Ciudad de México, 2 de dic (sinembargo.mx) – La toma de protesta presidencial más breve de la Historia de México –un protocolo aprobado por el Congreso de la Unión de no más de 15 minutos- resultó ser la más larga.
No puede decirse que haya concluido. En los Ministerios Públicos hay 92 detenidos; de los cuales, 72 son hombres y 20, mujeres. Además, hay once adolescentes.
En los hospitales están repartidos decenas de heridos. En la Cruz Roja de Polanco, el profesor oaxaqueño Carlos Valdés Valdivia batalla por su vida. Una bala de goma le atravesó la cara cuando protestaba en San Lázaro en la primera movilización de la mañana, realizada por integrantes del Movimiento #Yosoy132 y la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE).
Pero nada se sabe de Juan Francisco Quinquedal. Es el hombre de 67 años de la Otra Campaña y de la Otra Cultura, cuya imagen le dio la vuelta al mundo. Apareció en el suelo, herido en el cráneo y con la masa encefálica expuesta. Los fotógrafos aprovecharon su circunstancia para mostrar el infortunio de esa hora. El último reporte, de las 19:00 horas, indicó que estaba inconsciente, grave, que podía morir. Pero el tiempo ha transcurrido y los médicos y las autoridades se reservan su condición. ¿Cómo está? Es un secreto.
Por el contrario, se sabe que el estudiante de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, José Uriel Sandoval, ha perdido un ojo en la misma trifulca.
En 16 estados de la República, la protesta no ha cesado. En Guadalajara, jóvenes encapuchados, supuestos integrantes del movimiento #YoSoy132 se manifestaron en las afueras de la Expo-Guadalajara y cuatro policías resultaron lesionados, uno de ellos está en crisis. 22 jóvenes se encuentran detenidos.
Durante la toma de protesta de Enrique Peña Nieto, decenas de batallas ocurrieron en las calles de la ciudad de México entre grupos de inconformes y el cuerpo de Granaderos de la Secretaría de Seguridad Pública, así como elementos de la Policía Federal. Desde Eduardo Molina, donde se encuentra el Palacio Legislativo, hasta el Centro Histórico, donde está Palacio Nacional.
Es difícil esbozar un saldo certero de detenidos y heridos. Las batallas continúan. La última sucede ahora: en Dr. Lavista y Eje Central, cerca de la Procuraduría de Justicia Capitalina, un grupo de jóvenes exige libertad para algunos manifestantes.
EL CENTRO
El nuevo Presidente acudió al Centro Histórico de la Ciudad de México para honrar las viejas formas del poder. Aquellas fiestas en que los Presidentes eran bañados con confeti. En Palacio Nacional, como hicieron sus antecesores priistas, juramentó a su gabinete.
A las 15: 00 horas del 30 de noviembre, con la frase “Nos une México” impresa en una pared gris, llegó tal revelación. Jesús Murillo Karam, como jefe de la mesa directiva de la Cámara de Diputados, había jugado con las horarios: dijo primero que el equipo se conocería a las 12:00 horas del viernes; después, que a las nueve de la noche, luego a las cinco de la tarde y al final, ocurrió a las tres. Después, a las 12 de la noche, Peña Nieto se colocó la banda presidencial para iniciar su era de gobernante. Al siguiente día, tras protestar en la Cámara de Diputados, ahí dio su primer discurso a la nación.
Pero no hubo fiesta. Los presagios no anunciaban aplausos ni vivas porque Iñqui San Román, de 15 años, le decía a miembros del cuerpo de granaderos que México se había acabado. Les pedía que liberaran a un compañero, detenido al mediodía. Dejaba claro que él no pertenece a ningún movimiento, porque “todo está comprado”. Pedro Guerrero, estudiante de Derecho de la UAM Azcapotzalco, resultaba lesionado en la cabeza. “Me dijeron puto. Pero mi única certeza, hoy, es que el poder no está en el Presidente”.
Esta noche, el Centro Histórico, aparenta haber sido bombardeado. O que estuvo en guerra. O que un huracán pasó como gigante y lo aplastó todo.
