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ENTREVISTA | Escribir contra el público, el gran desafío del periodismo moderno: Martín Caparrós

05/09/2016 - 12:00 am

Para el autor de Lacrónica (Planeta), escribir a favor del ranking es entrar en el círculo vicioso de la porquería, de la basura, representada por las “tetonas millonarias” y las peripecias sentimentales de actrices y futbolistas que acumulan miles de clics en la red.

Ciudad de México, 5 de septiembre (SinEmbargo).- El periodista y escritor argentino Martín Caparrós detesta la palabra “manual”, pero sin embargo su nuevo libro Lacrónica (así, todo junto), deviene en un muy adecuado mapa de ruta para quienes quieran aventurarse en el periodismo narrativo.

Fiel a su estilo honesto y brutal, el autor de El hambre, El interior, Living (Premio Herralde de Novela), entre muchos otros libros de investigación periodística, ensayo y literatura, publica sus largos reportajes  trabajados con las herramientas del relato, de la novela, el ensayo o la poesía para encontrar maneras nuevas de contar el mundo.

“Martín Caparrós va de la selva boliviana, donde se cuece la coca, a las playas de Sri Lanka, donde los niños se venden por monedas; de los bombardeos aéreos de Belgrado a la bomba capitalista de Hong Kong (la ciudad vertical, donde la única tierra llana desocupada que se ve es el mar), de las transexuales de Juchitán a los jirones de La Habana, del condenado a muerte en su prisión texana al ex dictador Videla en sus paseos matinales, de las guerrillas de Colombia al corazón de Boca Juniors, de la palabra a la palabra”, explica el boletín de prensa distribuido por Planeta

“En esos y otros confines del mundo mal conocido, Caparrós construye estas piezas de un género tan antiguo como nuevo: eso que llama LaCrónica y que se ha transformado en una de las formas más fecundas de la literatura en castellano para describir la contemporaneidad. Son historias: grandes reportajes trabajados con las herramientas del relato, de la novela, el ensayo o la poesía para encontrar maneras nuevas de contar el mundo”, agrega.

Para el autor de El hambre, el periodismo no constituye un oficio en extinción y el género de la crónica es “el periodismo que sí dice yo, porque la objetividad es estructuralmente imposible”.

“La crónica no es sinónimo de mejor escritura, es sinónimo de ambición de mejor escritura. A algunos, por supuesto, les sale mejor y a otros peor. No hay nada garantizado”, afirma.

Martín Caparrós nació en Buenos Aires en 1957, se licenció en historia en París, vivió en Madrid y Nueva York, dirigió revistas de libros y revistas de cocina, tradujo a Voltaire, a Shakespeare y a Quevedo, recibió el premio Planeta y el premio Herralde de Novela, el premio Internacional de Periodismo Rey de España y la Beca Guggenheim.

En el libro, Caparrós rinde un homenaje a su admirado Ryszard Kapuscinski, el periodista, historiador, escritor, ensayista y poeta polaco que fue un referente para muchos profesionales de la información en todo el mundo. Caparrós le entrevistó, o habló con él, en varias ocasiones. En una de ellas Kapuscinski le dijo: “Para ser periodista hay que ser, ante todo, un buen hombre o una buena mujer; buenos seres humanos. Una mala persona nunca puede ser un buen periodista”.

No está tan seguro Caparrós de que sea así a pies juntillas -“he conocido -dice- a muy buenos periodistas que eran muy mala gente”- pero sí cree que “si nos ponemos en términos de cómo encara su trabajo, su función profesional, claro que hay que ser buena persona en eso. Y no engañar al lector. Hablamos de un profesional decente, íntegro, no tanto de una buena persona”.

En esta entrevista concedida en Ciudad de México, presto a partir rumbo al Hay Festival de Querétaro, el escritor sudamericano muestra su faceta más íntima, sin dejar por ello de criticar el mal periodismo y las críticas a un oficio en el que parece creer con cierta devoción.

Es un militante fervoroso del periodismo, aunque seguramente no le gustará que le colguemos esa etiqueta. Foto: Especial
Es un militante fervoroso del periodismo, aunque seguramente no le gustará que le colguemos esa etiqueta. Foto: Especial

–Es un libro de crónicas y al mismo tiempo un manual de periodismo…

–No me gusta la palabra manual, en el sentido de un libro que te dice lo que hay que hacer, de cierta normatividad. Pero sí me gustaría pensar este libro como una especie de guía de discusión, no que te diga lo que hay que hacer, pero sí que te diga sobre lo que vale la pena discutir, reflexionar, pensar, para tratar de hacer un mejor periodismo.

