Ciudad de México, 31 de julio (SinEmbargo).- Hay una constante en las narcopelículas gringas que tiene que ver indudablemente con la mirada de una cultura dominante que se considera superior y que está muy poco dispuesta a los ejercicios de autocrítica que hacen falta para entender cabalmente –y de paso imaginar una solución posible- el fenómeno alrededor del consumo de drogas.
En este asunto, si nos debiéramos guiar por lo que vemos en casi todo el cine de Hollywood, podríamos decir que lo que menos preocupa a la sociedad estadounidense es combatir el consumo de sustancias.
Al contrario, en casi todas las series y películas que muestran las costumbres de los pobladores de la otrora potencia del Norte, aparecen personajes que fuman marihuana, toman cocaína o se chutan un pico de heroína como si se sirvieran una cerveza o un aperitivo.
Cuando de hacer una “narcopelícula” se trata, eso sí, los que traen las drogas, los que matan en el contexto de un negocio definido por la violencia extrema y la codicia sin límites, los malos son los otros.
El paradigma no se aplica en forma exclusiva a los mexicanos, sino a todas las nacionalidades que no son la estadounidense, la mayoría de las cuales viene siempre a romper la armonía (¿o hipocresía?) que reina en Norteamérica.
Conforme crece y se afianza la violencia México, las películas sobre el narcotráfico se multiplican en los Estados Unidos, pero la visión no cambia. Esto es, porque si lo pensamos, no hay mundo más conservador que Hollywood. Que no nos engañe el glamour.
The Counselor, por Ridley Scott
Con el protagónico dado al alemán criado en Irlanda Michael Fassbender, quien repitió al mando del inglés Ridley Scott (luego de la malograda Prometheus), The Counselor (una historia de Cormac McCarthy), trata el tema de la ambición y la codicia, en un marco de violencia extrema donde el personaje a cargo de Fassbender es una víctima demasiado inocente como para ser creída.
El abogado del crimen, como se llamó la película en nuestro país, gira en torno a un joven abogado, que debido a sus problemas económicos se introduce en el mundo de la droga, traficando con cocaína para conseguir dinero fácil y asociándose con el empresario extravagante Reiner, encarnado por el español Javier Bardem.
Junto a Westray, un tipo turbio y oscuro interpretado Brad Pitt, intentan vender un cargamento de cocaína que ronda los 20 millones de dólares. El plan no sale como lo habían pensado y en dicho tropiezo reside la esencia del filme.
Del otro lado, los malos malísimos narcotraficantes mexicanos y de muchas otras nacionalidades no perdonarán los errores.
Savages, por Oliver Stone
De este lado, tres chicos rubios, esbeltos y amantes de las cosas buenas. Del otro, el Cártel de Baja California integrado por tipos inestables, asesinos, comandados por una mujer morena e implacable que en el imaginario de Oliver Stone tiene las formas y el rostro de nuestra Salma Hayek.
De eso va Salvajes, considerado entre lo peor que ha hecho Stone a lo largo de su prolífica y aclamada carrera como director.
Demián Bichir y el puertorriqueño Benicio del Toro salvan con sus excelentes actuaciones una película que en la mitad comienza a alejarse de la novela original de Don Winslow para forzar un final hollywoodense, tan hueco e irresponsable como los tres personajes estadounidenses, a cargo de los mediocres Black Lively, Taylor Kitsch y Aaron Johnson.
Sicario, por Denis Villeneuve
Todavía no ha sido estrenada, pero la crítica ya ha empezado a bajarle el pulgar, acusándola de previsible y maniquea.
Se trata un thriller protagonizado por Emily Blunt, quien da vida a una agente de la ley procedente de Tucson (Arizona), que junto a dos miembros de la unidad especial Delta Force, cruzarán la frontera con México para lograr atrapar a un importante capo de la droga.
Una vez en México, las cosas se complicarán, al darse cuenta de que todo es más peligroso de lo que suponían.
En su misión, contará con la ayuda de un enigmático consultor de un pasado cuestionable (Benicio Del Toro), en una operación que será liderada por un agente de la CIA (Josh Brolin).
“El escape (del Chapo) fue para mí una muestra de la complicidad que existe entre la delincuencia y las autoridades, pues me queda la sensación de que en el hecho hubo muchas partes involucradas”, dijo recientemente el director canadiense Denis Villeneuve.
“Y eso es lo que pretende mostrar esta película, que acabar con los capos y los cárteles no es tan sencillo como pareciera, pues hay que considerar que también estás lidiando con el 20 por ciento de la gente blanca y rica, cuyas narices están aspirando droga”, agregó.
Como tituló el periódico La Crónica de Chihuahua: “Una película más con visión gringa sobre el narco en Juárez”
Man on fire, por Tony Scott
Ver o no ver Hombre en llamas, protagonizada por el siempre eficaz Denzel Washington, se convirtió en el 2004, cuando se estrenó, en un gesto que apuntalaba o denigraba la identidad nacional.
Sin exageraciones ni ultra-nacionalismos, la verdad es que ni cómo ayudar al finado Tony Scott (1944-2012), quien exploró y alimentó todos los clichés en torno al “salvajismo de los mexicanos” en un filme donde el Distrito Federal aparece como la capital del secuestro y la corrupción.
Basada en la novela homónima de A.J. Quinnell, Denzel se convierte en un ángel endiablado de la venganza y –como bien señaló el crítico Leonardo García Tsao, “su antagonista no es la delincuencia mexicana sino el tercermundismo mostrado como una mezcla repugnante de fealdad, mugre y corrupción. Hollywood siempre ha tendido a distorsionar lo extranjero, reduciéndolo a la caricatura.
Si antes México -y Latinoamérica- eran reducidos a una dimensión folclórica, ahora se trata de exagerar instancias reales para satisfacer la paranoia del gringo común”.
“Igualmente grotesca que un mariachi bailador de tangos con castañuelas”: García Tsao dixit.
End of Watch, por David Ayer
Jake Gyllenhaal y Michael Peña, dos jóvenes policías en Los Ángeles, mantienen una fuerte amistad. Cuando toman interés en una investigación que involucra a gente asociada con el cartel de Sinaloa, los dos tendrán que confrontar las consecuencias de su valentía contra las drogas y corrupción.
Otra más de buenos y malos, donde los buenos son los policías estatales y los malos lucen raros y tienen nacionalidad colombiana o mexicana.
El hecho de que un actor latino como Michael Peña sea uno de los eficaces protagonistas no morigera el efecto racista de cliché que tiene una película bastante olvidable.