Antonio Salgado Borge
01/06/2018 - 12:00 am
¿Qué podemos esperar de AMLO?
En este ambiente de inevitabilidad, cada nuevo paso que acerca AMLO a la presidencia es festejado por muchos esperanzados y abominado por algunos alarmados. En cualquier caso, la polarización está marcada por una caricatura a lo que resulta sencillo deificar o satanizar de acuerdo con la posición en que uno se encuentre.
La elección presidencial está virtualmente definida. A estas alturas, la duda electoral no es si AMLO será el próximo Presidente, sino si el candidato de Morena será el primer Presidente votado democráticamente por más de la mitad de los mexicanos.
En este ambiente de inevitabilidad, cada nuevo paso que acerca AMLO a la presidencia es festejado por muchos esperanzados y abominado por algunos alarmados. En cualquier caso, la polarización está marcada por una caricatura a lo que resulta sencillo deificar o satanizar de acuerdo con la posición en que uno se encuentre.
En el presente artículo intentaré presentar un bosquejo de lo que, más allá de miedos o esperanzas, implicaría votar por el candidato de Morena a la presidencia. Mi planteamiento es simple: cuando se revisa con detenimiento algunos de los puntos de referencia más discutidos, muchas de las diferencias entre AMLO y sus rivales, para tranquilidad de los alarmados y para decepción de los esperanzados, desaparecen. Sin embargo, un ejercicio de este tipo permite reconocer las diferencias reales; diferencias que, aunque pocas, no son poco importantes.
- Similitudes
(1) Votar por AMLO no implica atajar radicalmente la corrupción, pues Morena y su alianza están llenos de individuos cuestionados por corrupción y no hay un marco institucional que actualmente pueda contenerla. Cuando mucho, uno podría apelar a que el concepto de “barrer la escalera de arriba para abajo” puede funcionar en alguna medida. Sin embargo, esto sería insuficiente porque supone que el Presidente tiene la capacidad de inspirar, convencer o controlar a un número de personas que incluso pueden encontrarse fuera de la esfera del ejecutivo federal. Prueba de esta insuficiencia es que AMLO fue gobernador de la CDMX y, aunque exitosa, su gestión no redujo la corrupción tan contundentemente como el candidato de Morena promete hoy hacerlo a nivel federal.
Los seguidores de AMLO pueden decepcionarse por lo anterior, pero esta decepción no les llevará a votar por el PRI o por el Frente. Por cada corrupto de Morena que uno escoja, un simpatizante de ese partido puede seleccionar uno de entre las filas de sus rivales. Este ejercicio, sin sentido e interminable, se desarrolla todos los días en Facebook para emoción de los fanáticos anti-AMO y los fanáticos pro-AMLO. Por entretenido que esto pueda resultar a algunas personas, y aceptando que la corrupción se da en grados, lo importante para efectos de este análisis es que el combate a la corrupción no será la principal forma en que el eventual gobierno de AMLO se diferenciará de los gobiernos que hubieran encabezado quienes hoy son sus rivales.
(2) Hay quienes piensan que AMLO sería regresivo para la democracia en México, pues violaría la autonomía de las instituciones. La evidencia que ofrecen: el control férreo y autoritario que tiene sobre su partido. Es probable que, como Presidente, AMLO intente influir en otros poderes o instituciones. Esto es, de suyo, reprobable y desalentador. Lo importante aquí es que no hay nada que apunte a que si el PRI o del PAN encabezaran el próximo gobierno ocurriría algo distinto. Las evidencias: en el caso de Ricardo Anaya, el panista ha tomado control de su partido y ha dispuesto de éste, como Calderón en su momento, unilateralmente. No puede decirse lo mismo de Meade, pero esto es lo de menos cuando se considera que Enrique Peña Nieto es quien manda en el PRI. Es decir, que tanto el PAN como el PRI son hoy, para efectos prácticos, partidos de un solo hombre.
Más importante aún es que tanto el PRI, a través de Peña, como el PAN, vía Calderón, han intervenido durante los últimos doce años en cuanta institución ha estado a su alcance. Es decir, los últimos dos sexenios han sido profundamente regresivos para nuestra endeble vida institucional. Tienen razón quienes señalan que AMLO no dará aire a esta vida. Sin embargo, dado que no se necesitó de Morena para socavar la autonomía de las instituciones, y considerando quiénes son sus rivales, no hay ninguna razón que lleve a suponer que en este sentido el próximo gobierno será distinto a lo que hubiéramos tenido con el PRI o con el Frente.