La sucursal de Bancomer en Juárez, frente a Bellas Artes está bañada en sus propios vidrios rotos; lo mismo le pasa a la de Banamex, en la misma acera. El Wings fue aniquilado a pedradas. El recién inaugurado restaurante de mariscos “La Trainera” ya no tiene ventanas. El hotel Hilton perdió esa lujosa cara que veía hacia la Alameda Central.
Los estudiantes lanzaron piedras, las mujeres lanzaron piedras, los hombres lanzaron piedras, los encapuchados lanzaron piedras. Todos gritaron. Era difícil identificar a un solo movimiento porque el grupo de inconformes se volvió amorfo, tan diverso que las edades y los rostros se desgranaban. Ayer, en las calles, hubo adolescentes, mujeres maduras, señores con barba, mujeres con bastones y niños que hacían preguntas.
Pero los destrozos de esta jornada le corresponden a alguien. Aunque, a estas horas, ese alguien se cobije con el anonimato. Y Marcelo Ebrard, jefe del gobierno capitalino, ha tomado los micrófonos en conferencia de prensa. Los desmanes, dice, fueron perpetrados por “grupos anarquistas”. “Bloque Negro Anarquista”, “Cruz Negra Anarquista” y “Coordinadora Estudiantil Anarquista”, son los nombres que brinda. Ebrard tiene el ceño fruncido.
Esta es una de sus últimas conferencias y puntualiza que la violencia fue diseñada a escala para destruir y afectar a la capital del país. Admite que la ciudad que dejará de gobernar en cuatro días está en crisis. No habrá impunidad, no habrá impunidad, repite.
Ocurrió. Enrique Peña Nieto ya es Presidente de la República y el Hemiciclo a Juárez, la cara de la recién remozada Alameda Central, es una pinta interminable.
Si se quisiera hacer un resumen, quizá quedaría así:
“Enrique Peña Nieto no es mi Presidente”.
ANOCHE REINABA EL OPTIMISMO
El 24 de noviembre, el semanario británico The Economist consideró que la predicción maya sobre el fin del mundo no había sido entendida a cabalidad. No, no, no. El fin del mundo no ocurriría. Ni a partir de México. Ni en México. Más bien, se trataba de una renovación. Un despertar. Un amanecer muy fresco. “Muchas de las cosas que el mundo cree saber ya no son ciertas”, apareció en la legendaria publicación.
En materia económica, México creció más que Brasil el año pasado y duplicará su crecimiento este año. ¿Crecimiento poblacional sin control y un interminable éxodo hacia el norte? No, la emigración neta ha bajado a cero.
Hace 50 años, México era uno de los países que más aportaba al crecimiento de la población mundial: en la década de los 60 la mujer mexicana tenía en promedio siete hijos, ahora sólo tiene 2.4. Ese número bajará a 2.0 en 2020.
Este delicioso aperitivo parece irrompible. Sobre todo porque ahora, Felipe Calderón cena dentro de Palacio Nacional con jefes de Estado y el príncipe de Asturias. Está describiendo a México en números y no menciona ni por asomo a la guerra en contra del narcotráfico y ese saldo de muertos que aún no es preciso: ¿80 mil?, ¿Cien mil? ¿120 mil? Esta noche nada de ello será revelado. El Presidente se permite pausas. Es su última noche con los colores patrios en el pecho. Se aboca a la mención de porcentajes: deuda de menos del 33 por ciento del Producto Interno Bruto Nacional. El ritmo lo acelera cuando menciona a la justicia: “Este es un México que hoy construye espacios de justicia”.
A esa hora, Televisa lanza un twitt: “¿Ya fuiste a la nueva Alameda Central?”
A través del mismo microbloging, en los siguientes segundos, los miembros del gabinete de Calderón empiezan a decir adiós, uno por uno.
Puede ser. Por qué no. Parece un comienzo fresco.
