Ciudad de México, 5 de marzo (SinEmbargo).– Enrique Peña Nieto usa camisa blanca para resistir los 28 grados de este marzo en Culiacán. Intercambia miradas, bromas y risas con el Gobernador Mario López Valdez. Ocurre como en los rituales de antaño, cuando Sinaloa era el granero más generoso de México y por ello, había notables inversiones.
Hay testigos de aquel pasado: están los exgobernadores Fortunato Álvarez (provisional, 1967), Antonio Toledo Corro (1981-1986) y Francisco Labastida Ochoa (1987-1992); senadores, diputados federales y locales, y cientos de productores agrícolas, ganaderos y pesqueros.
Es el músculo productivo de México. La armonía de la agricultura nacional, rota porque el amanecer dejó siete cuerpos mancillados a bala en el camino viejo a Matadero, cerca de Ojo de Agua, en la sindicatura de Aguaverde en el municipio de El Rosario. Cuatro eran policías preventivos.
El Presidente está a varios miles de kilómetros lejos. Lo rodea el “mega operativo”, anunciado desde la noche del sábado por el alcalde de Culiacán, Aarón Rivas. Pero el tiempo real de la prensa local ha situado la noticia de su visita a Sinaloa junto a los cadáveres de Ojo de Agua. Y dada esta sangre derramada, los análisis de los periódicos recuerdan un conteo: durante febrero, ocurrieron por lo menos 75 ejecuciones en el estado.
Peña Nieto no hablará de la violencia encajada en la sierra, los pueblos, las ciudades sinaloenses. El campo será el personaje de su discurso. “Sinaloa es un ejemplo nacional de productividad pese a las situaciones adversas que ha enfrentado. Contribuye con el 9 por ciento del PIB, por lo que es de suma importancia atender el campo y modernizarlo”. El Presidente está en Sinaloa para firmar el Programa de Impulso a la Productividad Alimentaria para el cual están previstos 500 millones de pesos.
Quien habla, antes que nadie, es el secretario de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación, Enrique Martínez y Martínez. Lista problemas: pocos apoyos, las heladas que dejaron como estrago un faltante de dos millones de toneladas este año y las especulaciones en el precio del maíz.
Los agricultores sinaloenses
Una tos seca le mantiene salpicada la voz. Armando Castro Real, presidente de la Federación de Cooperativas del Centro, hace la primer metáfora del mediodía: “Es que tenemos tres horas aquí con la boca seca”.
Le ha pedido al primer mandatario que incluya a los pescados y mariscos en la canasta básica, que considere a estos productos en la Cruzada Nacional contra el Hambre, que no olvide que en el Pacífico norte se levantan 14 mil toneladas de camarón –la mayor producción nacional- que ya no dejan utilidades.
Le ha planteado la gran paradoja de que México tenga el primer lugar en obesidad infantil cuando los pescadores arrastran en la arena, cada día, cientos de kilos de crustáceos. Le ha dicho que además de gordura, México tiene hambre.
Le ha dado su palabra de que los pescadores ribereños están dispuestos al retiro paulatino y a incorporar flota a su actividad cotidiana en el mar. Pero le ha recalcado que para ello se requiere invertir en laboratorios y capacitación. Le ha demandado a Peña Nieto que mientras esta alternativa no sea posible, no suspenda los programas de apoyo para la pesca.
Al presidente de la Liga de Comunidades Agrarias, Germán Escobar Manjarrez, le sudan tres hojas bond en las manos. Dice la agenda que debe leer durante cuatro minutos. Pero apenas da la bienvenida a los políticos presentes, se le olvida por completo el protocolo. Le pide al Presidente detener el acaparamiento de maíz en el estado porque ello sumió a la región en la peor crisis productiva y alimentaria de su historia. Sugiere nuevos programas para impulsar la producción maicera y así, batallar de frente contra el hambre de los mexicanos.
Olvida el discurso preparado desde el fin de semana, en una reunión con Juan Nicasio Guerra Ochoa, secretario estatal de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentación.
“Está serio el problema, compañeros”, exclama y voltea hacia donde Peña Nieto y López Valdez han empezado carcajadas. Presidente y Gobernador se codean. Se hacen comentarios. El agricultor en el estrado admite que no quiere atender el guión. “Me dijeron que leyera pá que no me saliera, pero ya me salí”, exclama. “Yo sí tomé agua”, dice.
Se suelta: “En los últimos tres años nos ha tocado bailar con la más fea. Las heladas nos hicieron perder 20 millones de producción. Y lo puedo decir –expone con el grito casi seco- Maseca y Cargill nos están amenazando con traer maíz de Latinoamérica. Un maíz transgénico. No permita que se hagan ricos”, le pide al Presidente.
“La tortilla ya vale 15 y 16 pesos… Y en la Cruzada contra el Hambre tiene ahí a Diconsa, que nos ha comprado hasta 16 mil toneladas. Y Venezuela nos compra cinco mil. Nosotros nos podemos ajustar a Diconsa”.
En la voz de este dirigente queda claro que la época próspera del estado se acabó y que hoy, ahí, en la tierra que más produce maíz en México, también hay hambre y falta de alimentos. Pide que la jornada de recolección del tomate se pague bien y “la raza pueda llenar el refrigerador y ya no se vaya pal norte”.
Y precisa cuál es el conflicto principal de la agricultura sinaloense. Uno simple. “Usted dijo (señor Presidente) que nos iba a apoyar con la presa Santa María y el levantamiento del canal Humaya. ¿Y de qué sirve sin el proyecto Elota-Piaxtla? No hay agua. Ese es el problema”.
Cuestiona también los créditos de Procampo. “Nos llega el crédito cuando ya tenemos el 70 por ciento invertido. Ese ha sido el problema todo el tiempo”.
Escobar Manjarrez describe el vínculo entre Peña Nieto y Mario López Valdez, el hombre que dejó el PRI para postularse por la alianza PRD, PT y Convergencia. “El Gobernador Malova está alineado con usted, hombre. Ayúdele ahí pá que quede bien, y pá que a Sinaloa le vaya bien”.
Enseguida, hablará el Presidente. Se limitará a su discurso. "Vengo a refrendar el compromiso del gobierno federal para la modernización y tecnificación del campo sinaloense", dirá ante miles de personas, en su mayoría productores agrícolas, pesqueros y ganaderos, como en los viejos rituales, cuando Sinaloa era un gran granero.