(3) AMLO no es un digno representante de una visión de izquierda, pues representa una coalición conservadora en temas sociales fundamentales, como el matrimonio igualitario o la legalización de las drogas. Prueba de ello es su alianza con el PES o su rechazo a declarase abiertamente proderechos. Cierto, el PES es impresentable; este partido tiene como uno de sus principios fundamentales su oposición al matrimonio igualitario y representa la versión mexicana de la incursión evangélica a la arena electoral -en todos los casos, una incursión antiderechos-. Además, el candidato de Morena ha evadido discutir estos temas con el pretexto de no abrir batallas innecesarias que puedan lastimar sus posibilidades de éxito. En este sentido, crucial pero limitado, votar por AMLO no representa votar por una visión de izquierda.
El problema es que ni el Frente ni el PRI está en mejor posición para defender estos derechos. Del PAN y del PRI no se puede esperar nada en este campo, pues ambos se han aliado a nivel estatal con organizaciones retrógradas como el FNF y no sólo no han apostado por defenderlos, sino que, en algunos casos, como el de Mikel Arriola o los candidatos a la gubernatura de Yucatán, se han manifestado abiertamente en su contra. Cuando menos, Morena tiene una secretaría de la diversidad sexual y AMLO ha mencionado la importancia de la diversidad en uno de sus spots. Además, uno siempre puede votar por AMLO a través de Morena y no del PES –nadie proderechos daría un voto al PES-. La conclusión es, de nuevo, que por mucho que AMLO y Morena sean culpables de lo que se les imputa, este no es un factor que los distingue de sus rivales.
(4) Votar por AMLO no limitará radicalmente la impunidad, pues es probable que Morena, como parte de la campaña “subterránea” que todos los partidos implementan, ya haya pactado con parte del PRI (esta estrategia es descrita por Sergio Aguayo como “amarres discretos con quienes detentan el poder”). De otra forma, sería difícil explicar comentarios como los de Yeidckol Polvensky sobre el caso Chihuahua o entender la relativa docilidad de algunos cuadros priistas ante la inminente derrota de sus candidatos. Además, las declaraciones de AMLO y los amagos de alianzas con sectores del PRI y con el propio Peña Nieto permiten predecir que difícilmente veremos al peso de la ley cayendo sobre todas las personas que merezcan recibirlos. Para efectos de este análisis, asumamos, como lo han hecho muchos panistas en redes, que este es el caso. Es más, para ilustrar podríamos imaginar una suerte de reedición del formato “Alemán-Ruíz Cortínez” de mediados del siglo pasado.
Sin embargo, aún si Morena ha pactado con el PRI, este no puede ser un factor para decidir dar el voto a sus rivales, pues claramente el PRI no puede pactar con el PRI y si un partido ha pactado con el PRI desde 1988 éste ha sido el PAN. Dicho pacto ha incluido, además del conocido arreglo de impunidad, mal uso de fondos, control de instituciones autónomas o aprobación de reformas impresentables, entre otros. Leer o a escuchar a panistas quejarse del pacto Morena-PRI es, por decir lo menos, un despropósito. Es más, muchos de quienes participaron en gobiernos caracterizados por sus pactos de impunidad, como Diego Fernández de Ceballos o Santiago Creel, siguen en posiciones importantes dentro del PAN y seguramente aparecerían en el gabinete en un escenario en que Anaya llega a la presidencia. No hay razón alguna para suponer que, en caso de que el PAN nos gobierne a partir de 2018, en esta ocasión, por algún motivo impredecible, el pacto de impunidad no se reeditaría.
- Todo lo demás constante (las diferencias)
Dadas las concesiones anteriores, uno podría pensar que, entonces, poco o nada se ganaría con la llegada de Morena al poder. Pero una conclusión de esta naturaleza perdería de vista que la aplicación de una lógica ceteris paribus -es decir, mantener todo lo demás constante-, ayuda a aislar aquello que se quiere entender. Y ,en el caso de la presente elección, si mantenemos (1)-(4) como constantes, la pregunta es , ¿qué es lo que queda?
