Óscar de la Borbolla
05/02/2018 - 12:00 am
Leer el mundo
Sucede siempre, aunque se vuelve más tangible cuando lo que ocurre nos resulta inexplicable: "No puede ser", decimos y, acto seguido, comenzamos a articular esto y lo otro. Esas especulaciones pueden irse en innumerables direcciones, pero en México, regularmente, adoptan la vertiente de la malicia, aquí "pensar mal" se ha vuelto (y tal vez no sin razón) la única respuesta para todo lo que no podemos explicarnos: la corrupción.
Uno nunca sabe a ciencia cierta por qué pasan las cosas, las pistas escasas con las que se cuenta para determinar las causas de un suceso son, generalmente eso, escasas, y esa anémica información -las dos o tres o cuatro piezas del rompecabezas gigante- es completada con meras especulaciones; lanzamos toda clase de prejuicios, hipótesis o conjeturas para que lo indescifrable de un hecho adquiera algún sentido para nosotros.
Sucede siempre, aunque se vuelve más tangible cuando lo que ocurre nos resulta inexplicable: "No puede ser", decimos y, acto seguido, comenzamos a articular esto y lo otro. Esas especulaciones pueden irse en innumerables direcciones, pero en México, regularmente, adoptan la vertiente de la malicia, aquí "pensar mal" se ha vuelto (y tal vez no sin razón) la única respuesta para todo lo que no podemos explicarnos: la corrupción.
Pero más allá de las cosas inexplicables que suceden en política y para las que muy probablemente tengamos razón cuando decimos que la gran clave es la corrupción, existen muchas otras cuyas causas desconocemos, y frente a las que no nos queda más remedio que especular para formarnos una idea, una explicación: ¿por qué una taquería fracasa y la de enfrente resulta un éxito?, ¿por qué a unas personas les va bien y a otras, igual de talentosas, esmeradas y trabajadoras, sistemáticamente les va mal?, ¿por qué un amigo no llega a una cita?, ¿por qué un libro es un bestseller y otro sencillamente no levanta?, ¿por qué un hermano está triste? y millones de casos más.
Uno ve el hecho, pero no la biografía de ese hecho, el cauce de concatenaciones que han desembocado hasta nosotros; uno ve el hecho pero no sus ramificaciones, la compleja circunstancia en la que realmente se inscribe y, por ello, hace una lectura mediocre, una interpretación especulativa, un esfuerzo por hilar los pocos elementos con los que cuenta y a las conclusiones a las que llega, a esa particular lectura del mundo, se atiene y, por supuesto, cree que es cierta a pie juntillas, pero muy probablemente sea una fatua especulación, una falsa lectura.
Yo me he equivocado tantas veces creyendo en lo que mis racionalizaciones me mostraron que desde hace un tiempo procuro no creer en todo lo que me digo; y ya sé que no me queda, no nos queda, mejor recurso que fiarnos de lo que conjeturamos para estar menos a ciegas ante lo inextricable de las razones por las que realmente pasan las cosas u ocurre lo que ocurre, pero la experiencia me ha mostrado que debo mantener una distancia entre lo que pienso y lo que creo, pues la creencia me da una certeza fanática y el pensar (que es creencia no convencida) me da siempre un sano espacio donde cabe una duda.
¿Cómo podría moverme en un mundo que jamás me brinda todas las claves para descifrarlo si no fuera por ese razonar paranoico que me brinda explicaciones? ¿Cómo podría decidir, elegir, en una palabra, actuar si jamás sé con exactitud nada? Pues por fuerza basado en mis especulaciones. Ya sé que no hay otra salida; pero al menos si no me la creo del todo, si mantengo un margen para la duda, es probable que mi elección, mi decisión, en una palabra: mis actos resulten ligeramente cautelosos; no es mucho, pero tampoco es poco.
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