Acerca de este último punto, habría que recordar que, según una cifra de Conapred, en México 9 de cada diez trabajadores del hogar son mujeres. “Por la vía del protocolo facultativo, vamos a presentar una queja ante el comité de CEDAW, con el objetivo que se analice como una discriminación a la reforma laboral de las trabajadoras del hogar. Esperamos que la CEDAW emita un resolutivo para que el gobierno mexicano tenga que hacer las modificaciones necesarias para beneficiar a las mujeres trabajadoras del hogar”, explica Ortiz.

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Habría que puntualizar que tampoco en la reforma laboral aprobada a fines del sexenio de Felipe Calderón, se restablecen los derechos de las trabajadoras del hogar. Tanto Marcelina Bautista como Rosario Ortiz coinciden en que lo postulado queda sin reglas y las trabajadoras del hogar de nuevo están sin derechos. El patrón tiene la última palabra en una negociación arbitraria que se establece con las empleadas.

Actualmente el gobierno mexicano tiene varias resoluciones emitidas por la OIT sobre libertad sindical, seguridad social, quejas en el sector minero por las riesgosas condiciones de trabajo, entre otras. Dichas resoluciones esperan una respuesta clara por parte de las autoridades mexicanas.

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La experiencia de Marcelina Bautista queda vertida en 24 años de lucha. No se trata de una cruzada personal sino de una batalla constante a favor de los derechos de sus compañeras. Ella es solidaria, generosa, valiente.

Al saber que otros países ya han ratificado el convenio y México no, (y que la reforma laboral recién aprobada tampoco toma en cuenta las necesidades reales de las empleadas del hogar) guarda serenidad. No se impacienta, acaso porque sabe que la equidad llegará tarde o temprano. Mientras tanto ha emprendido una nueva campaña para promover la decisión del gobierno, ya no como secretaria general de Contractraho sino como directora general de Caceh. Muestra unos guantes de hule, de color verde, de esos que suelen usarse para lavar trastes, que portan la siguiente leyenda: “Ponte los guantes por los derechos de las trabajadoras del hogar”. Marcelina se ha puesto muchas veces los guantes a favor de las empleadas del hogar, cuyas historias son un drama sin palabras, único.

* Fundación Friederich Eberth y a Conapred

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