Microhistorias: La vida en Puebla durante el porfiriato

02/04/2016 - 12:01 am

La “Batalla del 2 de abril” fue una de las tres en las que Porfirio Díaz defendió Puebla, un lugar marcado por su gobierno, pues su posición geográfica y el desarrollo de los ferrocarriles convirtieron su capital en un importante centro comercial.

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Ciudad de México, 2 de abril (SinEmbargo/WikiMéxico).- La Toma de Puebla, iniciada en el mes de marzo y concluida el 2 de abril de 1867, fue una batalla entre el Ejército mexicano de la República, a mando de Porfirio Díaz Mori y las tropas del Segundo Imperio Mexicano comandada por el General François Achille Bazaine.

Al general Díaz el destino lo llevó tres veces a empuñar las armas en la ciudad de Puebla. El 5 de mayo de 1862, los franceses se presentaron frente a la ciudad de los ángeles y fueron rechazados en repetidas ocasiones por el ejército mexicano al mando de Ignacio Zaragoza. Fue la primera vez que Porfirio Díaz enfrentó a los monsieurs, pero no la última, y el Porfiriato fue una etapa decisiva para los poblanos.

El desarrollo de los ferrocarriles y la posición geográfica del estado de Puebla -que lo hacía el paso obligado entre Veracruz y México o Oaxaca y México- convirtió a la ciudad en un importante centro comercial.

Indudablemente el rostro de la capital era diferente al del resto de las poblaciones del estado. El directorio comercial publicado en el Undécimo almanaque de efemérides del estado de Puebla para el año de 1902 de José de Mendizábal, mostraba todo tipo de negocios: tiendas de abarrotes, molinos para aceite, afiladurías, una fábrica de aguardiente y otra de aguas gaseosas, baños azufrosos termales, baños tibios, un sinnúmero de boticas, billares, bancos, casas comerciales, venta de camas de fierro y latón, camiserías y boneterías, depósito de carruajes y arneses, chocolaterías, empeños, ferreterías, fotografías, guitarrerías, hoteles, librerías, tiendas de ropa, calzado, telas, relojerías, restaurantes, sastrerías, sombrererías, sederías, pulquerías y cantinas, talabarterías, tlapalerías, tapicerías, agencias de publicaciones que facilitaban a los pocos lectores poblanos el acceso a libros, revistas y periódicos, dedicados prácticamente a cantar loas al régimen local y federal.

El anuncio de la peluquería de don Antonio Hernández, situada en la calle de Cholula número 4 señalaba: “En este establecimiento se atiende con eficacia y esmero los servicios referentes a su ramo. También se afeita a domicilio bajo el mismo orden. Hay un surtido de perfumes, corbatas y juegos de botones y mancuernas y algunos otros accesorios para caballeros”.

La gente podía disfrutar los días de asueto nadando en la “Alberca Zamora” a un costado de San Sebastián, tercera Avenida Mucio Martínez, cuya publicidad señalaba: “Actualmente se procede al establecimiento de Baños de vapor y regadera bajo el sistema hidroterápico más moderno, para el complemento de un verdadero establecimiento balneario, único en su género hasta el día. Durante la temporada de Baños se sitúa un ómnibus para conducir a las familias, de la plaza de la Constitución a la Alberca, y el lugar de su estación es en el frente del Portal de hidalgo, con el nombre especial de Alberca Zamora””.

El cuidado de la salud estaba a la orden del día. La “Botica Guadalupana” ubicada en la calle del Estanco de Hombres número 3, ofrecía al público el “parche poroso Andrinópolis Beguerisse” para el dolor de costado, la pulmonía, el mal de cintura; la “sosa efervescente y laxante” para la bilis derramada, recargo estomacal, diarrea, cólicos y enfermedades del hígado; el “tópico chino” contra las punzadas nerviosas; el “regenerador de la sangre” que “cura infaliblemente la sífilis en cualquiera de sus periodos”.

La “Oficina Médica Consultiva”, por su parte, prestaba el servicio de rayos X, aplicaciones eléctricas para la curación de varias enfermedades y disponía de los “aparatos e instrumentos más modernos para hacer toda especie de reconocimientos, curaciones y operaciones”.

Y como la vida cotidiana se movía con el repique de campanas de todos los templos de la ciudad, haciendo más evidente su tradicional conservadurismo, no podía faltar “La Primavera, casa especialista en artículos para iglesia y librería religiosa”, que contaba con un amplio y “variado surtido de ornamentos hechos, telas de todas clases para vestidos de santos, rasos de superior clase, terciopelos, damascos, Cristos y Rosarios de varias clases. Tronos e imágenes para exposición del santísimo y devocionarios de lujo”.

La sociedad era tan cerrada frente al orden moral y veía con tan malos ojos a las pocas mujeres que intentaban desarrollar una carrera profesional, que unos años antes de finalizar el siglo XIX, cuando se estableció en Puebla la obstetra Matilde Montoya, muchos médicos la repudiaron por “impúdica y peligrosa innovadora”, por lo cual debió dejar la ciudad.

En 1902, las calles de la ciudad se vistieron de gala. El público pudo admirar el lento andar del primer automóvil que fue llevado a la ciudad por el presidente municipal, don Francisco Velasco. Los poblanos solían divertirse en los teatros Guerrero y el Principal donde el género chico, la zarzuela y el teatro de revista se impusieron a las obras tradicionales. Cuatro años después, a iniciativa del visionario Salvador Toscano, se abrió una sala cinematográfica en la calle de Mercaderes llamada Pathé, con funciones los domingos y los jueves. Poco después el Salón París emocionó a propios y extraños con las imágenes en movimiento que proyectaba en su sala.

Al igual de lo que ocurrió en otros sitios del país, la pax porfiriana -aún más evidente en los centros urbanos-, devolvió a los habitantes su tranquilidad personal. El miedo a un levantamiento armado, guerras con el exterior, asonadas militares parecían cosa del pasado. La sociedad aceptó sin cortapisas la dictadura de Porfirio Díaz, renunció a sus derechos políticos y se entregó a la disipación, el trabajo cotidiano y el esparcimiento.

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