Julieta Cardona
05/11/2016 - 12:01 am
El cáncer no existe
Que mi abuela murió de cáncer. Dicen. Y que mi abuelo también. Que en él la metástasis se fue de los pulmones al corazón. Y que en ella de los riñones al corazón. Que el punto era atacar su centro para pudrirle primero el amor y luego la vida.
Que mi abuela murió de cáncer. Dicen. Y que mi abuelo también. Que en él la metástasis se fue de los pulmones al corazón. Y que en ella de los riñones al corazón. Que el punto era atacar su centro para pudrirle primero el amor y luego la vida.
Mis abuelos creyeron que tenían cáncer y se murieron. Se les dijo, por todos los medios, que existía. Tal como la gripe, la diabetes o el trastorno por déficit de atención. Caímos en la trampa más solida del sistema: la repetición.
Reforzamos la idea haciéndole metástasis: que si fumas un montón; que si comes culero; que si te irradias; que si no te conmueve la fundación que tiene como bandera la foto del niño sin pelo –harto de la quimio–; que si al primo segundo, al tío segundo y al tío abuelo los mandó a la tumba la misma cosa; que si no apoyas la moción de aumentar el presupuesto para combatir el cáncer ahora tema de salud pública. Todo con tal de no olvidar que nadie escapa de sus garras. Ni Steve Jobs ni Hugo Chávez ni todos los oncólogos del mundo.
Alimentamos fantasías desde muy jovencitos: Santa Clos, alergias al cambio de estación, Jesucristo resucitado al tercer día, el ratón de los dientes, ahí viene La llorona. Y también cuando nos creemos más listillos: el voto hace la democracia, Hitler se pegó un tiro cuando perdió la guerra, la marihuana es una droga, Santa Clos, alergias al cambio de estación, Jesucristo resucitado al tercer día, el ratón de los dientes, ahí viene La llorona.
Mi bisabuelo murió de diabetes. Dicen. Él también creyó que la tenía y, bueno, todos lo tratábamos como si tuviera. Se le hizo una cortada en el pie, se le infectó y se le gangrenó hasta que la purulencia le llegó también al corazón. Se adjetivó como discapacitado. Primero amputado de una pierna y luego entre todos le rajamos el espíritu. Lo matamos de a poquito por tratarlo como a un moribundo y él terminó por creer que nos causaría menos lástima muerto que muerto en vida.
Hace poco vi un video. Es de un hombre que se dedica a sembrar. “No extingas la plaga, fortalece la planta”, dijo. Se me ocurre que si con el mismo poder que comunicamos a nuestras células cada fantasía con la que crecimos, les comunicáramos amor en la más alta de las vibraciones… ni el cáncer, ni papanoel, ni diospadre.
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