–Están bien las técnicas, pero no hay mejor técnica que la dedicación, el talento…

–Sí y eso de que están bien las técnicas también es discutible, según cuáles sean esas técnicas. Para citar un ejemplo bastante común, estoy bastante en contra de la pirámide invertida que se enseña a todos los chicos en las escuelas de periodismo. Esa forma de escribir pensando que no te van a leer, eso de poner todo en las primeras cinco líneas porque supones que luego no te van a seguir leyendo, es tristísimo.

–Cuando yo me iniciaba en el periodismo me gustaba pensar que escribía para alguien, que había un lector

–Pero a veces también al lector se lo usa como excusa para no pelear contra las propias incapacidades. Esta idea de no poner cosas porque el lector supuestamente no lo va a entender o no hacer textos largos porque el lector no va a llegar hasta ahí. Ese es el primer uso del lector que me incomoda. Siempre digo que escribo como si el lector que se va a encontrar con mi texto fuera la persona más inteligente del mundo y que me resultará difícil contentarlo. En la otra idea en la que empecé a pensar hace un tiempo es en escribir contra el público. Solía decirse que el periodismo consiste en contar algo que alguien no quiere que se sepa y últimamente creo que el periodismo es contar algo que nadie quiere saber. Hemos entrado en la lógica del rating en los medios escritos, gracias a Internet y entonces muchos editores saben inmediatamente lo que el público favorece y lo que no y tratan de darle más de eso para conseguir más clics. Ahora en general lo que el público favorece es basura y eso nos lleva a escribir y publicar más basura, creando un círculo vicioso del que resulta muy difícil salir. Entonces me parece que hay que escribir contra esa demanda del público. Lo más leído de los medios siempre es penoso: tetonas millonarias, los romances de las actrices, por eso decía que el periodismo es contar algo que nadie quiere saber.

–En donde sea posible…

–Sí, como los últimos mohicanos. Hay que creer en lo que uno hace y pensar que alguien lo va a leer, pero no hacer lo que los rankings te pidan porque si no entras en el círculo vicioso de la porquería y la basura.

–¿Lees los comentarios que te hacen en la red?

–No. En un tiempo hacía un blog para el periódico El País donde había bastante gente que se dedicaba a insultarme, no decían nada que valiera la pena ser leído y dejó de interesarme. No sé cómo es en México, pero en Argentina el nivel de los comentarios es bajísimo. Y es triste si lo comparamos con el nivel de los medios franceses, ingleses o americanos, donde muchas veces los comentarios suelen ser aportes muy interesantes del tema que se está tratando. Personas informadas, que saben de lo que hablan y que te proporcionan un aspecto nuevo del artículo que escribiste. Las puteadas no sirven para nada.

–A mí el único insulto que me puede es cuando me dicen que no escribo bien, pueden decirme asesina serial, menos eso…

–(risas) Lo que me duele es cuando me insultan con faltas de ortografías. Si me van a insultar al menos que lo hagan bien. Eso sí que no lo soporto.

–Dices que el ejercicio de la crónica te dio un sentido de latinoamericanidad que no tenías

–Sí, eso es cierto y dentro de lo general de la crónica, lo particular de mi participación en la Fundación para el Nuevo Periodismo, que fundó Gabriel García Márquez. Me puso en contacto con un montón de personas que en todo Latinoamérica estaba tratando de hacer un periodismo con premisas muy parecidas a las mías. Me dio la sensación de que de una punta a otra del continente estábamos tratando de hacer lo mismo y ese sentimiento de latinoamericanidad no lo había experimentado haciendo ficción.

–Dices que la crónica duda, que te desafía a narrar lo cercano, que te exhorta a encontrar en la realidad algo interesante para contarle a los demás…

–Esa forma de jerarquizar la noticia nos induce a tener una mirada sobre el mundo que consiste en pensar que lo que importa son los que tienen el poder político, económico, mediático…, lo que te dice es que está bien que el mundo esté organizado de tal modo que existan los que tienen poder y es de ellos que debes ocuparte. Por eso digo que hay que mirar hacia otros lados, no necesariamente mirar para otros lados es mirar a los más pobres y desfavorecidos…Mirar hacia otros lados es poner en cuestión la idea del mundo.

