Óscar de la Borbolla
05/06/2017 - 12:23 am
Las verdaderas distancias
Uno cree que las cosas de este mundo están ahí a unos centímetros o unos kilómetros de distancia objetiva y que, para alcanzarlas o dejarlas, uno debe acercarse o poner tierra de por medio; sin embargo, no es así. El metro como unidad de medición no sirve para establecer la distancia que realmente tenemos respecto […]
Uno cree que las cosas de este mundo están ahí a unos centímetros o unos kilómetros de distancia objetiva y que, para alcanzarlas o dejarlas, uno debe acercarse o poner tierra de por medio; sin embargo, no es así. El metro como unidad de medición no sirve para establecer la distancia que realmente tenemos respecto de las personas o las cosas.
Hoy quiero hablar de estas otras distancias, de aquellas que abrevia la amistad o el amor, y de esas que, pese a su vecindad física, están más remotas que el centro de la Vía Láctea a causa de nuestro olvido o indiferencia.
El mundo en el que cada quien habita se mide en labios y en espaldas. ¿Cuántas espaldas median o cuántos labios entre aquello que no me importa o sí me importa? Porque a veces estamos en el centro de una reunión, literalmente conspirando en la promiscuidad de una charla y nos encontramos a muchos años de distancia; no a muchos años luz, sino clavados en un recuerdo que desde el pasado sigue deformando el espacio afectivo donde jugamos a vivir. Me refiero a esos recuerdos-sol que nos alegran el semblante porque su resplandor sigue iluminándonos o a esos recuerdos-hoyo-negro que pese hallarse hundidos en lo más recóndito del tiempo nos succionan hacia su abismo.
Pero no sólo el importe del afecto establece una contigüidad o una lejanía irremediable, sino también los estados de ánimo. La tristeza o el júbilo tienen su impacto sobre la percepción de la distancia: hay veces que nos encontramos como si estuviéramos un paso atrás respecto de todo; es como si las cuencas de los ojos se hubieran abultado y miráramos el mundo desde más adentro -y no porque estemos más en contacto con nosotros, abstraídos- sino porque la pesadumbre nos coloca casi fuera del mundo como al director de orquesta que escucha a sus músicos desde el fondo de un pozo. Es preferible, por supuesto, la alegría que restaña los brillos del mundo y nos hace sentir su inmediatez festiva, ese ánimo de comunión con todo lo que existe, exista o no.
Y luego esa otra lejanía, que de seguro es pura química mal hecha; esa ajenidad de todo; lo mismo de aquello que es valioso para nosotros que de lo que es nimio para cualquiera. Esa lejanía desde la que nos hablan mientras nos vamos quedando sordos, esa lejanía del muelle que vemos alejarse mientras la niebla nos va perdiendo poco a poco. Hay con todo una distancia, la más corta; quien mejor la expresó fue Sabines: "Tan cerca, pero tan imposible como mi corazón".
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