Parte de la respuesta, me parece, está en el modelo de desarrollo que Morena promete. En este sentido, hay dos diferencias fundamentales. La primera es que un voto por Morena representa el apoyo a un proyecto enfocado en la redistribución y que promete dejar atrás décadas de privilegios para los individuos más ricos del país. Empecemos por lo segundo. Eliminar privilegios no significa expropiar, castigar injustamente o adoptar políticas económicas insostenibles. Lo único que eliminar privilegios significa en este contexto es que el gobierno deje de tomar decisiones que dañen a las mayorías pensando en favorecer a los grandes capitales; por ejemplo, que los principales consorcios del país paguen los impuestos que corresponden a sus ingresos o que cumplan con la ley al momento de echar a andar megaproyectos.
Si bien alguien podría argumentar que incluso en este sentido no sería sensato esperar gran cosa -por ejemplo, algunos grandes capitales o intereses juegan del lado de Morena-, como Presidente AMLO estaría obligado a diferenciarse de sus antecesores rompiendo el actual arreglo y tomando decisiones pensando en mejorar la calidad de vida de las clases medias y bajas. En alguna medida, lo anterior es percibido por los potenciales beneficiarios y perjudicados de este cambio de modelo; no es casualidad que 45% de quienes respondieron la encuesta de Reforma piensa que AMLO “haría algo por personas como usted”, mientras que apenas 17% piensa lo mismo de Anaya y 14% de Meade.
Tampoco es casualidad que Alberto Baillères y German Larrea, dos de los tres hombres más ricos de México, haya brincado en días recientes para pedir a sus empleados que no voten por “el populismo”. El problema para Baillères y Larrea es que la desconexión entre las élites y el resto de la población es tan severa que, al momento de poner el grito en el cielo, estos empresarios sólo han confirmado la hipótesis de que, en efecto, AMLO rompería el pacto gobierno-élites económicas y defendería, así sea por mero cálculo político, los intereses de las mayorías.
Por otro lado, redistribuir no significa quitar arbitrariamente a los que trabajan para darles a los que no. Lo único que redistribuir significa en este contexto es establecer mecanismos para que la riqueza que se genera sea distribuida con justicia a través, por ejemplo, de una combinación entre impuestos progresivos –como cobrar tasas de impuestos más altas a las empresas que utilidades generan- y de un gasto focalizado. La presencia del respetado economista Gerardo Ezquivel en el equipo de AMLO es una señal de que por fin México podría tener un gobierno que, con conocimiento de causa y con responsabilidad, busque romper el “ciclo vicioso de desigualdad, falta de crecimiento económico y pobreza” [1].
Es en este sentido que el voto por AMLO sí representa una diferencia importante. Y no se trata, como se intenta retratar ignorantemente en memes o infografías chatarra, de un contraste entre socialismo contra capitalismo. Para bien y para mal, AMLO está muy lejos encarnar algunas de las causas progresistas más profundas y ciertamente no es un socialista. De nuevo, de lo que estamos hablando no es de un cambio estructural de fondo, sino de la redistribución más elemental y humana cuya ausencia prolongada tiene a nuestro país colapsado; una redistribución que desde el privilegio es fácil perder de vista y etiquetar como “populista”.
La segunda diferencia entre AMLO y sus rivales tiene que ver con la violencia. Si bien AMLO se ha quedado corto al no proponer la legalización de las drogas, en su discurso se menciona con insistencia la idea de pacificar al país. Mucha claridad falta en este sentido, pero lo cierto es que de las tres opciones que aparecerán en la boleta Morena será la única que propone terminar con la guerra contra las drogas que ha desatado un torrente de asesinatos y violaciones a derechos humanos, una guerra que beneficia a unos cuántos y que probablemente sería continuada en caso de que el Frente o el PRI llegaran al poder. En este sentido, es esperable que el nuevo gobierno destine recursos a atender humanamente las causas sociales de la violencia, desatendidas hasta el día de hoy.
Ni fin de la corrupción, ni el fin del sistema como lo conocemos. La transformación radical y el desmantelamiento final de la chatarra del viejo régimen tendrán que esperar y, necesariamente, deberán venir los movimientos sociales y de la sociedad civil organizada. Redistribución y pacificación. Esto es, para bien y para mal, lo que podemos esperar del gobierno de AMLO. A falta un mes para las elecciones, este es el único cambio al que podemos aspirar a través de las urnas. Todo lo demás constante, no parece ser poca cosa.
@asalgadoborge
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