–¿Hay algún lugar donde se haga mejor crónica que en otro?

–Mmm…no estoy tan seguro. No es una actividad tan masiva como para pensarla en términos nacionales. Hay gente que lo hace bien en muchos países y tampoco son tantos como para determinar si hay mejor crónica en Chile que en Ecuador.

–En muchas de las crónicas predomina el diálogo… ¿te costó?

–Sí, me costó. En mis primeras novelas no ponía diálogos, en parte porque me sentía más vanguardista que eso, pero la realidad es porque no me salían. No sabía cómo hacer un diálogo que no sonara muy falso. Cuando empecé a escribir crónicas ya tenía varias novelas publicadas, pero no tuve más remedio que dialogar y empecé a desarrollar un oído para eso que me parecía que funcionaba. Me importa mucho reproducir los diversos tonos del castellano, puesto que todos son muy distintos y muy elocuentes. Siempre dije que no entiendo a estos periodistas que traducen sus entrevistas al “periodistiqués” y terminan hablando todos igual,  con esa segunda lengua que los periodistas torpes usan para escribir. Yo trataba de escuchar esa música del habla de la persona con la que tenía que trabajar y así aprendí a dialogar. Ahora en mis novelas pongo mucho más diálogos y me siento más cómodo con eso. Me parece muy importante reproducir el habla, me parece muy importante el contenido como la forma de lo que se dice. Por eso me impresiona que tantos periodistas no le presten atención a esa forma y la traduzcan al “periodistiqués”.

–Hablas del idioma español del continente, que se va desencontrando en el tiempo… ¿es un tema que te preocupa particularmente?

–Lo que pasa es que vivo en varios españoles. Soy argentino pero vivo en Madrid, he pasado largas temporadas conviviendo con el español colombiano, tengo muchos amigos mexicanos y de otros lugares y hay veces que no sé cómo se dicen las cosas. Ayer me pasó algo gracioso, le estaba contando a un amigo una historia en la que tenía que decir “título de transporte internacional”, por decirlo de alguna manera burocrática. Y no sabía cómo decirlo. Sabía que en Argentina a eso se lo llama “pasaje”, pero en España dicen “billete”, en Colombia “tickete” y en México “boleto”. Es curioso que una palabra que debería tener una gran tendencia a la globalización porque en definitiva de lo que habla es de trasladarse de un lugar a otro, sea distinta en cuatro formas de hablar el castellano. Todo ese tipo de cosas me parece fascinante. Estoy en una posición de ver todos los castellanos y me precio de conocerlos un poco. Me da gusto mucho jugar con ellos, además, pero en el momento de escribir hay algo que hay que decidir y hace mucho que decidí que escribo en argentino. Cuando estaba escribiendo El hambre tenía que traducir diálogos de idiomas africanos o asiáticos y los traduje con voseo. Una mujer en Bangladesh me dice, por ejemplo: –Vos, ¿qué querés saber? No me dices, qué quieres. Al principio me sonó un poco raro, pero si estoy traduciendo, ¿por qué voy a hacerlo en un idioma ajeno?

–¿El periodismo condicionó tu vida personal?

–No lo sé, porque me hice periodista a los 16 años de edad, ¿cómo habría sido mi vida sin eso? Seguramente distinta, pero no puedo saberlo porque nunca fui sin eso. Lo que no me gusta es el ejercicio pobre del periodismo, anda muchos malos periodistas dando vuelta. Ayer veía un periódico importante en México y la nota principal, que trataba sobre la muerte de Juan Gabriel, tenía por lo menos seis errores gruesos en el primer párrafo. Era la nota principal que abría el periódico. O veo gente que opina sobre todo sin tener la menor idea de nada. Todo eso me cabrea, pero igual me cabrea un médico que no hace bien su trabajo. No creo que haya cosas intrínsecas en la profesión que condicionen la vida…

–Bueno, en esta etapa de mi vida y de mi trabajo, hay cosas que ya no me resultan cómodas, como la soberbia, opinar sobre todo, valoro mucho más el escuchar, por ejemplo…

–Es que escuchar es una palabra clave. Una de las grandes ventajas del periodismo es que te da una buena razón para escuchar y para convencer a otros de que te hablen. Eso me parece genial. Detesto eso de hablar más de lo que escucho. Vengo de Colombia, de dar charlas y todo eso y llegué a México saturado de mí mismo, así que ayer me propuse estar todo el día en silencio y lo logré. Fui feliz.

 

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
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