DE PRONTO, ALGO SE ROMPE
Fue aquí, en Palacio Nacional, donde los gritos empezaron. A las nueve de la noche, decenas de estudiantes se sentaron a un costado, por el lado de la Catedral.
Aventaron al aire frases como: “Peña no ganó, fue la imposición”, “Seis años más de pobreza, hambre, criminalidad, analfabetismo”, “Asesino de hombres y mujeres de Atenco”, “Asesino, no te queremos de vecino”, “IFE corrige el pinche fraude”, “Peña no ganó, la Presidencia compró”, “Peña no ganó, Televisa lo ayudó”.
A la media noche, esta movilización fue dispersada por el Cuerpo de Granaderos de la SSP capitalina.
LA MEDIA NOCHE
Corre viento frío de madrugada. No más de 12 grados. Las calles del Centro Histórico se encuentran sucias, colmadas de la basura de siempre. Las ratas, las que se ven y las que no se ven, rondan libres.
Es la hora en que los indigentes se van a dormir. Cada uno ha tomado su rincón. Se cobijan entre ellos, como si nada ocurriera. Su sueño es pesado, los ha alejado del mundo, y no reaccionan a las flashes de las cámaras.
A unos pasos de ellos, Enrique Peña Nieto es investido como Presidente de los Estados Unidos Mexicanos dentro de Palacio Nacional.
Esta madrugada avanza. Y el frío.
Una mujer lanza un grito como para ponerle un remate a la noche. El eco del viejo Palacio Nacional lo regresa con sequedad:
– ¡Chinga tu madre, Peña Nieto!
EL DRAMA DE UNA PROTESTA
A las cuatro de la mañana, en el Monumento a la Revolución, nadie está esperanzado. Aquí se inicia la marcha hacia San Lázaro, la que horas después impedirá que Enrique Peña Nieto llegue puntual a su cita protocolaria en el Congreso de la Unión. La misma que le cambiará el destino al profesor oaxaqueño Carlos Valdés Valdivia y Juan Francisco Quinquedal, y a otros.
Por eso, a las las 10:26 de la mañana, Enrique Peña Nieto no saldrá de su casa de Paseos de las Palmas 1325, donde habitará el primer mes de su gobierno en tanto remodelen la residencia oficial de Los Pinos para su familia de seis hijos, los de él y las de su esposa. Los guardias presidenciales continuarán ahí. En la transmisión de Televisa se insinuará que quizá, la toma de protesta la realice en la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
La lluvia de piedras continuará en Eduardo Molina. Caerá la sexta bomba molotov en la calle Emiliano Zapata. En el lado norte, la calle se pondrá blanca, como en densa neblina, por gas lacrimógeno. Los siguientes minutos será imposible ver algo nítido aquí. Los granaderos ayudarán a los reporteros de televisión.
Ricardo Monreal, diputado del Movimiento Ciudadano, se atreverá a decir en tribuna que el sexenio de Peña Nieto ya tiene una víctima; dirá lo dramático que resulta debatir ante la ausencia de quien asumirá la primera magistratura; recalcará que hay una cerca con presencia militar. En televisión lo acusarán de irresponsable. A esa hora será pronto para saber si esta jornada ha dejado muertos.
Televisa transmitirá, como un recuerdo, la toma de posesión de Ernesto Zedillo, en una imagen en la que Carlos Salinas de Gortari quedará en primer plano. Andrés Manuel López Obrador, líder del Movimiento de Regeneración Nacional, hablará en El Ángel de la Independencia. Anunciará que su lucha no parará. Dirá que recorrerá el país en completa paz. Se irá, y su nombre se diluirá con las horas. Nadie lo relacionará con el caos, nadie dirá que su mano movió los hilos de este carcomido entramado, nadie dirá que por aquí ronda su impronta. El hombre que se declaró Presidente legítimo hace seis años y que reclamó fraude en las elecciones que llevaron a Peña Nieto a la Presidencia, guardará silencio.
Listo. A las 11 con cuatro minutos arrancará la transmisión en cadena nacional.
Así tomará posesión el nuevo Presidente de México.